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CRÍTICAS - CINE

Queer

Ya no cierro los bares

ni hago tantos excesos,

cada vez son más tristes

las canciones de amor.

DIME QUÉ FRECUENCIA TENÉS

Luca Guadagnino corona un año particularmente prolífico de su filmografía -dos estrenos y ninguna señal de detenerse- desplegando, una vez más, su versatilidad y amplitud de miras. Luego de abrazar las mieles del mainstream con Desafiantes (quizás su única película que busca, sin ambages, el beneplácito del gran público), el realizador italiano colaboró nuevamente con el guionista Justin Kuritzkes en una película que no podría ser más diferente: Queer.

Allí donde Desafiantes era vertiginosa -alternando líneas temporales con ostentosos movimientos de cámara y angulaciones imposibles-, Queer es flemática, parsimoniosa: un ejercicio de detención sobre un lugar, un tiempo y unos personajes tan estáticos como transitorios. Podría especular que, con Queer, Luca Guadagnino demuestra (¿a sí mismo, al público?) que todavía puede permitirse gestos propios del arthouse, cierto hermetismo que se le da extraordinariamente bien.

Opto por creer que a Guadagnino, el “para ellos” y el “para mí” nunca está del todo delimitado; más bien, que su cosmogonía abraza múltiples mundos y, hasta el momento, ha encontrado lo propio en cada uno de ellos. A pesar de adaptar la obra de uno de los escritores emblema de la literatura norteamericana, la mirada de Luca Guadagnino sobre la vida y obra de William Burroughs (desafiando aquellas convenciones sobre la obra y el artista) es más italiana que nunca: el andar cansino de Daniel Craig resuena con ecos del Jack Nicholson de El pasajero y el Dirk Bogarde de Muerte en Venecia (otro alter ego, en aquel caso de Gustav Mahler). El tempo, la atmósfera, la construcción de un escenario sensual y pródigo en texturas nos recuerda que Guadagnino es heredero de una rica tradición prácticamente extinta.

A la vez, Guadagnino es hijo de su época. Basta notar el deliberado anacronismo de sus elecciones para musicalizar aquellos bares decadentes del México de los 50’: Sinéad O’Connor, Nirvana, Prince… ¿Se puede pensar, acaso, en aquellos padres artísticos como el equivalente para un joven de los 90’ de lo que Burroughs significó para Ginsberg y Kerouac? Queer abraza (con reservas) la fragmentariedad del cut up, pero también la frágil aspereza del grunge.

Es una mezcla estimulante y, a la vez, una que nos pone a prueba, nos frustra y nos veda la catarsis: ¿cómo contar lo que pasa después de abrir las puertas de la percepción? ¿qué nos queda cuando descubrimos que hay lenguaje más allá de las palabras y, sin embargo, no queremos –o no podemos- hacer nada con eso?

Queer no es sólo una adición lógica al canon de Guadagnino: es renovadora, incluso autorreflexiva. Es estimulante leerla como lado B de Llámame por tu nombre, aquella película que terminó de consagrarlo. En aquella, el punto de vista era el de un joven que vivía su primera relación homosexual con un hombre mayor: un joven vulnerable e influenciable, sí, pero también mucho más entregado al deseo que aquel otro, que se evadía para casarse con una mujer. Queer es el reflejo mugriento, desesperado y apático de Llámame por tu nombre: el punto de vista está en el hombre más grande, que compra la compañía del joven y le propone un vínculo contractual, pero esconde el anhelo de una conexión profunda, trascendente.

A pesar de su fachada –y de sus frases de venta- ni Llámame por tu nombre ni Queer son películas sobre el amor: más bien son películas sobre su ausencia, sobre una añoranza que se deposita, casi siempre, en la persona equivocada. Es curioso que a Guadagnino –que se ha convertido en uno de los grandes cineastas de lo erótico- el retrato del amor le resulte tan esquivo. Quizás su historia de amor más auténtica sea la que tiene con el cine, una de las pocas maneras que tenemos de escapar de las palabras.

(Italia, Estados Unidos, 2024)

Dirección: Luca Guadagnino. Guion: Justin Kuritzkes. Elenco: Daniel Craig, Daan de Wit, Jason Schwartzman, Henrique Zaga, Colin Bates, Lisandro Alonso, Lesley Manville, Andrés Duprat, David Lowery. Producción: Luca Guadagnino, Lorenzo Mieli. Duración: 136 minutos.

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