Las “derivas” de Nanni Moretti nos recuerdan a los artificios de las vanguardias, el cine dentro del cine, la ruptura de la cuarta pared, la autocrítica feroz, la búsqueda de una narrativa no lineal. Algo que no es nuevo en Moretti, pero que en esta película se expresa como un manifiesto de la crisis, tanto política, cultural e ideológica.
Giovanni (Moretti) está filmando una película situada en la Roma de 1956, cuando el circo Budavari llega desde Hungría. En esos días, los tanques soviéticos invaden Budapest y Ennio (Silvio Orlando), director de la sección Quarticciolo del PCI, entra en conflicto con su compañera Vera (Barbora Bobulova), una militante en crisis con el alineamiento automático de los partidos comunistas de Italia y del mundo con el régimen estalinista.
En el presente, la vida del director también está en crisis. El matrimonio con su productora (Margherita Buy) se termina luego de 40 años. Además, ella nunca le cuenta que está siendo tratada por un psicoanalista y que ha decidido producir otro tipo de películas. La crisis también llega a su paternidad cuando se entera del romance que la hija de ambos, Emma (Valentina Romani), inicia con un hombre mucho mayor (Jerzy Stuhr). Todo parece estar en estado de ebullición para Don Giovanni (nombre con resonancias machistas).
En general actúan varios de los actores de sus películas más recientes, donde desentona Mathieu Amalric; haciendo del productor del film, no sabemos muy bien el rol que cumple: sus parlamentos son tan obvios que se podrían haber suprimido, y cada vez que grita, canta o habla parece como si estuviera de visita al dentista y le estuvieran extirpando una muela de juicio. Mala suerte para el bueno de Mathieu.
La mirada política e ideológica de Moretti en este film está más cerca de la perspectiva trotskista que la del PC aún en su variante eurocomunista. La idea de la “revolución permanente” es más a fin a la estética y la ideología de Moretti que a la de una izquierda más moderada, todo tamizado en ese espíritu circense, felliniano, donde nada es muy importante.
En Il sol dell’avenire, de Nanni Moretti, hay varios tiempos fundiéndose, en un limbo nostálgico que opera como una dialéctica negativa del presente, ya que actores y personas cantan y bailan temas del cancionero italiano de los 60 mientras Giovanni, como si fuera un monje budista, se aísla de su realidad viendo clásicos de cine que ya nadie quiere ver.
Con sutiles repercusiones del actual conflicto entre Rusia y Ucrania que impone interrogante de todo tipo sobre Europa, Moretti nos convoca a ser conscientes, a no callarnos, a no ser meros consumidores de películas adocenadas en plataformas de streaming (es muy delirante la referencia a Netflix). El recuerdo del aplastamiento de la revolución en Hungría impulsa mandatos éticos sobre nuestro presente y a levantar la voz para no ser cómplice de las implicancias futuras para nuestras democracias.
En síntesis, un film de Moretti que no aporta, ni en lo temático ni en lo formal, novedades en su filmografía. Pero el director italiano sabe salir del propio laberinto, donde nada es tomado con demasiada seriedad e importancia. Y ese clima descontracturado, tan poco frecuente en los films de hoy que oscilan entre los exageradamente pretenciosos o los estúpidamente banales o demasiados obvios rendidos a las pantallas verdes de los efectos especiales, aporta aire fresco a nuestra mirada.
(Italia, Francia, 2023)
Dirección: Nanni Moretti. Guion: Francesca Marciano, Nanni Moretti, Federica Pontremoli, Valia Santella. Elenco: Nanni Moretti, Margherita Buy, Silvio Orlando, Barbora Bobulova, Mathieu Amalric, Zsolt Anger, Jerzy Stuhr, Arianna Pozzoli, Valentina Romani, Teco Celio, Elena Lietti, Flavio Furno. Fotografía: Michele D’Attanasio. Edición: Clelio Benevento. Música:Franco Piersanti. Duración: 95 minutos.
