Dirección: Ángela Cabezas .Dramaturgia: Pauline Sales. Traducción: Milena Grass. Diseño Escenográfico: Ángela Cabezas. Iluminación: Julio Escobar Mellado. Mundo sonoro: Julián Hornig (selección y edición musical) .Compañía: La Máquina del Arte. Producción: La Máquina del Arte. Fotografías: Rodrigo Hernández. Elenco: Javiera Osorio Ghigliotto. Prensa TABA: Marisol Cambre
El espacio que uno ocupa y el que no.
En el espacio escénico se exponen, una serie de elementos relacionados con el hogar en color totalmente blanco. Una casita a dos aguas de papel del tamaño de las casas de juegos para chicos, en las que se pueden meter. En diagonal, en el otro hombro del escenario, cerca de unas 15 casitas más del tamaño de una caja de zapatos, también son de papel y blancas con su techo a dos aguas. Más hacia proscenio, una mesita de niños con su sillita y sobre ella una tetera con una taza. Todo es blanco.
Aparece una mujer de unos treinta años vestida con un impermeable beige clásico, un pañuelo en colores rojos y rosados, y todo un aire fino, que parece hablar sola. Pero rápidamente notamos que lo hace mirando hacia abajo, no al piso sino como a la altura de un niño de unos cinco años. Entonces comprendemos el código: la mujer le habla a su pequeña hija.
Se queja y le explica que no tiene pañuelitos descartables, se queja de que no haya nada abierto de noche, se queja de que la gente sea chismosa, de su marido y de que la ciudad siempre tiene olor a agua estancada. La obra es chilena y con la catarata de contenidos que comienza a fluir, a quien conozca Chile se le vienen encima, de forma inmediata, las imágenes de la ciudad de Santiago. La cantidad de chilenismos del texto confirmarían nuestra tesis sobre la nacionalidad de la dramaturga, que intuimos que es mujer. No nos equivocamos con el género pero sí con la nacionalidad. Es francesa. Y es necesario subrayar la adaptación del texto, que es realmente excelente, lleno de identidad y vivo.
El personaje pertenecería a un barrio acomodado de la ciudad, una madre ama de casa mantenida por su marido. Su único trabajo es cuidar a su niña. Y es ahí, en donde los supuestos parámetros del sentido común dictaminan que debería ser una mujer agradecida y feliz, en donde siente una especie de ira que no entiende bien de sí misma. Y trata de comprender. Ella es una mujer privilegiada que sólo debe cuidar a una niña, su niña; ¿pero qué pasa con su niña interior? La que lleva adentro pero parió al cumplir los tres años y que también quiere jugar. ¿Una madre debe renunciar para siempre, cuando es madre, a todo lo que implica estar vivo, a conocer, investigar y sorprenderse?
¿Porque no viajar a Groenlandia, en donde seguro uno es feliz? Porque siempre se es feliz en otro lado. Como bien lo define la histeria. Nuestra protagonista define ‘’histeria’’, define ‘’neurosis’’, define ‘’bipolaridad’’ y define ‘’depresión’’. Pero ella no es nada de eso o es todo junto. La honestidad brutal y por tanto lo brillante del texto radica en su capacidad de describir la ‘’contradicción’’ inherente a la condición humana. Y entonces el personaje siente un fuerte deseo de abandonar a su hija para ser libre porque se siente oprimida por una sociedad pacata y aburrida. Pero también siente un poderoso deseo de protegerla, cuando logra abandonarla por un momento y aparece una persona. Al menos lo intenta: -“¡Una mujer! ¡Quería que fuese un hombre!”- exclama. Y es que si bien en todo el texto hay una clara angustia del existencialismo humano general, su queja se precisa un poco más en lo referente a la condición femenina. La que confina a las mujeres únicamente a la crianza de sus hijos.
Pero esta fémina siente el deseo en el impulso de vida más fuerte que otras, y vivirá su aventura. La vivirá en el intento de dejar a su hija y no poder; en los movimientos de las emociones, y en todos los deseos frustrados o enrojecidos de fuego. En un motor de vida que la hace hermosa. Digna de que la miremos. Por valiente y frágil. Por honesta.
No logra abandonar a su hija y se topa con la policía. Cuando llega su marido exclama: -“¿Qué hiciste esta vez? -Vamos a la casa, yo te voy a cuidar. ’’ Y así de fácil, todo vuelve al orden. “Tan fácil vuelve al orden’’ – se queja; nuevamente… Y es que hay un hartazgo de prisión cotidiana que todo ser humano normal debe sentir la necesidad de romper.
El texto es todo. Junto, por supuesto como en todo unipersonal, a la gran actuación de Javiera Osorio. Y la dirección encuadra apropiadamente estas dos cosas tan potentes. Si bien la escenografía y puesta en escena poseen una clara belleza estética, esta no alcanza en profundidad al texto y no queda del todo anexada a él. Un texto cargado con rojos y negros, celestes y rosas. Si lo ultra blanco en todo puede producir la sensación de asfixia (que es lo que expresa el personaje), queda como a una altura -literalmente- más baja que la de la actriz, que sus emociones en el personaje y los pensamientos y conceptos del texto. Y si no estaba mal que la escenografía intentara pasar medio desapercibida para dar lugar a un contenido tan inmenso, el blanco sobre el negro de la caja de un teatro resulta muy visible. Pero es algo de poca importancia.
Al finalizar la obra vemos a Javiera reducirse. Volviendo a su persona juvenil, pequeña. Y nos preguntamos dónde se fue ese volcán desaforado de pasiones y contradicciones de vida tan fenomenal. Y adulta. En el aire se sentía algo que seguía operando en nuestros cuerpos de espectadores. Una obra en serio es capaz de hacer eso.
Porque la vida en serio es capaz de operar sin estar presente nuevamente, una vez que dejó su estela. No hace falta viajar a Paris, Santiago o Groenlandia.
Teatro: Timbre 4 – México 3554
Funciones: 2 de Febrero 20 hs
Por Natasha Ivannova