MONTAÑAS DE AGUA
Simón de la montaña pertenece a varios grupos de películas. Uno de ellos podría denominarse “cine de las certezas”; uno integrado, en su mayoría, de largometrajes con visión equina: van simplemente hacia adelante, están muy seguras de lo que quieren decir y narrar y no dejan espacio para la incertidumbre, esa instancia que convierte a una película en algo aún más grande. Según distintas miradas sobre el cine contemporáneo, la certeza puede ser una virtud o un vicio. En la obra de Federico Luis, tanto en Simón como en sus últimos cortos, es más bien parte de una estética que aún espera por ese instante en el que la confusión o la duda se impregne en sus bellas imágenes.
Simón se nos presenta como uno más de un grupo de chicos con discapacidad. Mientras suben una montaña, con un viento que da miedo, vemos la dinámica del colectivo. Todos se ayudan entre ellos, pero Simón parece controlar mejor la situación. Sucumbido por recurrentes movimientos con la cabeza y tics nerviosos, él está ahí como un outsider. Algo así como una inclusión inversa, si es que eso existe. Luego lo vemos aprender qué es un audífono, descubrir las relaciones que existen entre sus nuevos amigos y negarse todo el tiempo a entregar su carnet de discapacidad. Claro, no tiene uno. Simón no debería estar ahí.
Federico Luis se adentra en la zona de montañas en la que vemos pocos habitantes, diminutos ante semejante paisaje, y es como si su cámara, con la cual registra este mundo particular, tomara vida propia. Simón de la montaña cuenta la historia del joven que le da título, un muchacho entre confundido y misterioso, que comienza a juntarse con un grupo de personas con discapacidad en un centro. Cuenta también la vida de una familia y de una infancia rota. Pero esta no es una segunda historia dentro de la película, sino toda su justificación. Luego de la aparición de los personajes, el director nos muestra de qué está realmente compuesta su película: de represiones, deseos, nostalgia y una tensa aspereza, sobre todo si ponemos el foco en la actuación de Toto Ferro como Simón. Es que la interpretación de Ferro lleva a la película a otro nivel y no la deja reposar en el océano de las historias olvidadas: de miradas perdidas nace el encanto de la película, pero también el disfrute que se desprende de ver a un actor en estado de gracia. Algo que sucede cada vez menos y no sólo en el cine argentino.
Pero la cuestión con Simón de la montaña no es culpa ni de la película ni del director, es dónde y quién la legítima. Sin necesidad de ver los laureles antes de las productoras, el coqueteo con los límites entre la crueldad y la liviandad la convierten rápidamente en una selección obvia para un lugar como Cannes, el más grande reservorio para obras que hacen de lo abyecto, un motivo para largas ovaciones. Afortunadamente, Federico Luis no alcanza ese punto sin retorno y, en los mejores momentos de su película, se ubica más cerca de Bruno Dumont que de, por decir uno, Östlund. Aun así, que te legitimen de esa manera no es una virtud, ni un vicio: a esta altura es, más que nada, un problema. Y Simón no pudo escapar de él.
(Argentina, Chile, Uruguay, 2024)
Dirección: Federico Luis. Guion: Federico Luis, Tomas Murphy, Agustín Toscano. Elenco: Toto Ferro, Pehuen Pedre, Kiara Supini, Agustín Toscano. Duración: 96 minutos.