Críticas del sábado 23 de abril.
Le Nouveau, de Rudi Rosenberg (Francia, 2015 – Competencia Internacional), por Martín Chiavarino
Amistad e identidad
El director Rudi Rosenberg busca en un grupo de amigos pre adolescentes en París una historia universal sobre el primer amor inocente, la maduración emocional y el encuentro de los primeros amigos, retomando a uno de los personajes de su anterior cortometraje, Aglaée (2010).
Benoit es un niño tímido a punto de entrar en la adolescencia que se acaba de mudar a París junto a su familia. En la escuela se enamora de una compañera sueca que habla un francés precario y se encuentra en la misma condición de extrañeza que él. El niño tropieza rápidamente con varios obstáculos para hacer amigos y termina socializando con los excluidos y “freaks” de la clase mientras que la niña comienza a congeniar con algunos de los chicos más populares del colegio.
Esta amena comedia combina la dificultad de los docentes para lidiar con los niños en la actualidad, la incapacidad de algunos adultos de comportarse como tales y la pérdida de la noción de la niñez en la propia mente de los ellos repitiendo un discurso sexual que sobrevuela toda la sociedad.
La ópera prima de Rosenberg logra una gran calidez a través de un excelente guión y unas estupendas actuaciones de todos los protagonistas. El miedo a amar, los celos, los equívocos y el surgimiento de los primeros lazos de amistad y complicidad están plasmados de forma admirable en esta historia sobre la búsqueda de la identidad en una etapa de grandes de cambios. Le Nouveau logra de esta manera una interesante aproximación en clave de comedia sobre las nuevas problemáticas de los niños en la actualidad y deja una enseñanza sobre la vida y el maduración personal a través de la amistad.
La Noche, de Edgardo Castro (Argentina, 2016 – Competencia Internacional), por José Luis De Lorenzo
El chupón
Todo festival de cine se encuentra a la espera de algún film que le deje marca. Este año fue el caso de La Noche, el film del que todos hablan, sobre la crudeza de sus imágenes, la audacia del actor / director (Edgardo Castro) por hacerse cargo del personaje principal, registro tan real de la vida nocturna en bares, albergues transitorios y clubes nocturnos que solo podría ser puesto en escena por alguien que haya transitado una experiencia similar y, por sobre todo, animarse. A su vez, el final. Uno de los mejores finales que haya tenido un film nacional en estos años.
La Noche es la opera prima de Castro, quien también interpreta a Martín, un solitario que deambula por la noche de Buenos Aires exponiendo todo tipo de excesos, desde aspirar cocaína a mansalva en baños y pasillos de boliches, hasta buscar sexo casual por cuanto lugar transite. Martin es un alma perdida en la ciudad de la que poco se conoce sobre su actividad diurna, ni siquiera sobre su pasado. Está ahí, expuesto sin iniciar ningún tipo de búsqueda sino un recorrido.
Si bien extrema en el contenido de carácter sexual que imprime en el metraje, a partir de los minutos iniciales, La Noche no debe verse como un film que solo busca recrear escenas sexuales con el objeto de provocar; tienen un sentido de realismo poco visto y no es comparable con el trabajo de otros directores como Gaspar Noé, cuya utilización coreográfica de escenas de sexo tienen una intención implícita de mera transgresión.
Algunos colegas comparan el film de Castro con el cine de Campusano, aunque considero que el registro es otro. El de Campusano, como lo indica el nombre de su productora, es un cine bruto; como un amigo siempre destaca, “editado con los dientes”. Lo de Castro, fuera de sus planos secuencia y realismo, es un tanto más cuidado y de hecho emotivo. El desenlace hacia el que converge este relato de andanzas descoloca, porque esperamos que transcienda como en toda épica, un surgimiento y eventual caída, cuestión que no sucede y permite embelesar al film con una charla de bar entre dos personajes que inicialmente consideramos de la fauna nocturna salvaje y resultan ser dos Bambis.
Para todos aquellos que pudimos verla en alguna de sus tantas pasadas con entradas agotadas, La Noche es el chupón en el cuello del Bafici18; una marca que quizás se vaya dentro de unas semanas, pero de la que nunca nos olvidaremos.
El Vecino, de Radu Muntean (Rumania/ Francia/ Suecia/ Alemania, 2015 – Trayectorias), por Emiliano Fernández
Sobre el repliegue individualista.
Una de las grandes obsesiones del cine europeo siempre fue construir pequeñas denuncias alrededor de la hipocresía, el conformismo y la afectación de la burguesía, por lo general definida como una clase social especializada en el doble discurso y ese clásico “sálvese quien pueda” cuando las papas queman. Las perspectivas de abordaje han sido de lo más variadas y sin duda fueron experimentando cambios a lo largo del tiempo; así podemos citar ejemplos paradigmáticos como la frialdad de Gran Bretaña y Francia, el grotesco tragicómico de los españoles e italianos y el sadismo tan característico de Alemania y los países escandinavos. Durante los últimos años el cine rumano aportó una nueva modalidad, el naturalismo lacónico, el cual reconstituye una serie de detalles y recursos formales de los representantes anteriores aunque adaptándolos a la sensibilidad algo apagada de los locales.
La propuesta en cuestión, El Vecino (Un Etaj Mai Jos, 2015), pasa a engrosar una lista más que generosa de films que vienen ensalzando las tomas secuencia, los planos fijos, una puesta en escena minimalista, el humor negro, diálogos un tanto disruptivos y el cúmulo de contradicciones de la sociedad rumana de la actualidad, con la transición del comunismo al libre mercado como leitmotiv principal de los relatos. En esencia el realizador Radu Muntean, conocido por su película previa, la discreta Aquel Martes después de Navidad (Marti, dupa Craciun, 2010), hoy toma prestado un catalizador de raigambre hitchcockiana/ depalmiana/ polanskiana para exprimirlo de a poco desde una cosmovisión que trabaja el sigilo y la contemplación de manera fundamentalista: como el título lo indica, la historia gira en torno al voyeurismo entrecruzado de dos residentes de un edificio de departamentos.
Un día luego de pasear a su perro, Sandu Patrascu (Teodor Corban), un gestor automotor de buen pasar, escucha una pelea puertas adentro en la escalera camino a su hogar: Laura (Maria Popistasu) discute con quien parece ser su amante, Vali (Iulian Postelnicu), un hombre casado que también vive en el mismo complejo habitacional. Al salir del departamento, Vali se cruza con Patrascu por unos segundos, encuentro que derivará en desconfianza mutua a partir del momento en que la policía -más tarde, durante esa jornada- descubra muerta a Laura. Si bien Patrascu se obsesiona con observar a su vecino a la distancia, éste en cambio no es sutil en su vigilancia y decide inmiscuirse cada vez más en la familia del primero, conformada por su esposa Olga (Oxana Moravec) y su hijo Matei (Ionut Bora). En plena investigación policial, Sandu guarda silencio sobre lo que escuchó.
Como tantas otras obras similares, la realización examina los resquicios de la conciencia y juega con los límites de la responsabilidad social, oponiéndolos a un instinto individualista de autoconservación en el que el concepto de “protección” suele estar empardado con los prejuicios, la cobardía y un repliegue progresivo hacia el círculo de afinidades habituales. Muntean, al igual que sus colegas Corneliu Porumboiu y Cristian Mungiu, aprovecha con inteligencia las paradojas detrás de sus personajes pero en ocasiones abusa de los tiempos muertos narrativos y el ritmo aletargado, sobre todo considerando que gran parte de los productos destinados al mercado de los festivales internacionales utilizan estos mismos recursos. Un punto a favor del guión de Alexandru Baciu, Razvan Radulescu y el propio director es que mantiene alta la tensión y no ofrece respuestas explícitas a la coyuntura…