A Paola Jarast, chica de regalos hacer y el mejor regalo del 2016.
Es prácticamente imposible que la Navidad no interpele de alguna manera. En general la grieta navideña divide entre los que la reciben con alegría (algunos de tipo religiosa, otras de tipo laica, más seducido por los colores y la comida que por otra cosa) y otros con rechazo (algunos de tipo antiteísta, rezongando porque en pleno siglo XXI se siga dando pelota a esto, otros, más porque las fiestas lo deprimen). El cine, por supuesto, nunca fue ajeno a esta temática y por eso es común encontrar por esta fecha listas de las mejores películas navideñas. Como no soy una persona demasiado creativa he decidido que en esta semana festiva hacer exactamente eso. Sin embargo, como dentro de mi escasa originalidad trato de hacer algo distinto, intentaré al menos que, salvo por dos o tres títulos que hay acá, no sean precisamente las convencionales. Por otro lado, he tratado que casi todas sean obras maestras. En fin, acá van.
1) ¡Qué Bello es Vivir! (It’s a Wonderful Life, 1946)
Empezaré esta lista con un lugar común. Pero digamos que en estos casos la inclusión de esta película es inevitable. Nadie puede negar que la obra maestra de Capra es una suerte de Ciudadano Kane de las películas navideñas. Un canon ineludible para hablar de este tipo de cine realizado por uno de los cineastas más influyentes de la historia (a Capra le han saqueado cantidad de directores: Joe Dante, Spielberg, Eastwood, el nipón Ozu y el compatriota Juan José Campanella son ejemplos de esto). Su argumento es muy conocido y ha sido homenajeado/parodiado en varios episodios de series (Alf y Casados con Hijos, por ejemplo). Un hombre decide suicidarse y antes de que pueda hacerlo recibe la aparición de un ángel que le muestra cómo sería su pueblo si él no hubiera nacido. Luego de ver que todas las vidas que lo rodearon hubieran sido mucho más miserables sin él, el hombre reflexiona sobre su existencia, se reconcilia consigo mismo y encuentra en su casa que sus problemas más apremiantes se resolvieron por completo. Sin embargo ¡Qué Bello es Vivir! es muchísimo más que eso. Uno de los retratos más sentidos y complejos de los suburbios americanos, una de las películas más lacrimógenas que se hayan hecho (el nivel de emotividad de esta película puede volverse insoportable), un retrato perfecto de la vida americana durante y en posguerra, y sobre todo una reflexión profundísima y no necesariamente optimista reflexión sobre los costos de hacer el bien y el cuestionamiento acerca de cuánto vale realmente el sacrificio. Una de las cosas que más se han discutido de este largometraje es la verdadera naturaleza de su final. Algunos ven en los últimos minutos de ¡Qué Bello es Vivir! un desenlace forzado desesperado, capaz de darle una vuelta de 180 grados a una película dueña de una oscuridad hasta ese momento notable. Desde este lugar y vista así, el final puede resultar tremendamente ambiguo en su emotividad, uno no sabe si llora de alegría por lo bien que termina la ficción, o de tristeza por el malabar dramático que tuvo que hacer su narrador para llegar ahí. Otros en cambio ven el final como parte de un salto de fe de Frank Capra (director muy católico después de todo), capaz de pensar genuinamente que aún cuando todo se vea de manera muy oscura, cabe la posibilidad de una fuerza supranatural capaz de darnos una ayuda y una revelación final en una fecha tan trascendente para la religión católica. A mi entender el final de ¡Qué Bello es Vivir! funciona como el desenlace de una película estéticamente antitética como Ordet, de Dreyer. Quienes creen lo pensarán posible y esperanzador, quienes no, lo verán como un forzamiento conmovedor pero tristemente falso. En ambos casos el desenlace termina siendo poderoso y magistral. Dicho todo esto aclaro a los que no hayan visto aún ¡Qué Bello es Vivir! Que no se dejen engañar por la analogía que puse al principio. O sea, no esperen que este clásico navideño con final feliz esté a la altura de Ciudadano Kane. No lo está. La de Capra es superior.
2) Duro de Matar (Die Hard, 1988)
Una de las películas (quizás la película) de acción narrativamente más perfecta que se haya realizado, la que resignificó la carrera de Bruce Willis, la que tiene uno de los mejores villanos jamás creados, la de los oneliners geniales y las secuencias de tiroteos espectaculares es también una película navideña. La pregunta que se hace de todos modos es hasta que punto acá lo navideño es meramente accesorio, un trasfondo que bien pudo haberse cambiado por año Nuevo, Día de Acción de Gracias o el festejo de cumpleaños de un vecino cualquiera. Otros en cambio han dicho que la cuestión navideña acá es clave, como el caso del amigo de la casa Ángel Faretta, quien en una excelente charla radial que realizó Sebastián De Caro, analizó como es costumbre en su persona los aspectos míticos y sagrados de la película de Mctierman. No voy a hacer acá un análisis tan profundo sobre el tema, pero si debo decir que el hecho de que Duro de Matar pueda considerarse una película navideña y hasta católica (al menos de cierto tipo de catolicismo) no parece del todo impertinente. Su alusión a los embarazos en una fecha que, por supuesto, recuerda un nacimiento, su rechazo a la modernidad global contrastando con su defensa de los valores de la familia (que culmina con la mujer de McClane renunciando a su apellido de soltera para volver a adoptar el de su marido), su apología de los valores tradicionales y el tema del héroe que debe redimirse quizás hagan a Duro de Matar el largometraje más perfecto no sólo de un sábado a la noche sino también de una clase de catequesis. Una película papafrancisco después de todo.
3) Lo que el Cielo nos Da (All That Heaven Allows, 1955)
La historia es simple y sencilla. Una mujer de clase media alta se enamora de su jardinero y decide casarse con él. A consecuencia de esto, tanto la vecindad como sus propios hijos terminan poniéndose en contra de ella obligándola a separarse. ¿Parece un cliché de telenovela barata?, en alguna medida si, y una mirada desatenta podría creer que esta película no pasa de otra cosa que eso. Después de todo, Lo que el Cielo nos Da es también una película llena de una estética recargada, líneas de diálogo melosas y actuaciones que rechazan cualquier sobriedad. Sin embargo, como sucede con otras películas de Sirk, hay mucha más sofisticación, sutileza y ambigüedad de lo que solemos creer. Lo que el Cielo nos Da es uno de los melodramas más conocidos y admirados de Douglas Sirk (uno que provocó una reversión de Fassbinder y una remake a medias de Todd Haynes) y es también, en sus últimos minutos, una potente película navideña. En ese último tramo las luces de colores propias de esa época le sirven a Sirk para exacerbar aún más el carácter de una puesta que refleja las frustraciones y el amor encendido de sus personajes. Pero también la Navidad en estos casos parece funcionar como contrapunto de otra cosa. Si la Navidad es una fecha religiosa y las religiones recuerdan la idea de comunidad y familia, Lo que el Cielo nos Da va a construir un relato donde los vecinos son peores que una peste y los hijos pueden actuar como los peores cretinos. ¿Una película atea y antinavideña? Bueno, no necesariamente. Su reivindicación constante del poeta trascendentalista Thoreau (cuya religión unitarista de todos modos lo convertía en alguien opuesto al catolicismo) haría suponer que algo de misticismo hay en esta película. Por otro lado también, es verdad que Sirk permite hacia el final que haya una idea de “regalo navideño” para estos personajes. Un accidente de uno de los dos hará que un infortunio termine reuniéndolos a los dos nuevamente. Si el final es tan triste es porque uno sabe que ver a esta pareja reunida de nuevo y diciéndose cosas melosas no será garantía de felicidad alguna. Uno sabe, después de todo, que lo único que les quedará es hacerse un reino de dos personas, alejadas de una comunidad que en el fondo nunca logrará aceptarlos. O sea, uno no sabe cuánto tiempo más podrán sostener esa alegría y si será al fin y al cabo tan efímera como la propia bondad general que se esparce en épocas de fiestas. Quizás por esto es que Lo que el Cielo nos Da sea la mejor muestra de aquella reflexión de Orson Welles que declaraba que los finales felices dependían de donde quería el cineasta terminar la historia.
4) Ojos Bien Cerrados (Eyes Wide Shut, 1999)
Hace unos días otra amiga de la casa (o de los cursos de la casa), @mel_cherrylips recordaba por twitter que Ojos Bien Cerrados es una película navideña. Agregaría que no sólo porque transcurre en esa época, sino también porque lo navideño acá no podría ser más pertinente ni aplicado de forma más inteligente. Estéticamente hablando, una película esencialmente onírica como Ojos Bien Cerrados usa de manera muy clara las lucecitas multicolores de la iconografía navideña para contribuir al clima onírico que tiene el largometraje. Pero además de todo, Ojos Bien Cerrados usa a veces la Navidad de manera invertida. Acá el equivalente de la Nochebuena es una aventura erótica donde el protagonista va explorando su sexualidad, sus frustraciones, los límites de su fantasía y las relaciones de poder dadas a través del sexo y el dinero. Más aún, acá la Navidad sirve justamente como alusión a la idea de la familia. Es decir, en la fecha en donde se habla por excelencia de la unión de la familia, Kubrick, director que hizo en la mayoría de sus películas de la incertidumbre y ambigüedad prácticamente su única certeza, relata la historia de una persona que empieza a preguntarse si su mujer es una persona a la que conoce realmente. A esto se le suma otra cuestión, y es que tanto el esposo como supuestamente la esposa (este “supuestamente es demasiado largo de explicar en una breve crítica como esta) se preguntan si no serán felices escapándose con una escort o con un marinero que recién conoce. Finalmente, en medio de preguntas de todo tipo, de sueños y fantasías que acaso no se quieren cumplir en la realidad, lo que se terminará optando es por conservar la institución matrimonial que se venía construyendo al empezar el largometraje. ¿Final conservador? no, no es tan fácil. La decisión final de los protagonistas no se nos dice que es la mejor sino simplemente eso, una decisión. Alí los personajes apuestan a una forma de vida y una forma de matrimonio -que como bien se señala en un momento de la película- no es otra cosa que una convención social que fue cambiando con el correr de la historia. La forma de decidir esta vuelta al matrimonio es genial. Mientras su hija elige los juguetes navideños en una juguetería, la pareja habla de sus crisis, de sus sueños, de la verdadera relevancia de los mismos y el futuro de la pareja. Finalmente, después de una charla que tiene algo de filosofía y algo de melancolía y resignación, la mujer invita a su esposo a coger. Es un final genial, donde la palabra “fuck”, tan asociada a lo físico y a lo adulto; contrasta no sólo con el contexto de una juguetería llena de ositos de peluche y muñecas, sino también con un largometraje eminentemente onírico. Al final no sabemos exactamente por cuanto tiempo podrán los protagonistas sostener esa relación. Lo único que sabremos es que esa noche la pareja tendrá un momento al que presumiremos placentero. Los valores de familia podrán ser finalmente una convención social, pero ninguna otra película como Eyes Wide Shut asume que esas convenciones pueden tener sus ventajas y formas de felicidad. Kubrick, que tuvo un matrimonio longevo, seguramente lo supo y quizás su última película y obra maestra haya sido un secreto homenaje a la propia vida que llevó con su esposa. Vista así, Ojos Bien Cerrados bien podría ser considerada una película de una rara y sutil ternura.
5) Batman Vuelve (Batman Returns, 1992)
A Burton siempre le obsesionó la Navidad. Bah, en realidad le obsesionó en tres películas: El joven Manos de Tijeras, El Extraño Mundo de Jack y Batman vuelve. En las tres la Navidad tiene una función básica: funcionar como contraste entre el esencial aislacionismo de sus freaks y el resto de las familias unidas e integrantes de una comunidad. Batman Vuelve sin embargo, es la única de las tres donde esos freaks están menos dominados por la melancolía (que igual la tienen) que por la furia. De hecho, acá lo que sorprende es que en un clima navideño estos personajes parecen que las fiestas les importan poco y nada y sólo utilizan expresiones navideñas irónicamente a modo de humor negro (“un beso para Santa Klaus”, dirá Gatúbela antes de asesinar a alguien cruelmente) o como si esta fecha no tuviese nada que ver con ellos. Quizás porque lo que tienen estos seres extraños es ante todo poder sobre una población de Ciudad Gótica sumisa a sus voluntades e incapaces de hacerles frente. Por eso la película habla de una lucha entre cuatro freaks muy precisos (Batman, Gatúbela, El Pingüino y el empresario Max Schrek) que arreglan sus cuentas entre ellos mientras la película nos va mostrando que no hay demasiada diferencia entre los supuestos héroes y los villanos. Tampoco hay acá demasiada fidelidad al cómic original. Burton de hecho utiliza la iconografía original para construir una historia que mezcla a directores operísticos y oscuros como Fellini y Browning y eleva a estos seres raros a categorías prácticamente míticas. Esto sucede de manera muy explícita con El Pingüino, a quien Burton le da hasta características bíblicas (es rescatado de las aguas como Moisés, vive hasta los 33 como Cristo y manda a matar a todos los primogénitos como Herodes). Interactuando con él hay una Gatúbela paseándose en traje sadomasoquista y armada de un látigo, un Batman lacónico y más oscuro que no tiene idea de cómo vivir como rico –ver la sutil escena de la sopa-, y un Max Schrek sacado por Burton de la galera (no hay ningún personaje así en la historieta orginal) e interpretado por un Christopher Walken más perturbador que nunca. Probablemente varios fanáticos de los cómics (esa secta sensible) se habrán sentido especialmente decepcionada con esta película. Pero qué más da, a Burton en esta época no le importaban esas cosas, como no le importa en Batman Vuelve meternos en verosímiles disparatados (acá puede haber pingüinos en cloacas y gatos que resucitan mujeres para darles superpoderes) sacados de cuentos de hadas (a los que esta película alude explícitamente). Sólo en Ed Wood y Marcianos al Ataque Burton se sintió tan libre y desatado, y quizás tampoco nunca estuvo más complejo y osado que en esta obra maestra mayor que pide urgente ser valorada como corresponde.
Bonus Track 1: Navidad en Julio (Christmas en July, 1940)
La razón por la que no está estrictamente en el listado es fácil de deducir: la película no transcurre en épocas navideñas. No obstante esto podría considerarse que lo que hace Sturges es jugar con este concepto poniendo una película de características navideñas en un mes que no le pasa ni cerca y con calles caracterizadas por su austeridad antes que por adornos y lucecitas. La trama de esta película es sencilla: un empleado de oficina extremadamente bueno e ingenuo es engañado de que ha ganado un concurso en el que se ha inscripto. Luego del engaño el hombre grita a los cuatro vientos que tiene mucha cantidad de dinero. La consecuencia es que le dan un ascenso en el trabajo y que el mismo protagonista empieza a usar el dinero que tiene para ayudar a personas que lo necesitan convencido de que en poco tiempo tendrá un ingreso muy grande. Como una suerte de símil de ¡Qué Bello es vivir! pero en clave minimalista (a diferencia de la película de Capra, Navidad en Julio se hizo con muy poco dinero y dura poco más de una hora), Navidad en Julio reflexiona acerca de la comunidad en los suburbios americanos y se pregunta acerca de si valen la pena o no los sacrificios hechos por el altruismo. También tiene, como ¡Qué Bello es Vivir!, una vuelta de tuerca final que logra arreglarlo todo a último momento. Algunos han querido interpretarla también como un deux ex machina. Sin embargo, la imagen final de un gato negro me hace sospechar que el planteo de Sturges es más bien que lo que sucedió es un golpe de suerte que podría cambiar en cualquier momento. Sturges después de todo, siempre hizo en el fondo un cine ateo, o sea un cine en el cual todo se regía por coincidencias absurdas pero posibles. En ese mundo caótico, lo que siempre tuvo Sturges es un cariño inmenso por esos personajes que seguían teniendo sin embargo un espíritu altruista incorruptible. De ahí también que en sus películas abunden los bonachones ingenuos a los cuales el director siempre quiere recompensar de alguna manera. Como dijo alguna vez Gustavo Noriega, sus películas siempre fueron una mezcla de la mirada ácida de Billy Wilder con la dulzura melancólica de Capra. Agregaría que lo despiadado venía de su visión del mundo, lo bondadoso de su empatía con aquellos que le hacían frente con una buena conciencia incorruptible. Esta combinación dio, en su breve pero potente filmografía, resultados casi siempre magistrales.
Bonus Track 2: La Dimensión Desconocida (The Twilight Zone): Night of the Meek (1960)
Un desempleado cuya única labor en el año es la de disfrazarse de Papá Noel en las navidades, reparte su tiempo en Nochebuena entre su trabajo y rondas en los bares donde se emborracha deprimido. La razón de esto: ha visto en primer lugar como la Navidad se ha vuelto pura excusa para el consumo, y en segundo lugar ve como los chicos marginales, al venir de familias pobres, no pueden recibir regalos. La felicidad llega sin embargo a partir de un hecho mágico: una bolsa con latas que al ser tocadas por este borracho se transforma en un saco que contiene los regalos que esta persona disfrazada de Papá Noél empieza a repartir entre marginales. ¿Suena algo cursi? Bueno si, hay que decir que lo es. Más aún si tenemos en cuenta que a todo esto hay que sumarle uno que otro discurso altisonante y un par de planos de niños como forma fácil de despertar ternura. ¿Por qué entonces está en este listado? Sencillamente porque pese a todo esto (o quizás por todo esto) este episodio de Dimensión Desconocida (que por ser televisión y no ser un largometraje lo he dejado como Bonus Track) funciona perfectamente. Quizás sea justamente su falta total de miedo al ridículo o la modesta originalidad del fantástico del elemento fantástico de la bolsa lo que lo haga especialmente emotivo. Aunque quizás sospecho que es también el hecho de ser vista en el contexto de una serie como Dimensión Desconocida. Seré más claro para quien no haya visto nunca el programa. Dimensión Desconocida no era especialmente optimista. Al contrario, en sus relatos con vueltas de tuerca abundaban las situaciones apocalípticas y los finales trágicos o irónicos. Lo que conmueve de The Night of the Meek es ver al creador de la serie –Rod Serling- presentándonos una historia navideña en la que puede darse el lujo de pronto de ser piadoso con sus personajes, y un poquito ingenuo. Será por este gesto conmovedor que aún con todas las visibles fallas este capítulo este siempre entre los favoritos de los seguidores de la serie. Veremos si alguna vez Black Mirror –la Dimensión Desconocida de estos tiempos, por sus giros narrativos, su espíritu fatalista y su tono muchas veces ácido- se da el lujo de ablandarse por las fechas festivas. Por ahora lo que tienen es el especial navideño de la primera temporada, un relato con un final donde sume a sus dos protagonistas en una situación directamente infernal y que se encuentra entre lo mejor que hizo este programa. Ese capítulo pudo haber sido otro Bonus Track, pero vamos, no voy a recomendar algo tan oscuro ¡es Navidad que tanto!
Por otro lado, el capítulo de Dimensión Desconocida pueden verlo (aunque sin subtítulos en inglés), clickeando acá.
Bonus Track 3: esta foto navideña con Cyd Charisse, porque siempre es lindo ver lindas piernas.
Hernán Schell | @hernanschell