A Sala Llena

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CRÍTICAS - STREAMING

Yannick

Yannick, de Quentin Dupieux, es una comedia dramática simple, de apenas una hora de duración, que sin embargo plantea varias cuestiones teóricas de interés, sin por ello dejar de resultar entretenida, y por momentos hasta angustiosa.

En primer lugar, se trata de una película neopirandelliana, en la cual no hay seis personajes en busca de un autor, como en el clásico del genial autor siciliano, sino el espectador de una obra de teatro que busca a ese autor, y no precisamente para sometérsele sino para cuestionarlo, o aun para insultarlo ante todos.

Respetando las unidades aristotélicas de acción, lugar y tiempo (aunque en este último caso hay alguna pequeña licencia), el film transcurre en el interior de un teatro, en el que tres actores están representando una obra llamada “Le cocu” (“El cornudo”), la típica comedia francesa de “teatro de boulevard”.

En un momento dado, un espectador, el tal Yannick (Raphaël Quenard), se pone de pie e interrumpe la acción: desde su platea, les dice a los actores que la obra es una porquería, que la está pasando mal, y que él, un simple guardia de seguridad que ni siquiera goza de francos, se pidió un día libre para ir al teatro con la intención de divertirse un rato, no para soportar semejante bodrio.

Asombrados por igual público e intérpretes, la actriz le responde que es incorrecto lo que hace, que se marche si no le gusta y se le devolverá el dinero de la entrada, pero a Yannick eso no lo satisface. Él quiere más, mucho más. Desea disfrutar de una buena obra, y en su indignación pide entonces que se haga presente el autor, que también es el director, pero la misma actriz le informa que no está en la sala.

La tensión crece hasta que el hombre, finalmente, opta por irse, recoger su abrigo y el reembolso de la entrada, pero desde el lobby oye que uno de los actores, antes de continuar con la representación, se está burlando de él. En ese momento la película da un giro: Yannick vuelve a entrar en la sala, ahora con una pistola en la mano, y pide una notebook: a los gritos, y amenazando a todos, dice que él va a escribir una nueva obra, y que los actores habrán de representarla en lugar de “El cornudo”. Hasta aquí lo que puede contarse del argumento. 

Las cuestiones teóricas, como ocurría en la dramaturgia de Pirandello, tienen que ver con el hecho teatral, pero potenciado por el formato cinematográfico, lo que establece —sobre todo a la luz de un real diferente de los tiempos del autor de Vestir al desnudo, con tantos psychos que entran armados a un teatro o una sala de baile y dejan un tendal de muertos— una diferencia insalvable.

En principio: esta película de “teatro filmado”, como despectivamente llaman algunos cronistas al género, no podría representarse en un teatro auténtico, al menos con los mismos resultados. Si bien el espectador (de cine) de Yannick puede llegar a suponer que todo forma parte del drama, y que su irrupción está pensada en el guión (para lo cual debe esperar el desenlace), una representación de la misma obra en una sala real tendría efectos catastróficos: el terror, al ver a Yannick con el revólver, provocaría la fuga de casi todo el público, aun a expensas de recibir un disparo, ya que él obliga a todos a permanecer en su sitio, y desde ya sin que a nadie se le ocurra llamar a la policía.

En segundo lugar, lo cual alimenta la presunción de que todo forma parte de la obra (para el espectador de cine), es que no haya un solo vigilante que eche a Yannick del teatro, no ya cuando entra armado sino antes, cuando interrumpe la obra. Agreguemos que la película fue filmada en la bellísima sala parisiense del Déjazet, en Place de la République, un teatro muy importante, lo cual vuelve insólito que allí no haya seguridad.

Si ese es otro punto para conjeturar que Yannick forma parte de la obra, pensado por ese demiurgo ausente al que él reclama para echarle en cara el desastre que está viendo, también lo son las reacciones de otros espectadores (del teatro), diferentes entre sí, pero en ningún caso hay pánico. En todo caso, fastidio, y eso no es verosímil.

Sin embargo, esa inverosimilitud que existe en todo lo que vemos como espectadores (de cine) establece una distancia infranqueable con los espectadores (de teatro), recurso del que se vale Dupieux, de manera consciente o no, para formular una poética acerca de que el “teatro filmado”, y sobre todo el teatro dentro del teatro, nunca lo es del todo: aquí los espectadores (de teatro) se transforman, a partir de la subversión de la historia, en personajes. Son, también pirandellianamente, espectadores en busca de un actor protagonista, en lugar de autor. Actuarán contra él o a favor de él. Lo obedecerán y se someterán. Lo mismo los actores de la comedia, que cambian radicalmente de lugar, y de autor.

A riesgo de caer en una explicación demasiado universitaria, y que nos disculpe por ello el lector (al menos le ahorramos el suplicio de recitarle, como casi todos los colegas, la filmografía de Dupieux y los festivales a los que viajaron para ver sus películas), digamos que Yannick hace ficción con la metaficción. Esto es, que su ejercicio dramático-fílmico es un “discurso” sobre el teatro filmado, una ficción sobre otra ficción. Es decir, un tercer nivel de ficción. Una meta-metaficción.

Y para una película, reiteramos, de sólo una hora, entretenida y bien actuada, no es poco.

(Francia, 2023)

Guion, dirección: Quentin Dupieux. Elenco: Raphaël Quenard, Pio Marmaï, Blanche Gardin, Sébastien Chassagne. Producción: Quentin Dupieux, Hugo Sélignac, Mathieu Verhaeghe, Thomas Verhaeghe. Duración: 67 minutos.

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