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CRÍTICAS - CINE

Yo, Frankenstein (I, Frankenstein)

(Estados Unidos/ Australia, 2014)

Dirección: Stuart Beattie. Guión: Stuart Beattie, Kevin Grevioux. Elenco: Aaron Eckhart, Yvonne Strahovski, Bill Nighy, Miranda Otto, Aden Young, Jai Courtney. Producción: Gary Lucchesi, Andrew Mason, Tom Rosenberg, Richard S. Wright. Distribuidora: Distribution Company. Duración: 93 minutos.

Carne muerta.

La vida es un don. No sabemos nada de ese don, pero intuimos y necesitamos pensar que el sacrificio no es un capricho. Por eso creamos historias, leyendas, mitos y religiones en las que nos adentramos con toda nuestra imaginación y voluntad creadora para darle un sentido a una vida que tan solo acontece.

Yo, Frankenstein (I, Frankenstein, 2014) es una adaptación libre de la clásica historia de terror de Mary Shelley, basada en una novela gráfica de Kevin Grevioux. El film está dirigido por Stuart Beattie y el guión fue realizado en colaboración por el director y Kevin Grevioux (que también tiene un papel como demonio).

Tras la muerte por hipotermia del Doctor Victor Frankenstein, su creación desalmada (Aaron Eckhart) lo lleva al cementerio familiar para su entierro. Allí la criatura sin nombre ni alma es atacada por un grupo de demonios que pretenden llevarlo en presencia de uno de los príncipes infernales, Naberius (Bill Nighy). La intervención de dos gárgolas de una catedral cercana impide la misión demoníaca y así lo llevan ante su reina, Leonore (Miranda Otto). Ella decide dejarlo vivir y darle un nombre, Adam. La criatura acepta el nombre y el apadrinamiento celestial, pero decide marcharse para descubrir su propósito a pesar de enterarse de la existencia de una milenaria guerra entre los demonios y las gárgolas que perturbaría el sueño de todo cristiano. Leonore decide guardar en la bóveda de la catedral el diario con los resultados de las investigaciones del Doctor Frankenstein para proteger este conocimiento, mientras Adam inicia su éxodo para terminar combatiendo durante doscientos años a los demonios en su peregrinación ermitaña por parajes desolados.

Ya en la actualidad, Adam se encarga de cazar activamente a los demonios, por lo que debe comparecer ante Leonore. Al enterarse del paradero de Frankenstein, los demonios planifican un “operativo comando” para atacar la catedral y extraerlo de la protección de los soldados divinos. Naberius, mientras tanto, ha invertido una fortuna en la investigación de Terra (Yvonne Strahovski), una científica especializada en electrofisicismo que continúa, sin saberlo, con la investigación del Doctor Frankenstein. La posibilidad de analizar a Adam, el único ser vivo animado artificialmente, representaría un avance enorme en sus investigaciones y la culminación del plan demoníaco de Naberius para traer a los “demonios caídos” de nuevo al mundo de los vivos en los cuerpos sin alma.

La fantasía de una guerra secreta entre el bien y el mal en el mundo moderno define la trama del film que transita todos los estereotipos del género fantástico actual, como por ejemplo el del antihéroe oscuro. El abuso de los efectos especiales en detrimento de una historia que se devela inconducente ya desde el principio parece venir de la mano de las ideas concebidas en la novela gráfica. La carne sin vida del film nunca es reanimada por un equipo sin imaginación, incapaz (y/o falto de intensión) de abordar la fantasía más allá de una serie de escenas de acción copiadas del comic, repletas de trucos visuales y sin un propósito claro. Los conceptos puestos en juego por la película nunca son considerados en serio y pretenden ser parte de una serie de fragmentos en pos de construir una fábula sobre la vida y las categorías del “bien” y el “mal”, las cuales por cierto solo dejan la sensación de una falta de ideas para redondear una vuelta de tuerca pertinente a una de las historias de terror más potentes del Siglo XIX.

calificacion_1

Por Martín Chiavarino

 

De los monstruos clásicos, Frankenstein es el que más despierta compasión. Creado a partir de restos humanos por el científico Víctor Frankenstein en la novela de Mary Shelley, publicada en 1818, él sólo quería ser aceptado. Claro que sus horribles cicatrices y su inicial torpeza para comunicarse provocaron el rechazo de la gente. Y así, este individuo trágico, marginado, quedó como motivo de pesadillas para miles de generaciones. Boris Karloff fue quien inmortalizó su imagen más icónica, pero hubo más versiones en numerosas adaptaciones cinematográficas.

En Yo, Frankenstein conocemos su otra faceta: la de repartidor de piñas y patadas… o algo por el estilo. Al principio, la historia toma elementos del libro, pero enseguida va por otra dirección: nuestro antihéroe (Aaron Eckhart) descubre que es perseguido por demonios que pretenden secuestrarlo para oscuros fines, pero es rescatado por las gárgolas, que conforman una raza con fines benignos, más allá de que no dudan en recurrir a la fuerza si es necesario. Descontento por el horror que produce su presencia y los intereses de los dos bandos sobrenaturales, Adam -tal como es bautizado por la reina de las gárgolas (Miranda Otto)- se aísla en parajes remotos durante siglos. Cuando regresa a la civilización, el mundo es distinto… aunque hay cosas que siguen vigentes: el asco de las personas al verlo y, sobre todo, los demonios, quienes esta vez no se detendrán ante nada. Adam deberá hacerse cargo de sus perseguidores y encontrar su lugar.

La nueva película de Stuart Beattie como director (más célebre por escribir Piratas del Caribe: La Maldición del Perla Negra, entre otras) toma la fórmula de la saga de Inframundo: monstruos populares devenidos en personajes de acción, dentro de una estética urbana, dark y cool, similar a la de Matrix, en medio de una catarata de efectos especiales. De hecho, ambas son creaciones de Kevin Grevioux, quien además tiene papeles secundarios en ambos films. Aquí no hay trajes de vinilo, pero tampoco una vuelta de tuerca tan interesante ni tan bien ejecutada. Las secuencias de peleas, los FX y el maquillaje tampoco son los más inspirados del mundo, principalmente por el lado de los demonios.

Aaron Eckhart intenta recuperar el aire atormentado del personaje, pero solo anda todo el tiempo con cara de enojado. Un actor enorme en un papel por debajo de su talento. Yvonne Strahovski es Terra, su potencial interés romántico (en realidad, un adorno femenino), pero el secundario que se lleva las palmas es Bill Nighy, también veterano de Inframundo: basta que aparezca en escena para imponer una calidad interpretativa a prueba de diálogos extravagantes y de máscaras carnavalescas.

Yo, Frankenstein prometía ser -al menos- un divertimento simpático, una buena oportunidad para disfrutar de seres de la noche, peleas y explosiones. Es verdad, tiene momentos impactantes, como el clímax, pero no deja de ser un producto tan carente de alma como dice tener el protagonista. Eso sí, da ganas de agarrar nuevamente la novela de Shelley para redescubrir las andanzas originales de la mítica criatura.

calificacion_2

Por Matías Orta

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