EL MAL Y TODAS SUS FORMAS
The Devil’s Bath es, ante todo, una inmersión de lenta y desesperada agonía. Los directores Veronika Franz y Severin Fiala (Goodnight Mommy) ofrecen una cruda historia en la Alta Austria del siglo XVIII.
El film comienza con una primera escena desgarradora: una mujer toma en brazos a su bebé que llora y lo acompaña hasta la cima de una cascada. Allí, con expresión severa, deja caer a la criatura hasta la muerte, luego de lo cual camina rumbo a la prisión cercana para anunciar: “He cometido un crimen”. Su castigo es terminal y su cuerpo, decapitado ahora, pasará a ser exhibido a modo de una sombría advertencia sobre el efecto de los pecados. Esta secuencia funciona como prólogo a la historia central de la película y permite, asimismo, comenzar a delinear las primeras pinceladas de una atmósfera asfixiante.
Rápidamente se presenta a la heroína, Agnes (Anja Plaschg), una mujer recién casada, quien poco a poco descubre que la vida conyugal no es exactamente como pensaba. Ella concentra sus esfuerzos en cumplir lo que la sociedad de la época espera de ella: convertirse en una buena esposa y parir hijos varones. Pero estas prosaicas obligaciones maritales conducirán a la joven a un descenso psicológico imposible de sobrellevar.
Medea desencadenada
Agnes emprende el camino a la celebración de su boda con pocas pertenencias: una pequeña caja con la colección de insectos, una gallina (su dote) y un dedo amputado de muerto, obsequio de su hermano, como talismán para atraer la fertilidad. Durante la celebración, ella hace un descubrimiento accidental sobre la sexualidad de su futuro esposo, pero el clima festivo la alienta a olvidar rápido lo visto. De hecho, es la fiesta de casamiento el único respiro dentro de la oscuridad literal y figurativa que Agnes experimentará en su vida.
A partir de allí se establece para la joven una rutina de obligaciones opresivas e incesantes, bajo el escrutinio rígido de su suegra (Maria Hofstätter) y la indiferencia de Wolf (David Scheid), su esposo. Agnes toma, con cierta iniciativa, las faenas e intenta desarrollarlas de la mejor manera posible, aunque siempre fracasa ante los ojos de los demás: no es buena con las tareas domésticas. Tampoco demuestra ser muy apta para el trabajo, y mucho menos parece ser una buena candidata a quedar encinta. A propósito de esto último, el film muestra los sucesivos rechazos frente a cualquier intento de acercamiento sexual a su esposo, y con la misma claridad, expone los reproches de su suegra en su fracaso de darle un nieto. Las consecuencias públicas por no quedar embarazada van dirigidas exclusivamente para la joven. Estas desoladas situaciones comienzan a ser recurrentes hasta subsumirla en una profunda depresión y en un pensamiento innombrable que invade su mente.
Los constantes sermones de Gänglin oscilan entre la intromisión y la insolente, al punto de que la joven espeta a su marido: “¿Ella vendrá todos los días?”. Esta repetición insoportable hará que Agnes intente salir de ese infierno a partir de buscar “un cuarto propio”, un espacio en donde pueda reconstruir su identidad. Esos lugares le son conocidos en la profundidad del bosque. Como sabemos, este es un lugar iniciático por antonomasia y allí podremos ver a la joven reflexionar en su lugar favorito: el sitio de la mujer decapitada. Agnes pasa mucho tiempo observándola. Su mirada se va transfigurando a lo largo de las reiteradas visitas. Al principio casi no podía mantener la vista sobre la Medusa caída en el suelo. Luego de un tiempo, Agnes va desarrollando una operación indicial que involucra el rostro de la mujer decapitada, unas cabezas de pescado colgadas en un gancho en su cocina y su propia identidad. Todo esto concluye en una gestualidad pincelada por la compasión y comprensión.
El paulatino abandono de las tareas domésticas irrita a Wolf y Gänglin, quienes se preguntan en qué pierde el tiempo más allá de la cuestión en torno a la tutela del esposo y el lugar de la mujer tradicionalmente dado hacia lo doméstico. La inquietud de la familia de Agnes tiene que ver con la disposición de una esfera privada de ocio. Es una cuestión de poder: la disponibilidad de un espacio subjetivo es una idea muy peligrosa porque atenta contra el orden de una comunidad toda. Agnes está haciendo todo tipo de cosas cada vez más peculiares, como masticar insectos muertos, frotarse la lengua con espinas o tomar a un bebé con el que se topa en el bosque y llevarlo a casa para presentar “el milagro” a su marido. Estas conductas resultan perturbadoras para quienes la rodean, pero para Agnes son sencillamente disruptivamente liberadoras.
En este afán por racionalizar el comportamiento de la muchacha, aparece entonces la cuestión de la “melancolía” como diagnóstico explicativo de su sufrimiento. Un curandero le ofrece un método aberrante con el fin de curarla. Sin embargo, el tratamiento no alivia el malestar de la cultura de Agnes, no puede hacerlo. Ella está condenada a una vida sin alternativas de forzado servilismo, es un dolor de índole ético. Poco a poco se irá transformando en un fantasma que recorre el bosque intentando salvarse a sí misma frente a la indiferencia del mundo.
La única alternativa real de salida a ese infierno está inscripta en el horizonte de muerte que propone el prólogo. Desde ese lugar, es atendible reflexionar en torno al final de la película. En la conclusión, aparece una dedicatoria a las mujeres de la vida real que han inspirado esta historia con lo que todo lo visto anteriormente, re-actualiza el horror. Hemos asistido a una mirada desesperanzadora en torno a la feminidad de la época, cuyo único destino humanizado es el suicidio.
Justamente, la explicación de la matanza ritual de niños es una información que el filme elige proporcionar al espectador hacia el final. Es una decisión estética con consecuencias éticas muy interesantes. Los directores prefieren mostrar a su heroína en la singularidad del periplo antes de convertirla en una estadística más como probablemente lo hará la historia real. Su descarnada historia será narrada en la potencia de su subjetividad y no como ejemplo cruento.
Un cuento de hadas fallido que enfrenta el alma humana al horror de transitar una existencia sin expectativas.
(Austria, Alemania, 2024)
Guión y dirección: Veronika Franz y Severin Fiala. Elenco: Anja Plaschg, Maria Hofstätter, David Scheid, Natalija Baranova, Lucas Walcher. Producción: Ulrich Seidl, Bettina Brokemper. Duración: 121 minutos.