DE OCCIDENTE CON AMOR
“No soy de aquí, ni soy de allá”, podría resumir el personaje que interpreta ese gran actor que es Romain Duris, al que los espectadores conocen desde muy joven cuando sus peripecias en Piso compartido (2002) y su secuela Las muñecas rusas, de Cédrik Klapisch, hasta sus consagraciones como en El latido de mi corazón (2005), aquel gran filme, remake de Fingers, un poco conocido de fines de los ‘70 con Harvey Keitel.
Jay, es un chef, devenido en taxista que trabaja de noche, en una Tokio que conoce al dedillo. El es francés, pero habla el japonés a la perfección, y sabe las calles y ubicaciones mejor que los locales. Termina su jornada ya de día. Cumple con las normas de la gran estación de taxis en la que devuelve el auto, y se va a dormir. Se lo ve consumido y poco sonriente, podría ser un “Taxi Driver postmoderno”, si no fuese por la pulcritud del auto, la ciudad y la época actual, pero algo de zombie y escapismo denota sus rutinas y jornadas.
Sin embargo Jay, va de salida, está vendiendo su casa y está por regresar a su patria. Su única compañía parece ser un pequeño mono, una mascota que lo sigue por su casa agarrado a su cuello (luego la trama ampliará la unión de ese animal y a qué lo remite).
El férreo guion avanza a cuenta gotas, pero nunca se detiene. Jay es servicial, empático, comparte libros en francés con un librero japonés, que aprende de él y dice que “lo extrañará mucho” cuando se vaya. Hasta que un día, cuando está durmiendo a plena luz del día, recibe una llamada de una abogada: hay que ayudar a una ciudadana francesa, que está en una crisis de nervios porque su ex marido no le deja ver a su hijo. Jay entonces se involucrará en ese tipo de drama, del que sabe mucho, e irá hilvanando –cuando todo parecía perdido– una historia de búsqueda y redención. En el momento de la partida, renacerá la esperanza.
A partir de allí Duris, dotará a su personaje, de un despertar y rejuvenecer admirables. No se quedan atrás la desesperada y a veces incontenible Jessica (Judith Chemla) y la pequeña Lily (Mei Cirne-Masuki), discreta, apacible y encantadora.
Japón, pleno primer mundo, donde las leyes actuales no permiten la patria potestad para ambos padres, si es que estos deciden terminar su vinculo, y priva a la otra parte volver a tener contacto con su hijo hasta la mayoría de edad, sin dejar por ello, de contribuir con la cuota alimentaria y sus compromisos legales.
Tanto el director belga Guillaume Senez como su actor principal Duris, conocieron este tipo de historias cuando presentaron en Japón, su anterior filme ¿Dónde está ella? (2018) que abordaba también la temática de la paternidad. Desde occidente, parece tan arcaico y lejano este tipo de prácticas, que la propia película sin caer en el trazo explicito marca de manera deliberada, y envuelve al espectador en su propio vinculo con la paternidad, los derechos, la ley, lo que es justo o injusto, y como el Estado velará o no por la salud de un niño. La ley cambiará recién en 2026, según se anuncia, aunque los vínculos perdidos, ya son y serán irreparables.
Un amor incompleto, es aquel aire fresco que necesita y ansía la cartelera, ya casi desprovista de este cine europeo, a pocos meses del también pequeño estreno del último film de François Ozon, Cuando cae el otoño.
El director Guillaume Senez, será belga, pero aunque no filma desde atrás por encima del hombro ni de manera frenética como sus coterráneos, los famosos hermanos Dardenne, termina a su manera también realizando una película de denuncia. Enhorabuena.
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(Francia, 2024)
Dirección: Guillaume Senez. Guion: Guillaume Senez, Jean Denizot. Elenco: Romain Duris, Judith Chemla, Mei Cirne-Masuki. Producción: Jacques-Henri Bronckart, David Thion. Duración: 98 minutos.

