Ayer a las nueve y media de la mañana estaba haciendo la cola para entrar en la privada de prensa de Star Wars: Los Últimos Jedi (Star Wars: The Last Jedi, 2017) y casi, casi, me había arrepentido. El Despertar… la había visto en una premiere, pero con el Chuchi y amigos. Y el espíritu era completamente diferente. Ahora era de mañana, no llevaba ni máscara, ni camiseta, ni sable en la cintura. Y estaba acreditara, así que había que simular, por un rato, algo de decoro.
La película es tremenda.
No voy a andarme con rodeos. Es portentosa, gloriosa, cruel, gamechanger. Y para los que somos devotos de la saga, combina la potencia de un orgasmo múltiple y un puñetazo a la boca del estomago. Ahora mismo, mientras escribo, estoy con esa sensación mixta que deja un orgasmo fulminante. Esos con los que terminas llorando sin saber si es por la alegría del goce, o por la cercanía de la muerte.
El eje narrativo hace pie, más que en ninguna otra cosa, en la muerte de lo viejo y el nacimiento de lo nuevo. Si bien hay nociones del estilo “nothing is never really gone”, todo el guión descansa sobre esa premisa. Y hasta por momentos va por todo, ratificando la idea de que el universo Star Wars ha cambiado de manos. Es decir que ya no le pertenece a Lucas y que es ahora del mundo, de todos: de Disney. Adentro y afuera de la pantalla, la generación vieja se retira y da paso a la flama furiosa de la nueva.
Asistimos a lo que vulgarmente se me ocurre definir como “la democratización de La Fuerza”. El linaje languidece, los elegidos ya no son “unos”, ya no son “leyendas”, si no que hay un elegido colectivo, una causa mayor que te define como verdaderamente valioso, o no. De hecho, es lícito que nos parezca estar frente a una gran contradicción o a un cierto desmanejo de las formas de La Fuerza. Pero allí reside la interpretación, la apropiación más radical de los discípulos que se han hecho cargo del bebé adulto de George. Y es una forma de decir “esto es nuestro ahora, y nos lo apropiaremos a como dé lugar, no hay respeto posible. Si respetamos, moriremos en el intento creativo.”
Como esta es la primera de varias columnas que espero dedicarle a Los Últimos Jedi, y además no soy tan jodida, la mantendré libre de spoilers. Sí diré que la película es un poco dolorosa, un poco sepulcral. Y, a la vez, una oda al cambio generacional y a la potencia de lo nuevo. Es un film intrínsecamente iconoclasta.
Salí del cine eufórica, pero por la tarde una gran angustia me acometió, una especie de orfandad, de profundo vacío existencial. Claro que hay que seguir para delante. Pero cómo duele “sacarlo todo afuera, como la primavera, para que adentro nazcan cosas nuevas”. Porque lo que se está yendo es tan amado, tan glorioso, tan profundamente habitado por el sentido, que dejarlo ir es como enterrar lo más valioso e inocente de nosotros mismos.
Pero gracias a La Fuerza, we are young still… we are the spark that will light the fire that will burn the first order down…
© Laura Dariomerlo, 2017 | @lauradariomerlo
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