STAR WARS – Episodio VII
OTRA NUEVA ESPERANZA
Con Episodio VII – El Despertar de la Fuerza (2015) regresa la única trilogía capaz de desatar luchas de sables imaginarios entre sus fans, sin dudas los más entusiastas a la hora de disputar conocimientos. Si bien George Lucas nos preparó para la existencia de la precuela, no dejó pautas claras para su continuación. La historia se mostraba concluida en Episodio VI – El regreso del Jedi (1983) cuando se cumple la profecía y es el fin, justamente, de la guerra de galaxias.
Las posibilidades eran inciertas considerando que su creador es ahora solo un espectador más de su propia historia. Pero las intenciones de Disney, el nuevo dueño de la franquicia, quedaron expuestas al contratar a J. J. Abrams y a Lawrence Kasdan. Por el lado del director, un conocido profesional a la hora de generar nostalgia; por el del guionista, el responsable de la mejor película de la saga, Episodio V – El imperio contraataca (1980) y de Episodio VI. Juntos realizaron un producto que funciona de repaso. Así también logran atraer a un público nuevo, ya que se puede prescindir de los episodios anteriores en caso de ser necesario. Una remake encubierta que entretiene y nos hace llenar de exclamaciones que van desde la sorpresa hasta la ira.
Al director de Super 8 y Star Trek, declarado fanático de Star Wars, el proyecto le sentó mejor que al mismo Lucas. Ver los Episodios I, II y III y encontrarse inmersos en brillantes escenarios artificiales con exceso de tecnología CGI fue decepcionante. En cambio Episodio VII es un retorno a la estética pop saturada de azul y rojo, donde los espacios se perciben reales. También es volar a la velocidad de la luz dejando atrás las estrellas o en una nave caza sintiendo de cerca los disparos. Es un regreso satisfactorio al humor Han-Soleano con nuevos personajes que lo sustentan, sin necesidad de un Jar Jar Binks irritante. En cuanto a la realización, con planos cercanos que se mueven con firmes travellings en busca de la acción y acercamientos bruscos para enfatizar las emociones, no solo mantiene sino que mejora la intención de la original.
Episodio VII es el lado Dub de la que inicia este fenómeno cultural: Episodio IV – Una nueva esperanza (1977). Me refiero a la reformulación del material conocido con el agregado de nuevos personajes en reemplazo de los anteriores, pero haciendo énfasis en la aparición de los actores originales treinta años después. De hecho, no sólo su parecido es manifiesto en cuanto al argumento, sino que también posee los mismos descuidos narrativos que existían en la única dirigida por George Lucas. Podemos encontrar idénticas casualidades prácticas para prescindir de explicaciones, algo que le sienta bien al creador de Lost.
Ya con las primeras imágenes (re)conocemos la historia. En vez de estar la Princesa Leia acorralada escondiendo un plano en el vientre de R2-D2, El despertar de la fuerza comienza con Poe Dameron (Oscar Isaac) en similar situación pero con BB-8. Esta vez el McGuffin es un mapa con la localización de Luke Skywalker. El droide se encuentra con Ray (Daisy Ridley) en Jakku, así como antes lo hizo R2D2 con Luke en el también el desértico Tattoine. Kylo Ren (Adam Driver) es el nuevo Darth Vader, quien con un innecesario casco parece más un adolescente rebelde y confundido que un ser despiadado. Él, junto al General Hux (Domhnall Gleeson), a quien podríamos comparar con Gran Moff Tarkin aunque más deslucido y nazi que éste último, están en la Base Starkiller. Esta es la tercera estrella de la muerte que vemos en cuatro películas, cuyos puntos débiles siguen siendo idénticos a las anteriores (no por nada son “de la muerte”). Ahí comienza lo que los títulos pregonan: la búsqueda de Luke, quien como Yoda en el Episodio V está autoexiliado, porque le pasó lo mismo que a Obi-One con Anakin: un aprendiz se pasó al lado oscuro.
A simple vista reconocemos el Halcón Milenario y con esta nave empieza el derrotero de evocaciones de todo tipo. Las hay dramáticas, como la reflexión de Kylo Ren frente al casco chamuscado de Darth Vader, o injustas, como que Han Solo sea otra vez un traficante y no el líder que esperábamos. Los nuevos integrantes agregan su dosis emotiva al mostrar un fanatismo infantil por cada personaje histórico o relato de su pasado reciente. De esta forma intentan representar al espectador, y es donde Disney muestra la hilacha.
Hasta acá la dubeada funciona. Pero que Finn (John Boyega), un ex stomptrooper encargado de la limpieza, empuñe como si nada el mítico sable de Luke es una falta de respeto hacia la fuerza. Peor es el destino de Han Solo, otra vez castigado en lo que podríamos clasificar como la muerte más anunciada y menos dramática de la historia del cine. Sucede para poder continuar hacia el próximo episodio o porque Harrison Ford imponía un cachet importante acorde a su encantadora sonrisa. Una muerte sin emoción ni lucha, mientras Chewie, Rey y Finn lo observan inmóviles desde la altura como si fuera una obra de teatro.
Aunque aún no sepamos los niveles de midiclorianos que posee Rey, presumimos que son altos por sus capacidades innatas. Sin ningún tipo de entrenamiento logra lo que al pobre Kylo Ren le llevó años de aprendizaje. Los de la actriz Daisy Ridley seguro son destacables, ya que la interpreta casi sólo con la mirada. Es lo mejor que tiene para ofrecernos esta nueva trilogía, junto con la oscuridad que manifiesta Mark Hamill con el ya no tan joven Skylwalker. Además, dentro de la odisea creada por Lucas, el personaje femenino más importante era una princesa, un claro título para restarle valor a su liderazgo. Ahora, sin escapar a la actual coyuntura, no sólo el destino de los Jedis está en manos de una mujer, sino que Leia es General. Hasta intentaron crear un líder malvado con la Capitán Phasma, aunque sin mucho vuelo. También está Maz Kanata, una mezcla de Yoda con E.T., dueña de un bar y sensible a la fuerza, que ahora sí se siente equilibrada.
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