A Sala Llena

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Una pieza de estilo

Una pieza de estilo

Me expresé a través de la moda consciente o inconscientemente toda mi vida.  No quiero decir con esto que siempre fuera “a la moda” o “in style“, si no que lo que llevaba puesto siempre me representaba, me expresaba, hablaba profundamente de mí. Desde mis pantalones de botamanga ancha vintage de los 70’s, pasando por mi uniforme de colegio puesto al revés y con medias que no coincidían, hasta mis microvestidos tatuados al cuerpo de después de perder la virginidad. Recuerdo que me rapé el pelo a la Billy Idol en un gesto maquinal e inconsciente, para que mi padre me perdonara la iniciación sexual y me viera como su varoncito. A la vez que comencé a usar vestidos para las fiestas que rajaban la tierra, para esa otra parte, la sana, que disfrutaba de su curiosidad sexual y la llevaba como estandarte. Solía pasar del saco y corbata y fungi para un cumpleaños de quince, al vestido sin espalda al ras del culo para el siguiente. Era algo catártico. Cuando la danza, el entrenamiento, los poemas de mierda y todo lo que hacía no alcanzaba, alcanzaba la moda.

En el tiempo en que  mataron a Versace yo tenía 21 años y la crueldad de la historia me había dejado pasmada. Ya era libre para esa época, ya me sentía confortable y brillante en mí. Recuerdo ver la repetición de la noticia hasta el hartazgo en la televisión y el esfuerzo enorme de que, en algún momento, el relato cambiara de final. Miraba y miraba la TV con la esperanza de que el desenlace pudiera ser modificado cósmicamente y aquel modisto legendario, aquel artista bisagra, sobreviviera al ataque.

Qué puedo decir: con American Crime Story: El asesinato de Gianni Versace, me pasó lo mimo.

El primer capítulo parece diseñado por Gianni. Lírico, brillante, excitante, provocador, sensual, sexual, exaltado, overthetop, operístico, trágico.

Con grandes actuaciones, el arranque cumple y garpa las expectativas pagadas, y abre un abanico aún mayor para lo que está por venir. Gran diseño de producción, sólido guión, tremenda puesta de cámara, montaje del carajo. Y todo dentro de esa grandilocuencia mitológica tan propia del universo Versace. Ese universo de exacerbación de los sentidos, tan plástico, tan bello, tan audaz.

En los 90’s se decía que Armani vestía a la esposa y Versace a la amante. Era tan horrible esa noción, que daba asco. Se usaba a menudo para decir que mientras que Armani representaba la elegancia de la síntesis, Versace representaba el exceso del caos. Y quedaba implícita la idea de que si vestías Armani cogías salteado, y si te decidías por Versace, demasiado. Nociones misóginas, que distaban horriblemente del amor por las mujeres y su expresión que ambos modistos tenían, pero más que ninguno, Versace.  Y la serie hace culto de eso.

El universo en que está imbuida la narrativa es en extremo femenino. Desde la medusa del logo, hasta el rosado vaginal de las sedas. El cuero negro estoico del outfit de Donatella y su rubio pletórico de fortaleza. La hembra imbatible que rescata el legado de su hermano, amenazado después de su muerte por la homofobia, la hipocresía, la violencia y el miedo a la expresión sexual imperante en la época.

La serie retrata con justicia y sin edulcorantes el terror al sida, el doble discurso puritano y violento de la máquina mediática feroz, que cumplía a pie juntillas con el cometido vil de ridiculizar, culpar y demonizar a los homosexuales. Todo eso con la potencia voraz de un policial bien estructurado y de narrativa imparable.

No sin controversia rondándola, la serie será sin dudas un must de la temporada. Una pieza de estilo de visionado obligatorio.

© Laura Dariomerlo, 2018 | @lauradariomerlo

Permitida su reproducción total o parcial, citando la fuente.

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