LA PERSISTENCIA DE LA MEMORIA
La entrevistadora propone charlar. Se escucha la voz de una mujer: “Le disparo a los grabadores”, dice. Es curioso que use ese verbo, disparar, como sinónimo de huir. Se escuchan gritos de niños y sonidos de autos que pasan a lo lejos. Son sólo voces. No hay imágenes. Tras un fondo negro conversan Mónica Raquel Alegre y Tatiana Mazú González. La primera es la madre de Luciano Arruga, aquel chico desaparecido el 31 de enero de 2009 tras haber sido detenido, presionado y violentado por la policía bonaerense y luego encontrado muerto, enterrado como NN en el Cementerio de la Chacarita el 17 de octubre de 2014. La segunda es realizadora documental, experimental y artista visual. Así arranca Todo documento de civilización, su más reciente documental que se estrena hoy y se proyectará durante siete únicas funciones en la Sala Lugones.
Premiado en FIDMarseille, se trata, más bien, de un ensayo audiovisual. Diferentes sucesiones de imágenes se intercalan con el testimonio desgarrador de la madre de Luciano quien, con una templanza que cala hasta los huesos, va contando el periplo que derivó en la desaparición y muerte de su hijo. Mónica se pregunta por el principio de esta historia. ¿Cuál es? Las raíces de la violencia institucional se retrotraen a la expansión colonial, la violencia imperial, la acumulación originaria.
Todo documento de civilización esconde tras de sí un documento de barbarie, escribió Walter Benjamin en su célebre Tesis sobre la filosofía de la Historia (1940). Tal precepto inspiró no sólo el título de esta obra sino también a la realizadora en su intención. Se decidió explorar más allá de los confines de lo obvio. Observar las huellas de la persecución al pobre racializado en los barrios populares desde el trazado de la Avenida General Paz, allí donde habrían arrojado a Luciano luego de haber sido torturado según reconstruyen testigos, pensada en sus inicios como frontera civilizatoria.
Se percibe una búsqueda a través de lo pictórico de la realizadora. La imagen es pensada no sólo como un signo, un material expresivo o un vehículo de ideas sino, más bien, como una materialidad. Imágenes de árboles a un costado de la autopista se entremezclan con vidrios empañados, pedazos de plaquetas informáticas rotas, basura acumulada y carteles con el rostro de Luciano Arruga pegados en postes de luz. Los planos son largos donde el sonido ambiente se confunde, por momentos, con gritos de marchas que piden por la aparición del adolescente.
La realizadora, formada en el video arte y la experimentación, evidencia que su búsqueda excede al documental clásico. Hay algo que incluso por momentos se vuelve anti estético, feista. Como si pretendiese modelar la incomodidad, el dolor y el miedo que exuda la propia oscuridad suburbana. Otro recurso interesante es el de las imágenes de Google Maps en donde uno puede ver a través de la mirada de Mazú González como intentando todavía encontrar a Luciano. Al mismo tiempo termina interrogándose por el pasado y el presente de la violencia institucional.
“La vida de mi hijo empezó en una cuenta regresiva”, dice Mónica al narrar cómo la policía lo violentaba cada vez que lo cruzaban desde que este se había negado a robar para ellos. Si bien ya existía un documental sobre el caso de Luciano Arruga (¿Quién mató a mi hermano?”: el caso Arruga, 2019, de Ana Fraile y Lucas Scavino), esta indagación diferente, experimental, permite hallar otros matices más humanos, que van más allá de lo periodístico. Por ejemplo, la fascinación que tenía el joven por la literatura de Julio Verne. Esto también inspiró a la directora quien se detiene sobre varias ilustraciones y libros de este autor, pionero de la ciencia ficción. “¿Sabés lo que se debe sentir, má, sentir el mar entre las manos?”, reconstruye Mónica con la voz quebrada por el llanto. Ese es, sin dudas, uno de los momentos más potentes.
Quizás el ritmo se vuelve, por momentos, algo denso debido a la lentitud de los planos. Pero sin dudas esto tiene un propósito. Le exige al espectador cierta atención que hoy, en tiempos de pantallas efímeras, se vuelve un oasis en el desierto. Hay una indagación por la pregnancia de las imágenes, aquello que Roland Barthes bautizó como el punctum, que se entrelaza con la persistencia de aquella violencia institucional que, como los dinosaurios, va a desaparecer pero que aún se esfuerza por emerger en cada gobierno democrático. La maldita policía y el gatillo fácil.
Así como los rostros de Darío y Maxi se han vuelto remeras y stencils, el rostro de Luciano Arruga también se ha convertido en una prueba de que la violencia institucional aún continúa siendo una deuda pendiente de nuestra democracia. La realizadora invita a estas reflexiones por medio de la potencia pura y dura de las imágenes. Sin necesidad de sobre-explicar o subrayar salvo en la consigna post créditos donde afirma “Sin justicia habrá fuego”. Antes, la cámara se había detenido varios segundos en un patrullero envuelto en llamas.
Dirección: Tatiana Mazú González. Guion: Tatiana Mazú González. Elenco: Con la participación de Mónica Raquel Alegre. Duración: 90 minutos.