¿Han dejado de llorar los corderos?
Rams (Hrútar, 2015) nos ofrece una premisa más que prometedora, donde Gummi y Kiddi, dos hermanos que no se dirigen la palabra desde hace cuarenta años a pesar de vivir en propiedades agrarias contiguas ubicadas en tierras islandesas, encabezan una pequeña resistencia tras proclamarse una medida gubernamental que atenta con destruir el legado que han heredado de sus ancestros. Ambos le dedican su vida a la cría de ovejas de linaje Bolstadir, lejos de cualquier relación semejante al entorno familiar o incluso conyugal, permaneciendo a solas bajo las sombras de disputas familiares que han desequilibrado el vínculo fraternal. Al desatarse una preocupante epidemia entre los corderos, capaz de afectar a las crías de generaciones en generaciones, el Estado opta por sacrificar a todas las ovejas del valle poniendo en juego la idiosincrasia de una sociedad que gira en torno a la apreciación de aquel sagrado animal. Los dos hombres buscarán proteger, cada cual a su manera, aquello que refleja la herencia de un nombre, de una familia, y que al fin de cuentas es su razón de ser.
El director Grímur Hákonarson decide trabajar con planos duraderos en los que se logra apreciar las calculadas composiciones, expuestas por un delicado trabajo desde la fotografía que propone ahondar en aquella vida rural y sus consecuencias, sin llegar al punto de agobiar al espectador. A su vez, estos parámetros estéticos que caracterizan al cine nórdico conviven con un registro actoral naturalista, alejándose de las interpretaciones estoicas y apáticas, y centrándose en una pose de “no actor” aunque así no lo sea. Sigurjónsson y Júlíusson, los protagonistas, le adjudican un importantísimo grado de humanidad a la obra, diferenciándola del cine estándar proveniente de aquellas zonas y envolviendo a la historia con una carga emocional que juega un rol primordial a la hora de su visualización. Del mismo modo, Hákonarson apela a un tono tragicómico y entrelaza la aflicción del relato con escenas que rozan el absurdo, manipulando así el punto de vista del espectador con la intención de que un film de pocos recursos no se vuelva tedioso sino que, por el contrario, se renueve constantemente.
No obstante, el realizador controla con tal maestría las herramientas cinematográficas que ninguna logra destacarse por sobre otra, desembocando en una obra uniforme y fuerte. Rams posee una singularidad dotada por sus raíces folklóricas y el tono dispuesto, así la película puede ser leída como el espléndido desempeño de una serie de decisiones acertadas. Estamos ante un film de personajes y espacios, donde los protagonistas evolucionan cuando sus hábitats lo hacen, donde el encierro y la libertad son sinónimos, y donde la memoria lo es todo. Rams es compatible con la música clásica, con una de esas piezas que -gracias a su personalidad y tempo- son perfectas a su manera.
Por Julián Córdoba