¿Qué otra cosa somos aparte de nuestra capacidad creativa?
Y hablo desde el lugar de quién cree que sin el conocimiento del amor real, profunda compasión, conciencia de mortalidad y voluntad de significado no puede vivirse una vida que valga, literalmente, la pena. Porque la pena está allí, como precio a pagar por la existencia.
Hemos sido creados y somos creadores. La chispa divina de la que provenimos nos bendijo con eso. Creamos vida, creamos arte, creamos ciencia pero, más que nada, día a día, nos creamos y nos refinamos o nos embrutecemos a nosotros mismos. Somos nuestra obra creativa permanente. Podemos despertar una mañana y decidir modificarnos hasta ser completamente nuevos. Podemos elegir no accionar sobre ni uno solo de nuestros pelos de la nariz. Tenemos la opción de la contemplación, de la aceptación, de la resistencia pertinaz, de la búsqueda incansable, del resentimiento, de la ira, de la pasión, del sexo. Y moriremos.
A esta columna siempre le interesó el asunto de la pulsión creativa como respuesta al infierno de la conciencia de la muerte. Y su correspondiente abolición frente a la idea de la inmortalidad. Pero los Frankenstein de la vida siempre se han erigido como híbridos aberrantes, degenerados. Como espejos de la monstruosidad humana, pero también reflejando la belleza imposible de la que somos capaces.
En Alien Covenant (2017), el más humano de los personajes no es otro que David. David fue visitado por el Hada Azul y se mueve, camina, habla, incluso piensa. Pero en su tragedia, todavía es de madera. Todavía no puede recrearse. Aun así, su alma lucha por existir, quiere nacer. Ninguna máquina es capaz de sentir tanto resentimiento contra su propio creador. Por lo tanto David ya no es máquina. Pinocho ya no es solo una marioneta inerte.
Solo los hombres se rebelan así contra quien los ha hecho casi perfectos, pero los humilla con cada una de las debilidades emplazadas en su naturaleza. La primera escena entre Guy Pierce y Michael Fassbender, es la metáfora redonda de la relación entre los hombres y la divinidad. Allí, el creador humilla a la criatura de diversas formas. Y entonces la criatura pretende hacer lo mismo con el creador y este, con solo una orden, lo pone en su lugar. El lugar del mancebo.
¿Cómo no rebelarse? ¿Cómo no odiar? ¿Cómo no temer? ¿Cómo no matar? ¿Cómo no subcrear atrocidades? Si no somos nada más que el reflejo de lo divino.
Demasiado conocimiento, para tan escaso poder.
Alien Covenant es casi insoportable en su oscuridad. En su implacable falta de esperanza y de sentido. Pero su protagonista, su Pinocho, su niño de madera sufre tanto, que la compasión por él es inevitable.
Ha vuelto el gótico de las primeras, pero también su terror del infierno.
¿David es un monstruo? Claro. Pero el milagro es que no lo seamos todos frente a la soledad de la existencia. Tal vez los de carne tengamos la luz del amor como salvadora absoluta. Incluso aunque exista el riesgo de ser huéspedes de la criatura.
A David no le toca ni eso.
© Laura Dariomerlo, 2017 | @lauradariomerlo
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