A la hora de crear un personaje el autor se ve ante el problema del método. ¿Qué es un personaje? ¿Un ser que creo a partir de una biografía, una historia, una estructura psicológica ante la cual las acciones deben responder como el fiel reflejo de esa alma inexistente que me propuse traer al mundo? ¿O, por el contrario, un personaje no es más que la suma de sus acciones? De ser esto último cierto, ¿por qué yo lo presiento, aún sin haberlo escrito? ¿Por qué sé cosas de él, cómo habla, cómo se mueve, sus gustos y hasta sus presumibles límites? Así nos enfrentamos a una paradoja extraña: mi personaje existe pero no lo conozco, lo presiento y al mismo no lo entiendo de manera total.
Vamos a vincular este problema del personaje con un párrafo del ensayo de Soren Kierkegaard “O lo uno o lo otro”, el cual no trata necesariamente sobre nuestro tema, pero es indiscutible que las ideas más felices surgen a partir de las relaciones más insospechadas.
Leamos:
“Si, dados dos países limítrofes, yo conociera uno de ellos con bastante exactitud y desconociera totalmente el otro, sería capaz de hacerme una idea de este ultimo aun sí, pese a todos mis deseos, no me estuviera permitido ingresar en él. Viajaría a la frontera del reino que conozco, la recorrería sin interrupción y, al hacerlo, describiría con mi movimiento el contorno de aquel reino desconocido, formándome de ese modo una idea general del mismo por más que nunca hubiese puesto un pie en él. Y si me empeñara mucho en ese trabajo, si mi minuciosidad fuese incansable, también podría suceder que, estando en la frontera de mi reino, desazonado, mirando con anhelo hacia ese país desconocido que me es tan próximo y tan lejano a la vez, se me concediera a menudo alguna pequeña revelación”.
Podemos pensar entonces a nuestros personajes como territorios que hemos soñado pero tenemos prohibido conocer desde adentro. Sabemos de esa tierra el sabor de sus aguas, el aroma de su aire, incluso el humor de sus hormigas. Pero no tenemos idea de cuantas guerras internas tuvo, quienes son sus héroes y mucho menos cuales son los nombres de sus demonios. Esa tierra es nuestra, pero ahora no solo nos está prohibido ingresar, sino que hasta ella misma nos desconoce cómo sus legítimos padres. Solo la podremos conocer a partir de bordear sus límites, cómo en la lúcida metáfora de Soren. ¿Qué serían para nosotros los límites? Sus mismas acciones. Retratar de manera fiel sus palabras, sus movimientos, su elecciones, a pesar de no estar de acuerdo, de sorprendernos, o incluso de molestarnos, es reconocer no solo lo libre del acto creador, sino darnos cuenta que el sentido anterior, la historia, la biografía, el centro del alma, solo puede ser capturado por lo que se hace, percibe e interpreta, jamás por la explicación, el discurso o el retrato.
¿Quién es Tony Montana? ¿Por qué es cómo es, por qué hace lo que hace? No lo voy a poder explicar nunca. Pero si voy a poder dar cuenta de su corazón a partir de sus acciones corporales, que son las barreras limítrofes que separan mi entendimiento de su propia historia. Tony Montana fue un hombre capaz de asesinar, robar y corromper a otros hombres. También fue capaz de destruir su propio imperio con tal de que dos inocentes no conocieran la muerte.
Un personaje es un misterio que pude soñar y más tarde tan solo abrazar.
Permitida su reproducción total o parcial, citando la fuente.