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CRÍTICAS - STREAMING

Star Wars: The Acolyte

1. La presentación del caso

Demasiado misterio. Ese es el problema de The Acolyte: todo es un misterio. Los protagonistas, sus motivaciones, pasados, aspiraciones, enojos, relaciones: misterios. La trama, sus causas y efectos: también, misterios. 

A partir de Lost, muchas series se empezaron a construir como puzzle boxes, o cajas de acertijos. Es una estructura ideal para estimular el visionado compulsivo, maratónico, adicto. En los peores casos, ni siquiera nos interesa o nos gusta la serie, pero igual queremos ver cómo se resuelve. Nos rendimos ante la fatalidad de arrancar el próximo episodio. El misterio narrativo abre un hueco en nuestra percepción. Necesitamos llenar el hueco, gestálticamente, y conocer la respuesta que —ya intuímos— nos decepcionará. 

The Acolyte está atrapada en su propia caja de acertijos. Como la serie es un policial intergaláctico, vamos a investigar el caso como detectives. (Les advierto: habrá spoilers). 

 

2. El despliegue de la evidencia

Expongamos la trama de forma lineal. El guion es muy confuso, así que vale la pena desentrañar el enredo narrativo. 

Todo empieza en un planeta remoto y aparentemente despoblado. Estamos en la era de la Alta República, un siglo antes de las precuelas de Star Wars. Nuestros protagonistas son cuatro maestros Jedi en busca de una supuesta “vergencia” o concentración inusual de la Fuerza, la energía que vincula todas las cosas. Durante su investigación, encuentran una comunidad de brujas en una fortaleza montañosa. Y observan que ellas están entrenando a dos niñas, hermanas gemelas, en el uso de la Fuerza (o del Hilo, como ellas lo llaman).

Según los Jedi, su orden tiene el derecho legal —conferido por el gobierno de la Alta República— de probar, adoptar y entrenar a cualquier menor de edad sensible a la Fuerza. Por lo tanto, ingresan en la fortaleza, interrumpen un ritual brujístico y exigen llevarse a las niñas, Mae y Osha, para comprobar sus aptitudes. Se arma un quilombo bárbaro. 

Las brujas, obviamente, se sienten invadidas. Y los Jedi, por su lado, desconfían de la magia del aquelarre, y creen que las niñas corren peligro. En su afán de rescatarlas, matan a todas las brujas —entre ellas, la madre de las niñas— en un enfrentamiento accidentado. 

Mientras tanto, las gemelas se pelean: Osha quiere irse con los visitantes y explorar la galaxia; Mae, todo lo contrario. Encierra a su hermana en un cuarto y —sin querer, en un rapto de torpeza piromaníaca— incendia la fortaleza. En el caos posterior, Mae atestigua la matanza de las brujas y luego se cae en un precipicio; Osha sale de su encierro, escapa con los Jedi y se convierte en aprendiz del Maestro Sol, uno de los involucrados en la tragedia.

Pasan años, décadas. Osha abandona la orden Jedi y se dedica, de adulta, a reparar naves espaciales. Hasta que un día, alguien empieza a eliminar a los Jedi responsables de lo ocurrido en la fortaleza. Osha es la principal sospechosa, por la descripción física de los testigos. Pero no tarda en descubrirse que la asesina es Mae. Sigue viva y quiere venganza, impulsada por su mentor, un poderoso —y desconocido— usuario del lado oscuro de la Fuerza. 

Osha, que necesita limpiar su nombre, se une al Maestro Sol para rastrear y detener a Mae. Un dato importante: Osha no sabe lo que ocurrió en la fortaleza, porque no alcanzó a verlo en la confusión del incendio; y porque el Maestro Sol siempre se lo ocultó. La reaparición de Mae, entonces, amenaza con destapar la verdad. 

3. La enumeración de los crímenes

Expuesta así, la trama parece más o menos sencilla. 

Los objetivos de los protagonistas son claros: Mae, consumida por el odio, pretende vengar la memoria de las brujas. Su mentor, Qimir, un probable Sith, vehiculiza el dolor de Mae para lastimar a la orden Jedi. Osha, por su lado, quiere averiguar por qué su hermana gemela se convirtió en una asesina; y qué sucedió —exactamente— la noche del incendio. 

Sol, mientras tanto, se hunde en su culpa. Mae es el recuerdo vivo de su peor fracaso, su pecado original: el exterminio del aquelarre. Quiso entrenar a Osha para redimirse, pero no hay redención posible basada en una mentira. Osha nunca llegó a ser Jedi y ahora su hermana se pasó al lado oscuro. Todo mal. 

Pero la serie no es tan lineal. Desordena los eventos y los cuenta a través de flashbacks. Arranca con los asesinatos de Mae; vuelve al pasado, a la fortaleza; luego regresa al presente, a la persecución detectivesca de Sol y Osha. Y en este movimiento pendular, se llenan los baches. 

Pero hay demasiados baches y quedan vacíos demasiado tiempo. No entendemos casi nada sobre nadie durante casi toda la serie. 

¿Quién es Qimir? ¿De dónde viene? ¿Quién lo entrenó? (Se revela en el último episodio). ¿Quién lo empujó hacia el lado oscuro? (No se explica). ¿Quién es la figura sombría que lo observa, desde una cueva, en el planeta oceánico donde está recluido? (Tampoco se explica, aunque los fanáticos de Star Wars sabemos su nombre: Darth Plagueis). 

¿Qué rol tuvo el Maestro Sol en la muerte de las brujas? (Lo descubrimos en el anteúltimo episodio). ¿Qué hacía o investigaba en las inmediaciones de la fortaleza? ¿Por qué se interesa por las hermanas? (Otra vez: anteúltimo episodio). ¿Por qué considera que las niñas están en peligro? (La explicación no me convence). 

¿Por qué Mae está asesinando Jedi? ¿Qué vio durante aquella fatídica noche? ¿Cómo sobrevivió? (También: anteúltimo episodio). ¿Por qué Osha se alejó de los Jedi? ¿Por qué odia a su hermana, incluso antes de los asesinatos? 

Hay un misterio que afecta a todos los demás: ¿Quiénes son Mae y Osha? La respuesta, como las otras, llega tarde: resulta que las gemelas, en realidad, son un mismo ser partido en dos. (Lo cual dispara otra duda: ¿Cómo se dio esta división? Pues, gracias a la “vergencia”. Sí: nos enteramos en el anteúltimo episodio). 

No hay dos protagonistas sino una sola. Mae y Osha son —básicamente— recipientes. No tienen motivaciones o psicologías propias. Son personajes inestables, en tránsito, en flujo, aspectos de una única consciencia. 

Al final, se lleva a cabo una inversión simbólica: Osha se convierte en Mae y Mae, en Osha. Es decir, cambia el vínculo de ambas con la Fuerza: Mae, la asesina de Jedi, se somete al cuidado de la orden; Osha, tras escuchar el secreto de Sol y matarlo, se une a Qimir. Pero no hay una verdadera inversión: ambas siguen siendo expresiones de una sola personalidad, balcanizada.

Es el clásico tema del doble, del doppelganger. Pero se introduce cuando la serie está por terminar. No hay tiempo para ver cómo Mae y Osha se replantean sus identidades y su relación de hermanas. Tampoco hay tiempo para reflexionar sobre el sentido de la trama, porque ya perdimos todo ese tiempo (toda la temporada) en apenas averiguar qué cosas se estaban tramando. 

Si ignoramos que son la misma persona, entonces Mae y Osha son incomprensibles, caprichosas y antojadizas. Así las juzgamos durante prácticamente toda la serie, porque se nos niega un dato clave para poder empatizar con ellas (o con ella). 

Lo mismo ocurre con el Maestro Sol. Podría haber sido un personaje fascinante, un Jedi aparentemente honorable y sabio que, sin embargo, comete un error espantoso y lo encubre durante décadas. Es un hombre a punto de quebrarse bajo el peso de sus remordimientos.

Pero como no sabemos —hasta el final— lo que hizo en la fortaleza de las brujas, entonces no apreciamos su conflicto interno. Vemos a un tipo vagamente apesadumbrado, que arrastra un malestar que puede ser existencial o estomacal, sin advertir qué le pasa. 

 

4. Las conclusiones del caso

 

Hay una superpoblación de misterios y revelaciones. Por sí solos, serían válidos; juntos, aburren. 

No conectamos con ningún personaje porque nunca conocemos a nadie: se nos esconde la naturaleza de las protagonistas, el origen del villano y el pasado del maestro Jedi. Todos son personajes opacos, que encubren algo o desconocen quiénes son. Lo que se explica, se explica recién al final; lo demás, se deja picando para una segunda temporada que todavía no se confirmó y que, francamente, nadie está esperando. 

Ahora bien, The Acolyte es un policial. Es lógico —según los cánones del género— que falte información, que haya sombras y misterios, enigmas y acertijos. Los detectives siempre trazan un camino de la ignorancia a la sabiduría, de la sombra a la luz. (Aunque a veces la luz es un anzuelo, un engaño). 

El policial es metafísico. La pregunta siempre es: “¿Qué es lo que podemos saber?” Sospechamos que hay límites: algunas cosas no se pueden saber. Es como el límite del lenguaje según Ludwig Wittgenstein: sobre lo que no podemos hablar —para lo que no hay palabras— conviene callar. 

En el policial negro, particularmente, el crimen, el pecado y la muerte están en las cosas, en la ciudad, en los callejones. Es la esencia del espacio que nos rodea, lo inanimado que cobra vida. (El legado del expresionismo alemán). No hay escape. Podemos resolver el caso, pero el mal es inaprensible y se encuentra en todas partes. Si falta información, es porque el mundo la oculta, porque “no saber” es una condición de la vida. 

En The Acolyte, la falta de información es más banal. Es una estrategia para que sigamos viendo la serie. La información falta porque el guión no quiere compartirla. Es un capricho narrativo, no una postura filosófica. 

Esta superficialidad queda en evidencia durante los flashbacks. La matanza de las brujas se relata dos veces, en el tercer capítulo y en el séptimo. La primera vez, desde el punto de vista de Osha; la segunda, desde las perspectivas de Mae y Sol. Es el famoso planteo de Rashomon, de Akira Kurosawa. 

Pero The Acolyte no construye la mirada o la subjetividad de los personajes. Nunca abandonamos la omnisciencia de la cámara. Los eventos se nos presentan como hechos objetivos, no como las memorias distorsionadas de Osha, Mae o Sol. De hecho, algunas escenas se repiten más o menos de la misma manera. No hay una verdadera justificación para que el tercer episodio suprima lo que finalmente nos muestra el séptimo. 

Los personajes ya saben las respuestas que movilizan la trama. Sol, Mae y Qimir entienden mucho más que nosotros. Osha se acerca a nuestra ignorancia, pero no es la única protagonista, aunque sí la menos interesante. 

La gracia de un policial o de un relato de detectives es poder adelantarnos a la trama, anticipar la resolución. Queremos ser más inteligentes que los personajes. Pero eso es imposible en The Acolyte, porque nadie nos quiere decir nada. Es como ir a una fiesta de extraños donde todos se conocen y todos te ignoran. Una pesadilla. 

(Estados Unidos, 2024)

Creación: Leslye Headland. Elenco: Amandla Stenberg, Dafne Keen, Jodie Turner-Smith, Joonas Suotamo, Amy Tsang, Carrie-Anne Moss. Producción: Damian Anderson, Rob Bredow, Rayne Roberts, Eileen Shim.

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