En Toc toc toc existe un miedo palpable, amén de emocional, y que excede cualquier horror sobrenatural o fantástico: el terror hacía los propios padres. Como quien sospecharía entre paranoias varias que los mismos han sido cambiados, copiados, hasta poseídos por una fuerza externa capaz de volverlos todo aquello que revierta su rol de progenitor afectuoso y protector. El mal en la película es un mal monstruoso por comportamiento, más por representación que por literalidad. Que lo monstruoso se materializa, sí, sucede, y ello también garantiza parte del éxito de esta pequeña pero certera, ajustada y lograda película de terror.
Peter, un niño que padece terrores nocturnos, alerta a sus padres de que algo detrás de las paredes de su cuarto le susurra por las noches. Sus progenitores, excusándose de que el pequeño deja volar su imaginación, apenas se toman el asunto en serio. Introvertido, sin amigos, acosado por el bullying de turno, entablará amistad con su nueva maestra suplente, Miss Devine. Devine, a su vez, nota que el niño tiene signos de estar pidiendo ayuda, contención y comprensión, por lo que su amistad se volverá más un vínculo materno-filial opuesto al trato que su madre biológica suele darle y convirtiéndola en una directa antagonista. En un momento crucial, Devine ayuda a Peter a qué una araña posada sobre su pupitre sea liberada sin ser cruelmente destruida, primero como acto de aprendizaje “maestro-neófito”, y segundo, para que el pequeño cobre valor. La araña entonces se erige como simetría entre lo mundano (una criatura/insecto/animalito hogareño) y lo aterrador, extraordinario y revelador. Ese ser espeluznante, marcado biológicamente por su aspecto amenazante, es además, símbolo y alerta de un mal que se esconde tras los muros de concreto de ese hogar en apariencias acogedor. Porque si lo monstruoso en un sentido psicológico, ético y moral, en cuanto al accionar de sus padres con su pequeño, es parte de la cuestión, el cine, siempre bien ejecutado, volverá carne, materia, todo aquello que los confiere a lo malsano. El mal, así, encuentra su símil, espejado (mencionado anteriormente), su semilla, su “creación”. Como un Prometeo que, desatado, fuera de control, irá tras sus creadores, como acto de liberación absoluta. Lo monstruoso así se vuelve “fantasma”, algo que acusa un pasado terrible y que toma revancha sobre todo aquello que lo dejó atrás, muerto, inmóbil o encerrado. Recordemos además que “monstruo” viene del latín “monstrum” y que de ella derivan palabras como “mostrar” (de allí el parecido entre estas dos palabras). Es, entonces, ese “monstruo” que al liberarse está a su vez simbolizando una forma de discurso, tal vez colateral, tal vez no: es decir, se está “mostrando”, su presencia es signo de lo ocurrido, de lo que suele esconderse, no hablarse o simplemente permanecer secreto y que habla por su sí sola. Todo monstruo, así, representa algo, muestra algo. En Toc toc toc el asunto es atravesado por su arco dramático, cuya tara se deposita en el maltrato infantil y las repercusiones que esto tiene en los niños. Dicha violencia, sea física o psicológica, por parte de un compañero de clase o de sus propios padres, se desata principalmente en dos instituciones (familiar y escolar, dos lugares dónde a un niño se le enseña a crecer) dejando en claro su oscura y pesimista visión del mundo. Más aún cuando el relato se vuelva una historia de venganzas varias, de ajustes de cuenta y de odio reprimido: desde el pequeño Peter, pasando por su abusador compañero escolar, hasta la mórbida forma que se oculta tras las paredes, todos y cada uno parecen querer tomar revancha ante los comportamientos anti éticos/morales y violentos que los marcaron.
Lo más interesante es que la película no se regodea en ello, no atenta contra nosotros en pos del golpe bajo u otro dispositivo malvado para ganarse las emociones del espectador. Al contrario, lo hace desde las acciones del horror, de las emociones regurgitadas de sus personajes, sean éstas como víctimas o victimarios. Esta veta dramática, nunca enfática ni subrayada, dosifica su construcción con perfecta inteligencia a la par del terror que se vive dentro las cuatro paredes de la casa. Es entonces que ambas vertientes funcionan: lo monstruoso antes citado es así funcional al drama y viceversa. Ninguno sobrepasa al otro logrando así un equilibrio interesante.
Si bien la película es chica, compacta (tal vez un poco demasiado), con algunas cuestiones no del todo bien desarrolladas, es lo suficientemente siniestra, oscura y climática como para poder evadir así el sepulcro por parte del espectador y porque, gracias a Dios, dura menos de hora y media. Se agradece.
(Estados Unidos, 2023)
Dirección: Samuel Bodin. Guion: Chris Thomas Devlin. Elenco: Lizzy Caplan, Antony Starr, Cleopatra Coleman, Woody Norman. Producción: Andrew Childs, Evan Goldberg, Roy Lee, Seth Rogen, James Weaver. Duración: 88 minutos.