Anoche con el Chuchi volvimos a ver The Last Jedi, ahora por tercera vez y, hoy por la mañana, la angustia ya se me había renovado. Creí que lo había superado, pero no, no lo hice. Y sigo amando a la película casi tanto como la detesto, aún cuando la fracción indignada está rebasando un poco al amor. Es decir, depende del día supongo, las cosas se pueden emparejar, o no.
Chocamos el auto, por lo que nos estamos manejando en taxi o en bondi, y en la madrugada volvimos del Village Recoleta en el asiento trasero de un coche de alquiler analizando otra vez la película y sus porqués.
Además de descubrir que Rey y Poe se conocían de El Despertar… no me desayuné con más errores o incongruencias de las que ya discutimos en la columna pasada. Pero si me sorprendió mi potente y novísimo desprecio por toda la cuestión de la “democratización de La Fuerza” y la pasada a disponibilidad del linaje Skywalker. Me descubrí saliendo más ofendida que nunca y extrañando todavía más y con más honda tristeza a Luke.
Dividiendo el átomo con el Chuchi reconocí que lo que más me duele de la muerte de Luke es que sucede antes de que yo me pueda terminar de convertir en él, o en Leia. Y Leia cometió la atrocidad de morir en la vida real, acabando así con más esperanzas todavía o, por lo menos, volviendo a la esperanza más difícil de renovar. Cuando hablo de convertirme en ellos, me refiero a convertirme en el Luke o en la Leia de mi propia vida. En el héroe o la heroína de mi propia historia. Y las muertes de estos personajes tanto en la pantalla como en la vida real, constituye un shock horroroso que me pone frente a la verdad de las cosas. El reloj que sigue corriendo y la ansiedad y el remordimiento de sentir que se arrastran las patas.
Ahora bien, tenemos que ser capaces de ver el sol siempre, si no no sobreviviremos a la noche, ¿no es así? Entendí entonces que para mantenerme en lado luminoso de La Fuerza, tal vez el truco sea concentrarme en Poe Dameron. Poe tiene una edad con la que puedo seguir empatando, es joven, es intrépido y está a punto de convertirse en el nuevo líder de la resistencia. Es verdad, él no parece tener pasta de Jedi, pero si se constituye en apariencia, como el hombre que hará una diferencia grande para todos en la Galaxia. Es decir, ha aprendido y, a la vez, sigue teniendo enorme potencial. Un balance con el que puedo emparentarme fácilmente, con los ojos abiertos y, a la vez, seguir ilusionada.
Me pregunto si acaso todos los que se sintieron un poco agraviados por la película no habrán sentido algo parecido a lo que yo sentí. Si es así amigos, hay que concentrarse en Poe y seguir dando la pelea.
Y remarco enfáticamente la noción de que, concentrarse en Poe, no requiere en lo más mínimo dejar de lado las aspiraciones de Jedi que tengamos. Solo balancea las cosas a nuestro favor y nos deja claro que para ser el héroe de la historia, no hace falta ser parte de la orden. Después de todo Han tampoco lo era y todos deseamos ser él también.
Yo siento, ahora mientras escribo, una vigorizante seguridad de que La Fuerza está fuerte conmigo. Y entonces la tranquilidad vuelve a mi vida y puedo seguir soñando sin comerme los codos. O, por lo menos, me permito bajarlos con una buena birra.
© Laura Dariomerlo, 2018 | @lauradariomerlo
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