Este texto se lo debo a mi amigo Diego que, conversación mediante, me insistió para que lo escriba.
Aquí va el texto completo sobre la temporada 2 de Stranger Things.
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La premisa desde el inicio fue: transcurre en los años ochenta para hacer un homenaje a los films y las series icónicos de esa época; como si los ochenta guardaran el secreto del arca perdida. Sin embargo las citas y referencias a los films icónicos de ciencia ficción y terror –es decir fantásticos– son sistemáticas y obvias, ya lo eran en la temporada 1, y en esta segunda parte todo está mucho más exacerbado. Esa increíble nostalgia por unos años ochenta que se configuran así más como un recuerdo meloso que como una verdadera forma de entender al mundo. Es decir, que lo que construyen es una mirada edulcorada de esos films y no una idea de traspolación, una lectura que en el paralelo nos permita una reflexión. Pero claro, es que para eso hay que comprender que el cine siempre que es cine en su concepto nos arroja una profunda mirada sobre el mundo y que el fantástico es la mejor forma de hacer metáfora.
Pero no, en Stranger Things 2 todo es literal. No hay metáfora.
Allí nos encontramos con los homenajes literales tales como ver a nuestros héroes –si es que se los puede llamar así, porque poco tienen de, supongamos, Venkman, Stantz y compañía– vestidos de cazafantasmas para la fiesta de Halloween. O con la literalidad de cumplir en el relato con la premisa de que si en la parte uno había un monstruo asesino, en la parte dos para que funcione hay que multiplicarlo, tal es la premisa que James Cameron usó para su magistral Aliens. Pero sabemos, repetir fórmulas de manera mecánica no sostiene al relato solamente. Para que un relato fantástico funcione como tal hay que entender que esa otredad que aparece en forma de monstruo, eso que viene de “el otro lado” es la aparición en forma negada de lo sagrado, de lo ominoso, del mito que en este mundo en el que vivimos ha sido olvidado. Y, tal como entendemos al fantástico, si eso sagrado ha sido olvidado vuelve como forma maligna, vuelve como algo monstruoso y la única forma de vencerlo es justamente con lo que es propio de eso mismo, es decir con lo sagrado vuelto forma de bien, recuperado y restaurado como forma de refundar lo perdido. Así en Aliens, Cameron hace de Ripley una reconfiguración de la virgen María –entre muchas otras cosas–en el sentido más simbólico, porque es desde el lugar de la Madre que logra vencer a la Alien reina. Madre contra madre.
Y aquí está lo terrible de esta serie que, como dijimos, ya sucedía en la primera temporada pero que aparece explícitamente en esta segunda parte.
Ese otro lado, el monstruo sombra y el demogorgon multiplicado por mil no son más que una creación científica, un error producido en el laboratorio -esta idea es parte de la construcción monstruosa de muchas de las grandes obras del fantástico, en tanto y en cuanto reflexiona sobre la impericia y la omnipotencia del hombre para crear, es decir ocupar el lugar de Dios. Aquí el error está planteado como la búsqueda de un arma y si bien el científico es llamado “padre” por Eleven, ese nombre resulta tan vacío como el traje de cazafantasmas que usan los chicos.
Es decir copian forma, no sentido. Cuando se copia forma sin entender el sentido no es homenaje, no es extrañar, es copiar sin entender o con el objetivo de vaciar. Al igual que el cambio de piel del pequeño Dart, el demogorgon que cría Dustin. Dart cambia de piel al igual que el Alien, sólo que este monstruo no puede ser mascota de nadie, porque no come nougat sino hombres y mujeres, destruyendo todo a su paso. Copiar forma sin sentido es edulcorar la otredad hasta convertir el mal y el misterio en vacío para el alma.
2
Definida entonces la cuestión del fantástico, vamos a centrarnos en el capítulo final de esta segunda temporada, allí hay dos momentos que son definitivos en cuanto a esta idea y que tiene que llevarnos a pensar cuál es el objetivo de los Duffer brothers (no se sorprendan si para el año que viene se hacen llamar sisters, como otra pareja de ex brothers que anda vaciando sentido por ahí). Para ser directos, los Duffer copian formas y las vacían porque: 1- no saben hacer otra cosa y por pura nostalgia de esos tiempos, o 2- las vacían porque saben exactamente lo que están haciendo. Me inclino definitivamente por esta segunda. Veamos.
Will es invadido por el monstruo sombra que al parecer reina en “el otro lado”. Vemos, alrededor del capítulo tres, cómo se le mete literalmente en el cuerpo y cómo se va adueñando de él, es decir, cómo lo va poseyendo hasta que casi no queda Will en el cuerpo sino monstruo sombra. Will manifiesta que él, es decir el monstruo, prefiere el frió, así es que a lo largo de los capítulos y para mantener a Will con vida lo rodean de un ambiente fresco evitando el calor. Luego vemos que cuando los policías intentan quemar con lanzallamas el tubular laberinto que es el habitáculo del monstruo y sus secuaces, Will grita diciendo que se quema por dentro. Es decir, el fuego lo destruye.
De esta manera los personajes llegan a la conclusión de que Will será liberado de su huésped si logran hacerle inhóspita su estadía dentro de Will, y para eso su entorno debe ser caliente.
Se llevan a Will a una cabaña, lo atan a una cama junto al hogar a leña encendido y lo rodean de estufas eléctricas. El niño emite unos sonidos guturales, se retuerce y contorsiona, pide ayuda, cambia su voz, agarra a su madre por el cuello amenazándola de muerte, hasta que finalmente la sombra avanza por su cuerpo y sale por la boca del chico perdiéndose en el cielo nocturno. Como diría Cameron –ya que a la hora de hablar del fantástico es una de nuestras principales referencias– what´s wrong with this picture? Hemos visto aquella escena en múltiples películas, pero ¿en cuáles? En las películas de posesiones demoníacas y exorcismos, en donde la única forma de liberar el alma de la víctima de las terribles garras del demonio es con la ayuda de un cura o un rabino que mediante sus armas religiosas que saben de lo oculto, de lo sagrado, de lo misterioso, pueden enfrentar a las fuerzas del mal. A ver, expulsan a la sombra del cuerpo de Will con el calor de una estufa eléctrica; no hay cura, ni crucifijo, ni sagradas escrituras. Convierten así al exorcismo en un acto sin fe, pero claro el monstruo sombra no es el demonio, porque en nada creen los Duffer brothers más allá de sí mismos, no creen en la trascendencia, no creen en que en este mundo haya algo más allá de su propia creación, ni siquiera su nostalgia de aquellos ochenta es verdadera. Ellos son tan omnipotentes como el “padre” de Eleven.
Sigamos. En cualquier película o serie en donde hay un niño poseído por un monstruo, una vez que la medicina, el psicoanálisis y la psiquiatría han fracasado, la siguiente y lógica reacción es: ¡llamen al padre Karras! Pero claro en Hawkins no hay iglesia. Hay escuela, hay policías y hay laboratorio malvado, pero iglesia no hay.
Si hay posesión pero no hay demonio se hacen exorcismos vacíos de fe. No son actos sagrados, son actos mecánicos, copias formales y vacías de eso que el cine sabe hacer: devolvernos a los espectadores a ese estadio mítico que el mundo liberal y capitalista nos ha arrebatado. Los Duffer brothers lo saben y con esa supuesta nostalgia se ocupan sistemáticamente de vaciar aquello que no extrañan. Si extrañaran verdaderamente, su relato sería auténticamente sagrado y fantástico.
3
Dijimos que nos ocuparíamos de dos cosas centrales y reveladoras del capítulo final. Ya nos ocupamos del falso exorcismo de Will. Ahora vamos a ocuparnos de Eleven.
Ella es la chica con telequinesis que sangra por la nariz cuando usa sus poderes. Bien, todos queremos a Eleven, si no la querés es que no tenés sangre en las venas. Como no adorar a una pobre niña que fue arrebatada de los brazos de su madre al nacer y que fue utilizada por unos hombres malos como objeto de experimentos científicos, como un intento de arma para usar en la guerra fría. Y sin embargo, toda ella encarna una idea siniestra, no como producto de esa diégesis, es decir como el arma que creó ese otro lado lleno de monstruos, sino como creación de los hermanos Duffer que detrás de ella arman toda una forma vacía de sentido.
Veamos más en detalle. Si en el grupo de amigos compuesto por los protagonistas de la serie cada uno tiene una función –dicha función es expresada directamente por Mike en un determinado momento, ya que los muchachitos son por decirlo de alguna manera, autoconcientes– Eleven ocupa en el grupo el lugar de “la maga”. Ella, con su telequinesis y su sangrado nasal nos remiten directamente a otra mujer con características similares. No me digan que no han pensado en Carrie al verla a la pequeña Jane moviendo cosas mientras sangra de la nariz. ¿No? ¿No han pensado en Carrie? Bien, no es muy difícil de suponer que los Duffer sí lo hayan hecho. El film de De Palma fue realizado en 1976, por lo tanto diegéticamente podríamos decir que el film formaba parte ya del imaginario de esos chicos de los ochenta. Pero, como hemos dicho, una vez más se copia la forma y no el sentido.
El maestro Faretta al hablar de Carrie se refiere a ella como una Santa. Es clara la idea religiosa y católica del film de De Palma. Su feroz crítica a la escuela y la enseñanza progresista, a la ausencia absoluta de la enseñanza de lo sagrado en los jóvenes de (ésta) la época. Ausencia que lleva a la tragedia, porque no se reconoce cuando lo otro aparece en este mundo. Y cuando lo sagrado no es reconocido, se transforma en algo aterrador y terrible, se transforma en un baño de sangre y en un infierno. Bien, pero Eleven no es una Santa, es la maga. En esa decisión de nombrar lo que no se debiera –aclaremos que en el film de De Palma nadie nombra a Carrie como Santa, sino que lo construye como idea– es que se literaliza degradando.
Pero la cumbre de esta idea llega en el final, cuando en el baile de graduación Eleven entra vestida para la ocasión y Mike la espera para terminar bailando juntos. Este baile de graduación no termina con un baño de sangre y fuego porque la chica telequinética es normalizada. Aquello que Carrie desea pero que sabe no puede serle concedido porque ella no es de este mundo, Eleven lo obtiene porque por más que se diga continuamente que hay otro lado, ella siempre está de este. Porque la falta de fe no es -como en Carrie- de los protagonistas del relato, sino de los hacedores.
La idea de De Palma sobre el baile, la sangre y el rito iniciático es aquí despojada de todo lo sagrado. Así como el exorcismo de Will se hace con estufas, la iniciación de Eleven es con un inocente besito de Mike.
Y aunque el final pretenda ser inquietante al mostrarnos que aún existe el otro lado, y que la escuela en donde transcurre el baile es acechada por ese monstruo arácnido que nunca llegamos a comprender qué cosa es; no logra despertarnos el terror, el miedo, la angustia, el dolor que nos genera el final de Carrie con el sueño de Sue y la mano que sale de la tumba. Porque De Palma sabe desesperadamente que el mundo desacralizado en el que vivimos es un infierno. En cambio los Duffer brothers son papá Noel.
© Melina Cherro, 2018
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