Maracaibo, de Miguel Ángel Rocca (Argentina / Venezuela, 2017 – Hoy es mañana)
El cine nunca le dio a la espalda a una temática tan fuerte como la de una familia que debe padecer la muerte de un hijo. Hay ejemplos en todas las latitudes, y bien podrían nombrarse films como La Habitación del Hijo (La Stanza del figlio, 2001), de Nanni Moretti; El Laberinto (Rabbit Hole, 2010), con Nicole Kidman, y La Memoria del Agua (2015), a cargo de Matías Bize. Macaraibo (2017) se suma a esta tradición de largometrajes tan dramáticos como necesarios.
Gustavo (Jorge Marrale) parece tener una vida feliz. Ama a su familia, tiene un buen pasar económico trabajando de cirujano y pronto lo ascenderán. Pero todo cambiará a partir de una serie de sucesos. Primero descubre que Facundo (Matías Mayer), su hijo, es homosexual. No lo afecta tanto el descubrimiento como el hecho de que haya sido el último en enterarse. Pero luego ocurre un episodio que lo marcará para siempre. Cuando dos ladrones irrumpen en la casa, uno de ellos le dispara a Facundo, provocándole la muerte. Será el principio del fin para Gustavo, que comenzará a ser consumido por el sentimiento de pérdida, lo que afectará su relación con las personas que ama -empezando por Cristina (Mercedes Morán), su esposa-, y lo llevará a ir tras los responsables del asesinato.
En su tercera película, Miguel Ángel Rocca presenta un descenso a lo más tenebroso de uno mismo; la radiografía de una persona quebrada, consumida por el recuerdo de lo que fue y de lo que pudo haber sido, apaleada por la culpa, encendida por el deseo de venganza.
Jorge Marrale lleva adelante el film gracias a una interpretación sublime. Pocas veces un actor transmitió dolor, abatimiento, furia y compasión con ese nivel de autenticidad, y valiéndose de recursos calculados, como gestos calculados y silencios (esto también es mérito del guión, a cargo de Rocca y Maximiliano González). Tampoco se quedan atrás Mercedes Morán, en un personaje que atraviesa el duelo de un modo menos extremo, y Nicolás Francella, muy convincente como Ricky, el ladrón de los bajos fondos que provocó la ruina de la familia. También vale mencionar el trabajo de Matías Mayer, Alejandro Paker, Mónica Lairana, José Joaquín Araujo y Luis Machín, quien encarna al ladrón principal y padre de Ricky.
Maracaibo es una experiencia dura, difícil, pero siempre en el marco de una gran película que invita a reflexionar sobre el vínculo familiar, los que se van, los que quedan, y el límite entre el abismos y la superación.
Pinamar, de Federico Godfrid (Argentina, 2016 – Hoy es mañana)
Las ciudades balnearias suelen ser un imán para el cine argentino. Y no sólo a la hora de servir como marco para alocadas aventuras pasatistas: ya desde Los Jóvenes Viejo (1962), de Rodolfo Kuhn, quedó claro que las playas también podían ser escenario de films de un tenor más melancólico y reflexivo. Más acá en el tiempo, Ezequiel Acuña hizo lo propio en algunos de sus largometrajes. Ahora es el turno de Pinamar (2016)
Pablo (Juan Grandinetti) y Miguel (Agustín Pardella), dos jóvenes hermanos, regresan viajan a Pinamar. La idea es arrojar en la aguas las cenizas de la madre de ambos y cerrar la venta de un apartamento en el que solían pasar los veranos. Allí se reencontrarán con objetos y lugares de la infancia, y también con Laura (Violeta Palukas), vieja amiga que reside en la ciudad. Los tres aprovecharán la recuperar tiempo perdido, que incluye jugar a los bolos, meterse en lugares abandonados, compartir cerveza y charlas íntimas. Pablo siente una atracción por ella, y sólo será una de las cuestiones que lo llevarán a replantearse su vida.
Federico Godfrid había codirigido, junto a Juan Sasiaín, La Tigra, Chaco (2009), historia sobre jóvenes que se reencuentran y se enamoran. En su debut en solitario vuelve a una premisa similar, pero demostrando una madurez como cineasta. Como su colega Sasiaín en Choele (2013), su primer film en solitario, demuestra que sabe ir de la ternura al drama, y de ahí al humor y a los climas románticos y la tensión sexual. También deja en claro su capacidad para dirigir actores, y allí están los puntos más altos de la película. Juan Grandinetti compone a un personaje estructurado y serio, que de a poco irá soltándose y revelando sus verdaderos sentimientos. Por su parte, Agustín Pardella representa a un muchacho más extrovertido, dispuesto para las bromas y la noche, pero con un costado cálido y lúcido. La frescura de Violeta Palukas funciona como el complemento ideal.
Pasado y del presente se conjugan en Pinamar mediante una sencilla y entrañable historia.
El Peso de la Ley, de Fernán Mirás (Argentina, 2017 – Hoy es mañana)
¿A qué extremos pueden llegar los equívocos del sistema judicial, en Argentina y en cualquier parte del mundo? Tomemos el caso real de un hombre acusado de un crimen del que nadie asegura que es el verdadero autor. Tampoco ayudan demasiado ni los testigos ni los abogados, y durante un tiempo no fue más que un expediente más en un cuarto saturado de carpetas y papeles. Un caso que inspiró el film El Peso de la Ley (2017)
En El Escondido -un pueblito que parece hacerlo honor a su nombre-, un individuo es apresado por ser el supuesto culpable de sodomizar a Manfredo (Fernán Mirás), su compañero de trabajo, un lugareño retraído. El caso es visto fugazmente por la justicia de Buenos Aires, y pasa rápido al sector de los expedientes, listo para ser olvidado… hasta que Gloria (Paola Barrientos), una abogada tan amargada como tenaz, da con el asunto y decide hacer algo al respecto. Su travesía la llevará a lidiar con viejos conocidos y nuevos personajes, que permiten identificar las luces y las sombras (más sombras que luces, por lo general) de un episodio que se volverá polémico.
Luego de una larga carrera como actor, Fernán Mirás debuta detrás de cámara con una comedia amarga, crítica, venenosa, en la tradición de los mejores exponentes nacionales, de cine y de teatro, como los que escribían Roberto “Tito” Cossa y Jacobo Langsner, que a su vez le debían buena parte de su esencia a la comedia italiana. La historia presenta un sistema judicial plagado de corrupción, omisiones y negligencias que perjudican más de lo que contribuyen a establecer un orden. A la hora de retratar a los habitantes del pueblo tampoco se queda atrás, ya que muestra un submundo donde la ignorancia termina siendo equiparable a la crueldad y los manejos ilegales. Pero lejos de quedarse en una catarata de pesimismos y falsedades, el director permite que, a través de Gloria y de Manfredo, puedan aflorar la buena voluntad, la esperanza y la justicia.
Se trata de una película de actores, y allí reside su punto fuerte. Desde la estupenda Paola Barrientos hasta el secundario más ignoto, cada uno está exacto en el delicado tono -es comedia, pero no le escapa al drama- que Mirás le otorga a su ópera prima. De hecho, él mismo compone a un personaje crucial, con sus tormentos y peculiaridades, sin caer en el patetismo involuntario.
El Peso de la Ley es una sátira sobre la Argentina, de hace unos años y de la actualidad, donde los oscuros manejos y los errores por parte de gente poderosa nunca podrán opacar la buena fe y la lucha de unos pocos.
Esta es mi Sangre, de Amanda Kellner (Suecia, 2016 – Últimas postales nórdicas)
En el norte de Suecia se encuentra la provincia de Laponia, habitada por una comunidad que hasta hace unas décadas vivía de la caza y la pesca, y que era vista de mal modo por el resto de la sociedad sueca, al punto de que el término “lapón” suele ser usado de m anera despectiva; por eso los lapones prefieren que se los llame saami.
Esta es mi Sangre (Sameblod, 2016) es la historia de Elle Marja (Lene Cecilia Sparrok), una joven de 14 años en la década del 30, harta de los padecimientos que le tocan por su origen. Cada caminata hacia la escuela implica soportar las burlas de unos muchachos, y cada acto de rebeldía en el aula es un llamado a castigos físicos. Odia su vida y anhela algo mejor para sí misma. La gran oportunidad aparece cuando conocer a un joven de Uppsala, al mayor que ella, detalle que no impide el nacimiento de una atracción mutua. Eso le dará el impulso para salir de su entorno y apostar por otro porvenir. Por supuesto, descubrirá que no será fácil.
La ópera prima de Amanda Kellner es tanto una coming of age como una historia sobre la discriminación y la intolerancia en un contexto donde los habitantes de zonas rurales eran vistos como poco más que bestias incultas. Kellner exprime los recursos cinematográficos y sabe cuándo ser cruda y cuándo omitir determinados detalles. La también debutante –pero delante de cámara- Lene Cecilia Sparrok se carga al film en sus hombros gracias a una actuación pasiva, con momentos explosivos.
Esta es mi Sangre muestra un aspecto poco conocido de la relación entre provincias de Suecia y muestra el talento de una directora que promete.
Soldado Argentino sólo Conocido por Dios, de Rodrigo Fernández Engler (Argentina, 2016 – Hoy es mañana)
La Guerra de Malvinas nunca fue un tema ajeno al cine. Ya apenas volvió la democracia se estrenó Los Chicos de la Guerra (1984), de Bebe Kamin. Más adelante, Iluminados por el Fuego (2005), con Gastón Pauls, intentó una aproximación más cercana a la experiencia de los jóvenes argentinos que fueron enviados a luchar contra el ejército británico en 1982. Soldado Argentino sólo Conocido por Dios es, hasta el momento, el exponente más destacado sobre el tema.
Juan (Mariano Bertolini), un joven aspirante a arista plástico, queda seleccionado para hacer el servicio militar durante el Proceso de Reorganización Nacional. Pronto será derivado a Malvinas, donde se reencontrará con Ramón (Sergio Surraco), su mejor amigo hasta que se puso de novio con Ana (Florencia Torrente), su hermana. En el frente de batalla, ambos olvidan sus diferencias, pero ya es tarde: Ramón desaparece en medio de una misión, y aún después de la contienda, se especula que él es el mítico soldado argentino que lucho hasta el final contra un pelotón de ingleses. Ana luchará porque su hermano sea reconocido como héroe, al tiempo que Juan debe aprender a sobrellevar los tormentos que acarrea desde aquellos días de frío, armas y muerte.
La película contó con el apoyo de Ejército Argentino, la Armada Argentina y la Fuerza Aérea Argentina, y se nota en el impresionante despliegue de producción, que incluye vehículos anfibios y aviones Harrier bien animados digitalmente. Nunca como esta vez en el cine argentino se sintió tan realista no sólo la Guerra de Malvinas sino un enfrentamiento bélico en general. El director Rodrigo Fernández Engler transporta al espectador a un verdadero infierno, donde los muchachos deben hacer lo que pueden para sobrevivir.
Las secuencias ambientadas en las islas son una parte del film, que luego se enfoca en el después, mostrando las vivencias de Juan y de otros integrantes de aquel pelotón, y cómo cada uno debe lidiar con las heridas (físicas y psicológicas) que les dejó la contienda. Mariano Bertolini está correcto como el hilo conductor de la trama, pero son aún más veraces las actuaciones de Surraco, Ezequiel Tronconi y Fabio Di Tomaso; convincentes como soldados y de civil.
Además de sus perturbadoras recreaciones de una guerra, Soldado Argentino sólo Conocido por Dios permite vislumbrar la situación de los héroes anónimos y su relación entre ellos mismos y con la sociedad. Una intención que no es alterada por el hecho de contar con apoyo de organismos militares. En definitiva, una película indispensable para conocer en detalle el pasado, y para entender y valorar el presente.
Matías Orta
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