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FESTIVALES

#20DOCBSAS | Algunxs pibxs

Este maldito/bendito año humano ha resultado una sucesión de calamidades y vicisitudes cual tren sombrío, pero el arte, una vez más, ha venido a sanar y salvar nuestras vidas y no es tanto un lugar común decirlo (lo es) como una obligación superviviente reconocerlo (lo será, supongamos), por lo menos para no volvernos rematadamente chiflados de ciclotimia ni ser vampirizados “yugularmente” por la ansiedad de los demás y, fundamentalmente, para no ser desagradecidos con el cine, quien –lo humanicemos un instante– dentro del arte sanador y salvador ha encarrilado su tren de sombras milagrero hacia la embestida frontal contra el tren sombrío del que hablamos. 

No es ninguna novedad la proliferación como factor productivo en la filmografía yendo a mito de Raúl Perrone pero este año la ansiólisis mediante el cine que calma la fiera creadora en Perrone cual cebo mediúmnico se va de mambo (aunque este tren nunca descarrila; a lo sumo cambia de riel en repetidas oportunidades para mantener a grados Fahrenheit la llama del desconcierto receptivo) porque, para ponerle un moño al sueño de su pereza, dos nuevas películas de Perrone abren y cierran el Doc Buenos Aires en su vigésima edición, una de luxe con más de un quilate por año; este cazador en el cemento de Ituzaingó que caza sin mira ni sinopsis (vía su cuenta de Twitter, Perrone hace poco especificó [despotricó] su deseo concreto de no elaborar más sinopsis para comunicar sus películas a la prensa y celebramos su claudicación de una costumbre tradicional y centenaria porque claudicar es lo que hacen muchas veces los innovadores sino siempre) apretó dos gatillos esta vez y ambos disparos de cámara impactaron en la programación diseñada por Roger Koza y su equipo en los extremos de la grilla. 

Algunxs pibxs es la película que clausurará el Doc Buenos Aires. Transcurre en el orbe skater de patinadores urbanos pero este orbe es dual, ya que inicia y termina en blanco y negro en Buenos Aires pero al medio se interrumpe con una secuencia en colores que es una fiesta clandestina que podría haberse catalogado de “Perrone meets Spike Jonze” en tanto que Algunxs pibxs desliza sus fotogramas digitales que ya no son tales sino bytes por los avatares de algunos tristes tigres que, sí, está bien, viven las leyes de la física sobre una tabla de skate (castellanizá “skate”, Real Academia Español y la p…) pero dentro de una circunscripción al perímetro si se quiere más lumpen o menos concheto del contexto skater y no en el ambiente tipo los-chicos-quieren-estar-bien(si-usan-camisetas-de-marca) a los que suele recurrir Jonze (“No filmo a skaters profesionales”, advierte Perrone, “Busco contar cuentitos”). 

Las imágenes que combina Perrone con la disonancia sónico-musical que viene empleando con dominio de orfebre desde hace una década como mínimo es lo más grande de la película desde una óptica pictórica y se ubica narrativamente al medio. Se trata de una secuencia registrada en el extranjero y aclaremos que escribir “extranjero” en una reseña de una película de Perrone, un rey asentado vitaliciamente en la corte de Ituzaingó, es casi un oxímoron googlemapsiano (las imágenes datan de 2017, provienen de Brooklyn Banks, New York, y fueron cedidas al autor por la productora Delivery Buenos Aires, en tanto que las demás son de entre 2006 y 2008: el archivo visual de reserva que debe acumular Perrone ya deberían poder mensurarse por peso de discos externos más que por bytes internos). Se puede hablar de un antes (secuencia blanquinegra de apertura) y un después (secuencia blanquinegra de clausura) de esta secuencia y de la interrelación tripartita pero es acá donde los efectos beneficiosos de los recursos probióticos que emplea Perrone en su pericia en la postproducción audiovisual para mantener sano al organismo principal –el hilo narrativo, pero uno sin cordel, descontrolado– se lucen por su presencia, por la exégesis de sí misma que ofrece la poética del Perrone contemporáneo, planteada “a cielo abierto”, a la vista del espectador, aunque esto no signifique que la complicidad sea automática. En la página 77, en el capítulo 2 [“La secuencia narrativa”] de la edición en español de “El fantasma material”, publicada por la editorial cordobesa Los Ríos el año pasado desde su colección “Cine” –que no casualmente dirige Roger Koza, exégeta consuetudinario de Perrone tanto como de Pérez–, el eximio crítico cubano-estadounidense Gilberto Pérez enuncia:

“Una pintura es lo opuesto a una narración: todo está ahí de una sola vez. Puede que contenga una historia (cualquier pintura hace eso cuando describe un acontecimiento en desarrollo, una batalla, por ejemplo, o una mujer joven leyendo una carta al lado de una ventana), pero la historia está ahí de forma simultánea. La narración transforma la vida en una secuencia; la pintura transforma la vida en una simultaneidad”. Y, literalmente, mediante su técnica hábil de montaje yuxtapuesto y su tratamiento minuciosamente freak del sonido y de la imagen, Perrone plantea este ensayo poético-documental en tres actos narrativos pero no consecutivos, hilvanados por la presencia de un posadolescente deambulador que salta de la primera a la tercera parte; pero Perrone se detiene aquí, al medio, con la fuerza centrífuga de su ímpetu ensoñador de laboratorio al palo y al palo juega con los colores y los encuadres para crear algo que produce el efecto de una rave visual drogadicta que se propone desafiar los preceptos que ensaya Pérez bajo una erección de placer cinético regido por el caos y la simultaneidad de recursos dramáticos. El resultado del tratamiento clínico de la imagen que logra Perrone es cálido y no gélido (¡es descomunal su libertad plástica, casi un Jackson Pollock con cámara!), como podría sospecharse. Perrone transforma el lapso temporal en una simultaneidad con ralentizaciones de la imagen y es sospechoso de erigirse como el Maestro del tiempo en el cine-ensayo argentino. Fragmentos terroríficos de la música de Béla Bartók ya usada por Kubrick en “El resplandor” resplandecen diferente en la penumbra noctámbula del “perronismo” callejero que es un hervidero de “pibxs”. La banda de sonido, multiforme, multicapas, multiuso, es un collage todavía más dramático que el campo visual ante nosotros. Las imágenes, mudas de palabras pero verborrágicas de estímulos visuales, congregan el Antes y el Después. Como decía Bugs Bunny al final de sus aventuras, “¿Qué hay de nuevo, Doc?”. DOC (Buenos Aires) responde por partida y llegada doble: Perrone + Perrone.

calificacion_4

 

 

© Miguel Peirotti, 2020 | @MPeirotti

Permitida su reproducción total o parcial, citando la fuente.

(Argentina, 2020)

Guion, dirección: Raúl Perrone. Duración: 77 minutos.

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