La identidad, eso que somos, aquello que queremos ser, se evidencia en una eterna búsqueda. En el camino nos colmamos de definiciones y de máscaras, pero también de límites y de silencios. Lo que se pone en juego es la propia personalidad, aunque lo que se mire y se critique sea al de al lado, al vecino, al jefe, al subordinado. ¿A quién nos gustaría parecernos? ¿De qué nos queremos distinguir? ¿Cuántas fronteras estamos dispuestos a cruzar para lograrlo?
Las respuestas en general se mantienen en suspenso; y cuando hay develación, quedan en el interior de cada uno, en esa intimidad del propio intramuros. Sin embargo, en Paredón lo oculto se confunde con lo privatizado, al mismo tiempo que lo privado se transforma en pura exhibición. Los personajes, una familia de nuevos ricos actual, junto con el personal trainer y la mucama, habitan con todos sus estereotipos y clichés en una torre vidriada de Puerto Madero y desde ahí vigilan y son acechados, amenazan y se intimidan.
A pesar del encierro en altura, el aislamiento es imposible y ninguno deja de mirar hacia afuera, al otro, al diferente. “El Jumbo nos discrimina”, denuncia Nina, la dueña del piso 50, por la falta de ofertas; mientras revisa las cosas de la empleada en busca de alguna prueba de robo. Es que la desaparición de un zapato, tres cuartos de un perfume, una bata y una planchita sirve de disparador para la acción teatral. El espionaje paranoico, la inseguridad compulsiva, se instalan así para dejar acontecer las miserias cotidianas, propias y ajenas.
Ante tanta hipocresía y falsedad, la pantalla social se resquebraja. En esta obra de Natalia Paganini la vigilancia reina, el chisme sentencia y el grotesco, como género preponderante, cumple su función: del paredón no se salva nadie y finalmente las caretas caen. Con actuaciones que se detallan en la exageración (de dinero, de prejuicios, de registro), la crítica se dispara en múltiples sentidos y tanto las carencias como las fallas se muestran por el exceso.
Como representación de una sociedad de consumo hipermediatizada, el control y la delación alcanzan hasta al mismo público. Ubicados en los cuatro laterales a la altura del escenario, los espectadores son juez y parte de esta mecánica fisgona. Testigos indiscretos de los sucesos, a su vez son observados por un texto que los interpela. El resultado es la risa del incómodo y la pregunta del curioso, ¿qué ven cuando me ven?
Teatro: Teatro Gargantúa – Jorge Newbery 3563
Funciones: Sábados 21 hs
Entradas: $ 200
Lucila Carzoglio | @peritaveron
Dramaturgia y dirección: Natalia Paganini. Asistente de dirección y producción: Irene Gorelik. Elenco: Andrea Cataldo, Sofía D´Afflitto, Fernando García Cormick, Romina Malatesta, Mariana Paganini y Miguel Ángel Vigna. Vestuario: Yamila Ornella Gentile. Escenografía: María Rita Rovati. Diseño de luces: Manuel Mazza. Música original: Yacaré Manso y Martín Yubro. Fotografía: Javier Álvarez Gramuglia. Diseño gráfico: Sophian de Fiorella Cambareri. Prensa: Tehagolaprensa. Supervisión dramatúrgica: Ariel Barchilón.