Parábola de la resistencia.
Más allá del hecho de que resulte toda una curiosidad el estreno de un film de Islandia para lo que suele ser el estándar de la cartelera argentina, lo verdaderamente llamativo de Rams (Hrútar, 2015) pasa por la maravillosa interpretación del realizador y guionista Grímur Hákonarson en torno a un tópico tan remanido como el de la enemistad entre hermanos. Aquí el cineasta le escapa al tono seco y esa perspectiva contemplativa -típica de los opus del norte de Europa- porque su terreno es otro, sin duda uno más cercano a la semblanza compasiva y escalonada: mientras que partiendo de la misma base casi cualquiera de sus colegas nos aburriría con una catarata de tiempos muertos, clichés y apuntes truculentos acerca del fluir del páramo, Hákonarson en cambio prefiere construir un retrato minimalista de dos personas que se odian entre sí tanto como aman a las estoicas criaturas a su cuidado.
Los protagonistas del cuento moral que nos ocupa son Gummi (Sigurður Sigurjónsson) y Kiddi (Theodór Júlíusson), dos hermanos que viven uno al lado del otro y que crían las últimas ovejas del linaje Bolstadir. Luego de 40 años de no intercambiar palabra por una pelea familiar enmarcada en el misterio, de a poco se verán obligados a “comunicarse” -ya sea mediante disparos de arma, insultos o notitas llevadas por un perro pastor- debido a una enfermedad incurable que comienza a extenderse entre la población ovina y que los coloca entre la espada y la pared frente a la presión estatal en pos de sacrificar al ganado, su único sustento y razón de ser desde hace generaciones. Como cualquier individuo racional, ambos aprecian más a los animales que a las personas y su idiotez (el corte es transversal y abarca a toda la humanidad), pero sus estrategias de defensa ante los embates serán muy distintas.
Hákonarson apela al naturalismo para dar cuenta del ingenio y la picardía de Gummi por un lado y las salidas pasionales y la derrota anímica de Kiddi por el otro, esos “carneros” al que hace referencia el título en función de la importancia del macho adulto y reproductor en el rebaño: si el primero accede al sacrificio sólo para salvar a escondidas a un puñado de ejemplares, el segundo se pierde en la negación y así le deja todo servido a los burócratas ciegos del Estado para que se salgan con la suya. Rams enarbola a conciencia una analogía entre la extinción de la raza de ovejas y la propia de los hermanos, quienes también son los últimos y solitarios representantes de un clan que está llegando a su fin por la frialdad de una administración pública incapaz de demostrar verdadero interés por la vida de aquellos que se mantienen al margen de sus políticas de uniformización social y destrucción cultural.
Por supuesto que la película pone en primer plano la posibilidad de apaciguamiento entre los personajes aunque vale aclarar que su riqueza conceptual además nos conduce hacia los fantasmas de la vejez, el abandono y la muerte. No obstante, el pulso narrativo lejos está de ser fúnebre porque en el relato abundan los detalles tragicómicos (el director maneja muy bien la comedia sutil en algunas escenas, como la de la pala mecánica) y asimismo todo el tiempo se hace hincapié en la dialéctica de la resistencia como esa fuerza vital que nos permite mantenernos unidos a los seres que amamos y en lucha contra nuestros enemigos (como en tantas otras historias bucólicas, la dureza del entorno va de la mano del saberse fuerte/ tenaz para sobrellevar las desdichas y a la vez reaccionar cuando sea necesario, en el momento en el que no se respete a los inocentes, sus objetivos y su modo de vida asociado).
En este sentido, las actuaciones de Sigurjónsson y Júlíusson son francamente prodigiosas ya que ambos consiguen transmitir de manera precisa y amena las características de la idiosincrasia de sus personajes, léase el sigilo cuidadoso de Gummi y la exaltación de Kiddi. De hecho, Hákonarson suele utilizar dos líneas principales de acción: en primera instancia juega con los opuestos (la sonrisa y el llanto, la independencia y el aislamiento, el amor y el odio, el análisis y los impulsos, etc.), y a posteriori establece los elementos en común de lo que previamente parecían posiciones irreconciliables (en este punto resulta decisiva la presencia de la naturaleza, hoy representada tanto en las ovejas como en el cariño que los protagonistas les dedican porque funcionan como un acervo de sus propias raíces, de su propia cultura). La dignidad del carnero que resiste siempre será más valiosa que el temor de los mediocres que huyen, convalidan los atropellos o esconden su cabeza para evitar el conflicto, considerando que la estructura legal del Estado es producto del “consenso” y desconociendo que en realidad hablamos de frutos del poder hegemónico…
Por Emiliano Fernández