La orquesta y el código binario.
Gracias al infierno en el séptimo arte todavía tenemos directores como Danny Boyle y guionistas como Aaron Sorkin, capaces de construir retratos tan reveladores como el que se da cita en Steve Jobs (2015). Muy lejos del profeta de la miniaturización tecnológica o del monstruo ególatra y despiadado, el protagonista del film en todo momento saca a relucir su apostolado de contradicciones a través de un verdadero vendaval discursivo, que a su vez obvia las diatribas de cotillón de aduladores y detractores -quienes suelen repetir como loros antropomorfizados lo que escuchan por ahí- para poner en cauce el desarrollo y no caer en los callejones sin salida de la anterior biopic sobre el susodicho, la inconsistente Jobs (2013). La película que hoy nos ocupa es una pequeña obra maestra que complejiza los estigmas del “sentido común” acerca del fundador y CEO de Apple, fallecido en 2011.
Aligerando sutilmente el acento crítico con respecto a Steve Jobs: The Man in the Machine (2015), el interesante documental de Alex Gibney sobre las miserias del señor, y tomando prestados varios componentes de Red Social (The Social Network, 2010), aquella otra maravilla de Sorkin centrada en la figura de Mark Zuckerberg, el opus de Boyle constituye un arquetipo extraordinario de lo que deberían ser las crónicas de vida, por lo menos en materia cinematográfica: aquí encontramos una suerte de “paneo conceptual” en torno a la idiosincrasia obsesiva y displicente de Jobs vía el backstage de tres coyunturas concretas (las presentaciones de las computadoras Macintosh, NeXT e iMac), y descubrimos los entretelones más opacos del que fuera uno de los popes del capitalismo global (sus facetas familiar y profesional se entrelazan mediante diálogos excepcionales que apelan a la furia).
Contra todo pronóstico, Boyle consigue exprimir al máximo -en el apartado visual- al guión de naturaleza teatral de Sorkin y para colmo sin invocar a su típica efervescencia ni a la multiplicidad de recursos de antaño, reemplazándolos con intercambios veloces entre los personajes, una puesta en escena vinculada a la intimidad detrás del circo mediático y finalmente una combinación prodigiosa de travellings, instantes de quietud y algún que otro flashback de talante ilustrativo. Esta adaptación semiconservadora del estilo del británico le juega muy a favor a la propuesta en su conjunto porque viabiliza el lucimiento de los actores a niveles insospechados: una vez más Michael Fassbender demuestra que es uno de los mejores intérpretes de la actualidad al ponerse en la piel de un Jobs exacerbado desde la perspectiva dramática, tan delirante en su perfeccionismo como violento en el plano social.
El elenco se completa con el exquisito desempeño de Kate Winslet como Joanna Hoffman, mano derecha del protagonista y ejecutiva de marketing de Apple y NeXT, y Jeff Daniels como John Sculley, CEO de Apple durante una década; a los que se suma el primer trabajo potable del otrora palurdo Seth Rogen, quien compone con prudencia a Steve Wozniak, uno de los grandes olvidados de la historia por ser el artífice de la Apple II -el primer éxito de la compañía- y el verdadero responsable de una revolución informática que se extiende hasta nuestros días. Aquí no se deja tema sin tratar dentro de la consabida amalgama de tópicos alrededor del personaje principal: de a poco desfilan el abandono al que sometió a su hija Lisa y a la madre de ésta Chrisann Brennan, su predisposición a maltratar a casi todo el mundo, los vericuetos de su salida y posterior regreso a Apple, el ninguneo a Wozniak, etc.
Inspirándose en parte en el retrato indolente de Alan Turing de la también imprescindible El Código Enigma (The Imitation Game, 2014), el tándem Boyle/ Sorkin mantiene una sana distancia para con Jobs y jamás desbarranca hacia el patético lodazal del ensalzamiento o la denuncia melosa, logrando que la honestidad, las paradojas y el desparpajo más humano sobresalgan ante todo. El convite apabulla con su perspicacia al echar mano a la noción de “director de orquesta” para dar cuenta de su falta de una formación educativa adecuada dentro del rubro tecnológico, sus tácticas gerenciales de amedrentamiento y su destreza para el marketing de los productos hogareños. Otro concepto interesante, que atraviesa a la obra de principio a fin, pasa por el esquema “binario” de Jobs, quien considera mutuamente excluyentes al trabajo minucioso y a la responsabilidad que atañe a los vínculos afectivos…
Por Emiliano Fernández