Los grandes directores tienen sus películas bisagras. No tanto por ser las más taquilleras ni por ganarse a la crítica, y al margen de su condición de obras maestras, sino porque marcan un punto crucial en su obra y terminan de otorgarles la identidad que los consagra como leyendas.
Rojo profundo es la película bisagra de Dario Argento.
Para mediados de los 70, ya tenía un nombre gracias a sus aportes como guionista y a tres de sus primeros cuatro films que dirigió: la trilogía animal, compuesta por El pájaro de las plumas de cristal, El gato de las nueve colas y Cuatro moscas sobre terciopelo gris (también hizo la comedia histórica La quinta jornada). Largometrajes representativos del giallo, expresión que denominaba a los policiales con crímenes misteriosos y asesinos acechando desde las sombras y descubiertos al final. Un subgénero impulsado en los 60 por Mario Bava, prócer del terror italiano -y del mundo- y verdadero precursor de D.A.
Rojo profundo no renuncia a su condición de giallo: Marc Daly (David Hemmings), un pianista británico, presencia el homicidio de una medium y se ve involucrado en un caso donde abundan secretos, pistas y más muertes.
Pero Rojo profundo también es mucho más, y Argento lo supo desde que escribió el primer borrador del guión. Como él mismo dijo en su autobiografía, Paura (traducida al castellano por la editorial argentina Letra Sudaca): “Introducía nuevas temáticas, como lo sobrenatural, el componente onirico tenía un espacio mayor y en el conjunto la narración tenía un toque de surreal, de impalpable…”. Este nuevo enfoque desconcertó a sus principales colaboradores, empezando por Salvatore Argento, su padre y productor. No podía entender, entre otras cosas, la inclusión de un muñeco mecánico que sorprendía a una de las víctimas.
Lejos de ablandarse, Argento luchó por su visión, que maximiza sus constantes indagaciones en los vericuetos del alma y su preocupación por la muerte. Así pudo filmar una historia donde se imponen la atmósfera y los asesinatos, de una brutalidad inusitada en su filmografía.
El director supo traducir esta audacia narrativa mediante una realización no menos arriesgada. Con la colaboración del director de fotografía Luigi Kuveiller, ejecutó una puesta en escena a la altura de una premisa y de un enfoque inquietantes. Desde la secuencia de créditos, con la yuxtaposición de muerte y ternura (y valiéndose de un solo plano) sumerge al espectador en un thriller con esencia de pesadilla.
Otro factor decisivo es la música. Argento venía de trabajar con Ennio Morricone en su Trilogía Animal. Ahora sumó a Giorgio Gaslini, pero su búsqueda se extendió a sonidos más roqueros. Por eso consideró a Pink Floyd, ocupados con un disco, y a Deep Purple, tampoco disponibles. Encontró a los indicados en su tierra natal: Goblin, una agrupación de rock progresivo, integrada por Claudio Simonetti, Fabio Pignatelli y Massimo Morante. El director les sugirió algo que recordara al score de El exorcista, pero ellos fueron más allá. El “main theme”, con su sintetizador escalofriante, constituye el más perfecto leitmotiv de la película, de la imaginería argentiana y del cine de suspenso y terror en general. Sería la primera colaboración entre el director y los músicos, que alcanzaría la cúspide con Suspiria. Por fuera de Goblin, Simonetti y Pignatelli trabajaron en Tenebre y Phenomena, mientras que Simonetti solo acompañó al realizador en más oportunidades.
Por el lado de los actores, Argento trabajó por primera vez con quien sería su musa: Daria Nicolodi. Aquí interpretó a Gianna, la periodista que acompaña a Marc en su investigación. Un personaje intrépido y esncantador, de personalidad fuerte, lo que se volvería su especialidad. Ese papel marcó el inicio de una relación profesional y sentimental, que abarcó la etapa más gloriosa, inspirada y emblemática del director, incluyendo Suspiria (ella coescribió el guión), Inferno, Tenebre, Phenomena y Terror en la ópera. No es casual, tampoco, que en 1975, año del estreno de Rojo profundo, haya nacido la hija de ambos: Asia Argento, hoy figura con nombre propio. La familia coincidió en La Terza Madre, cierre de la trilogía de las Tres Madres, también el último film de Daria.
Rojo profundo significó un triunfo desde todo punto de vista para Argento, que ganó confianza para imponer una lógica muy suya en cada una de sus creaciones. Su influencia no se limitó a los gialli venideros sino que trascendió a otros territorios y nacionalidades. John Carpenter no tuvo inconvenientes en admitir que las tomas subjetivas y la banda sonora lo inspiraron a la hora de hacer Halloween, su película bisagra. En las últimas décadas, James Wan contó que el muñeco tan cuestionado fue la principal referencia para el que usa Jigsaw en la saga de El juego del miedo.
Esta nota resulta insuficiente para adentrarse en Rojo profundo (es posible encontrar ensayos exhaustivos y detallados, a cargo de otros autores), pero bien valía rescatar los elementos que la hicieron única y que torcieron -y enriquecieron- la trayectoria de Dario Argento, del género y del cine todo.