Ojalá Vivas Tiempos Interesantes, de Santiago van Dam (Argentina, 2017 – Vanguardia y Género), por Martín Chiavarino
Un viaje intenso
Marcos, un joven escritor de relatos para niños obsesionado con la muerte en sus historias, ambiciona escribir una novela, lo que lo conduce a renunciar a su trabajo en una editorial infantil para dedicarse a escribir su gran novela. Cuatro años después, mientras su novela y su vida social naufragan su negocio de venta ilegal de una droga transgénica derivada de las flores de eritrina prospera como para mantenerlo a flote en su mediocridad.
Cuando un amigo le señala que su novela está estancada debido a su falta de experiencias, Marcos decide viajar a Montreal gracias a la invitación de un amigo y descubre que la planificación de la emigración puede ser el tema de su dilatado proyecto novelístico. La novela lo llevará de esta manera a caminos insospechados y a tomar decisiones que intensificarán su experiencia de vida, en una significante metáfora sobre los efectos de las drogas.
Santiago van Dam construye así una comedia romántica bizarra con mucha acidez y un gran humor cáustico, en una propuesta que se desenvuelve alrededor de la comunidad consumidora de flores y cannabis de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. El film también contiene muy buenas animaciones y un gran elenco, destacándose la labor de sus protagonistas, Ezequiel Tronconi, Julián Calviño y Giselle Motta.
Ojalá Vivas Tiempos Interesantes trabaja de forma magistral el relato del progreso de una novela como crónica de una realidad que al igual que la literatura va escapando de las manos de su autor para convertirse en otra cosa, encontrando en una filosofía hedonista sobre la intensidad como carácter paradigmático de la experiencia en reemplazo de la moral, el hilo conductor que une toda la narración y las actuaciones del protagonista, que rápidamente ve como la escritura lo va transformando. Parafraseando a uno de los personajes sobre las capas de análisis de esta excelente opera prima de van Dam, el sentido siempre está oculto y hay que aprehender a esperar para descubrirlo.
A cidade do futuro, de Marília Hughes y Cláudio Marques (Brasil, 2017 – Competencia Latinoamericana), de María Paula Putrueli
No hay dos sin tres
La dupla de directores Marília Hughes y Cláudio Marques, vuelve a las pantallas con una historia de ficción basada en la historia real de Milla, Gilmar e Igor. Una familia que sale de los estereotipos formales, donde Gilmar y Milla esperan la llegada de su primer hijo. Sin embargo, quienes mantienen una relación de pareja romántica son Igor y Gilmar.
La locación donde se llevaron a cabo varias escenas de las películas no es casual: se trata de Serra do Ramalho, en el interior de Bahía, una ciudad donde fueron albergadas muchas personas, luego de un éxodo provocado por la construcción de la central hidroeléctrica Sobradinho. Dicha ciudad es de condiciones precarias, sin agua potable, con pocas facilidades para algunos, donde rige, como en la relación amorosa que lidera el film, la idea de ser dejado de lado, a un costado, negado, sin poder pertenecer a un todo que no admite variaciones con aquello que denominan normal.
La estructura narrativa puede por momentos volverse demasiado estática, atrapada como los personajes mismos, en un lugar que no entiende ni tolera. En el tipo de familia que ellos quieren llevar a cabo no solo se plantea el tema de la homofobia, sino también la incapacidad para abrirse a un tema nuevo y liberal como es este tipo de familias nuevas ensambladas, en este caso con dos papás y una madre.
Los actores que interpretan su vida misma, por momentos parecen no lograr una sintonía con aquéllo que quieren contar. Un tema de la impronta que quiere mostrarse necesitaba de una apuesta mayor, desde la dirección y desde sus actores, y aquí es donde la película falla por momentos, y nos muestra escenas que nada aportan y vuelven lento un relato que merecía ser abordado con más compromiso.
El Pampero, de Matías Lucchesi (Argentina / Uruguay, 2017 – Competencia Argentina), por Matías Orta
Un velero y un trío de actores saben ser la ecuación de películas más que interesantes. El Cuchillo Bajo el Agua (Nóż w wodzie, 1962), ópera prima de Roman Polanski, y Terror a Bordo (Dead Calm, 1989), de Philip Noyce, son los ejemplos que primero vienen a la mente. Un subgénero que cuenta con un reciente opus rioplatense: El Pampero (2017)
Fernando (Julio Chávez) es un hombre atormentado. No sabemos bien el motivo (en los primeros minutos queda claro que hay una desconexión con su hijo), pero no está en paz, y además parece convivir con una enfermedad que lo obliga a mantenerse medicado. Se sube a su velero, Cronos, y zarpa. Enseguida se da cuenta de que se había colado alguien. Una muchacha (Pilar Gamboa), que luego dice llamarse Carla. Parece asustada, tiene la ropa manchada de sangre, pero no quiere acudir a Prefectura. Sólo pretende que la lleven a Uruguay, de donde es nativa. A regañadientes, y sin ganas de querer enterarse de lo sucedido, Fernando acepta llevarla. Mientras ambos aprenden a confiar entre sí, suele aparecer Marcos (César Troncoso), un guardacosta conocido de Fernando, que insinúa intenciones poco amigables.
En su nueva película como director, Matías Lucchesi se vale de un esquema de thriller, pero elude la mayor cantidad de lugares comunes y se concentra en los personajes de Fernando y Carla. Ambos padecen tormentos personales y deben aprender a relacionarse entre sí. Otro de los aciertos del responsable de Ciencias Naturales (2015) es el manejo de la información revelada y de los silencios, de modo que el espectador es quien debe rellenar ciertos huecos. La presencia de Marcos suma un clima de tensión ascendente, pero incluso en esos momentos Lucchesi se las arregla para transitar por los senderos menos predecibles, conservando el tono buscando desde el principio.
Julio Chávez vuelve a dar cátedra a la hora de encarnar un rol con un fuerte conflicto interno, que trasmite a través de recursos calculados, como miradas y gestos. La siempre estupenda Pilar Gamboa está igual de contenida, demostrando su versatilidad para toda clase de papeles y registros. César Troncoso, a la manera de un Sharlto Copley uruguayo, compone a un individuo siniestro, sin caer en exageraciones.
El Pampero es un drama dentro de cine de género, donde la clave pasa por las actuaciones y los climas. Además, da cuenta de la evolución de un director que ya es para tener en cuenta.
Carroña, de Sebastián Hiriart (México, 2016 – Competencia Latinoamericana), por M.P.P.
No nos une el amor, sino el espanto
El director Sebastián Hiriart vuelve a tocar el tema del amor, esta vez adoptando una perspectiva distinta, desde el punto donde en una pareja empieza a desvanecerse todo aquello perfecto que veían en el otro. Va mutando el amor por el horror, y aunque Carroña (2016) se defina como una propuesta de amor devenida en suspenso y violencia, no lo es tanto.
Una pareja, compuesta por Manuela y Gabino, decide realizar un viaje para revivir la pasión entre ellos. Entonces se instalan en una playa paradisíaca de la costa de México, más precisamente en Oaxaca.
Ya desde el inicio, en los diálogos y los planos notamos la tensión que hay entre ellos, ese intento forzado por traer a flote algo que parece haberse sumergido mucho tiempo atrás.
La presencia de King Black, un instructor de surf, quien se presenta casi como dueño del lugar, solo complica las cosas; cada intervención de él redobla esa tensión y se manifiesta siempre como un punto de ebullición al borde de estallar. Lamentablemente para el filme, esos intentos de suspenso nunca llegan a tales: los personajes y la trama se quedan a mitad de camino. Ni siquiera el aporte de la música en escenas cruciales ayuda a llegar a buen puerto, y todo se vuelve demasiado liviano.
Está clara la metáfora de una tormenta que opaca las vacaciones, referente al clima, la cual repercute directo en la pareja, en el interior de esa relación que posiblemente haya muerto mucho antes de llegar a esa isla. Aunque el director intenta no caer en los lugares comunes, sobre todo en la última parte, todo se vuelve demasiado obvio y anticipado para seguir dando vueltas en un mismo tema que no conduce hacia ningún lado.
La Loi de la Jungle, de Antonin Peretjatko (Francia, 2016 – Vanguardia y Género), por M.C.
Perdidos en las normas
Marc, un pasante bastante torpe es enviado por el Gobierno francés desde París a la Guayana Francesa, una de las últimas colonias del mundo, para controlar el cumplimiento de las normas Iso de la Unión Europea en un absurdo proyecto de un centro de ski en medio de la selva tropical que ocupa el noventa por ciento de la superficie del país sudamericano.
En la colonia, un funcionario ejecutivo le asigna a Marc, el custodio de las normas europeas en Sudamérica, una chofer, Tarzan, que resulta ser otra pasante realizando una pasantía innecesaria. Perdidos en la selva, ambos se enamoran mientras sortean situaciones inesperadas como la convivencia con una guerrilla de dos hombres, una pelea con un grupo de caníbales, la recurrente aparición de un representante de una empresa ferroviaria y la persecución de un fiscal impositivo que confunde a Marc con un evasor ya fallecido.
El segundo largometraje del realizador Antonin Peretjatko, coescrito junto a Frédéric Ciriez, es una comedia sardónica sobre las contradicciones del colonialismo y sus consecuencias sociales, que causalmente llega a la par de protestas masivas y una huelga general en la Guayana Francesa. Las diferencias entre la idiosincrasia francesa y la sudamericana se manifiestan de forma extravagante y divertida generando diversos gags para todos los gustos.
La Loi de la Jungle (2016) es un film tan disparatado como realista en su descripción de las ridículas imposiciones que la metrópoli le impone a la colonia y los problemas sociales que estas obligaciones absurdas generan en la población de Guayana. Con buenas actuaciones y un gran humor, el opus logra situaciones cómicas de diverso calibre que se suceden una tras otra como una catarata que no se detiene durante todo el metraje. El resultado es una obra que exagera mucho en todas las escenas pero logra su cometido de hacer reír a todos los públicos gracias a la insistencia y a un guión que sabe combinar la sátira política con la comedia romántica.