CAMINAR Y CONVERSAR
“No sé si se dan cuenta que ya me transformé en un pastor evangelico” dice Lucrecia Martel en una clase magistral que dió para la Fundación Alternativa en el 2024. Es una frase que suele repetir en sus conferencias. Normalmente el repertorio es el mismo aunque tiene sus variaciones. Aparece lentamente en el escenario donde su presencia se impone. Suele vestir pantalones anchos con sacos de hombreras que se conjugan con unos lentes a lo Victoria Ocampo y su particular bastón. Tiene algo de Charles Chaplin y no solo por su indumentaria: Martel tiene la capacidad de hacernos llorar y reír de un saque, de un momento a otro. A lo largo de sus charlas va del desánimo más profundo a la esperanza, como lo hace Chaplin en sus películas. Su oralidad nos envuelve en un túnel oscuro lleno de monstruos para luego mostrarnos la luz al final del camino.
Las conferencias que ha dado Lucrecia Martel estos últimos años en diversas instituciones son un género único en sí mismo. Como ella misma dice, se parecen a una misa secular donde se mezclan las verdades con las preguntas. La diferencia con el rito católico es que Lucrecia no pretende evangelizar o revelar alguna certeza absoluta. Todo lo contrario, lo que quiere ella es pensar, entender, conversar. Manejarse entre un cúmulo heterodoxo de ideas y pensamientos que sugieran un futuro, algo que sirva de guía para jóvenes cineastas.
Gracias a esta virtud de la directora de La ciénaga (2001), la editorial Caja Negra supo identificar la potencia de su voz y se encargó de publicar la maravilla que es Un destino común. Intervenciones públicas y conversaciones. Una recopilación de algunas charlas y diálogos donde se vislumbra el poder redentor de sus palabras. La manera por la cual el discurso de Martel logra moldear ciertos interrogantes. Como consecuencia de un arduo y secreto trabajo de investigación, probablemente estemos frente a uno de los eventos editoriales del año.
El libro está compuesto por tres secciones que responden tanto a un orden cronológico como temático. En la primera parte se recopilan charlas realizadas entre el 2009 y 2020 que versan sobre lo cinematográfico y su narrativa. En ellas se despliegan una gran variedad de herramientas que abordan sobre todo problemáticas en cuanto al sonido y su importancia en las películas. A continuación, una segunda parte que consiste en una serie de diálogos con César González, Carla Simón y Leila Guerriero. Por último, una sección con sus conferencias más recientes donde la temática principal es el futuro. No solo el futuro del cine, que es fundamental, sino también el de la humanidad. Martel se pregunta hacia dónde vamos como sociedad y ensaya algún tipo de respuesta.
En la primera parte llamada Sobre cine, sonido y narrativa se pueden leer algunas de las ideas de Lucrecia en torno a sus películas y del cine en general. Allí se observa la importancia que le da la directora al sonido. Logra graficar la idea de una manera hermosa, didáctica: plantea que la sala de cine es una pileta vacía, a pesar de que no haya agua, el sonido nos envuelve y nos atraviesa como un fluido. Es decir, uno está inmerso en el ambiente sonoro y no necesariamente en la pantalla. Uno puede cerrar los ojos para abstraerse pero no los oídos. Por eso es fundamental el sonido en el cine. A diferencia de las imágenes, su presencia es inevitable.
En el medio del libro tenemos una serie de conversaciones que tiene Lucrecia Martel con distintos intérpretes. Son diálogos amables que no solo giran en torno a ella sino donde también se cuelan y se hacen fuertes las voces de los otros. Tanto César González como Carla Simón y Leila Guerriero se sienten intrigados con la figura de la creadora de La niña santa (2004) pero también tienen algo que aportar desde su experiencia. Por lo tanto, en estas conversaciones encontramos un ida y vuelta que se vuelve valioso por su pluralidad. Lucrecia habla, pregunta y deja hablar. Queda clara su pasión por conversar con la gente.
Hacia la última parte se encuentran cuatro de las charlas que dio en los últimos años. La idea general que ronda estos textos es la de que hay que inventar un futuro. En mayor o menor medida lo que subyace en esta última parte es que la falta de imaginación -y otras cosas- en el presente se combate con futuro. Tanto los jóvenes cineastas como los artistas en general deberían dejar de repetir ciertas fórmulas que ya no funcionan y crear nuevas narrativas, nuevos mundos. Lucrecia Martel de alguna manera plantea que tenemos que deshacernos de cierta educación convencional que genera productos culturales mediocres para abrazar a la novedad, a la imaginación.
En conjunto, este libro forma una galaxia de ideas que si bien no tienen como fin adentrarse en la obra cinematográfica de Martel, sí funcionan como un halo de esperanza en tiempos críticos. Son textos que sirven para pensar el cine y su futuro, no desde una perspectiva derrotista, sino desde una mirada combativa. Lucrecia tiene esperanzas en el futuro. Posee una fe inquebrantable en el cine como algo útil que le hace seguir adelante. Como ella dice: “El cine quizás nos permita sacudir esa arbitrariedad normalizada de la realidad y nos ayude a ver la posibilidad de un cambio”.








