Hay por lo menos dos Ferraras: uno más bien nocturno, sórdido, agresivo, que gusta de los géneros fuertes, y otro reposado, cotidiano, que prefiere el paso lento del tiempo a las estridencias narrativas. El primero filmó The Driller Killer, Un maldito policía o la enésima remake de La invasión de los usurpadores de cuerpos; el segundo, en cambio, hizo The Addiction, 4:44 Last Day on Earth o Pasolini, todas películas que describen mundos más o menos peligrosos con un pulso sereno, al menos hasta el final, cuando el género impone un estallido de violencia que borra de un golpe (o un disparo, o un mordisco) la calma previa.
Tommaso la filmó el segundo Ferrara. La película cuenta la historia de un director de cine que vive en roma con su mujer moldava y su hijita. Ferrara se toma su tiempo: durante más o menos una hora no sabemos bien dónde estamos, qué se propone la película, ¿Tommaso alucina?, ¿cuál será si no el conflicto? La película presenta a su protagonista sin prisas y se entusiasma con su rutina cotidiana: los momentos con la familia, las clases de italiano, el expresso tomado rápido en la panadería, las compras, las reuniones del grupo de alcohólicos, el trabajo creativo, los ejercicios de relajación. Las escenas se suceden sin atisbos de eso que se llama conflicto, o nudo, o como prefieran nombrarlo: pasa mucho hasta que el guion sugiere que Tommaso sufre de celos, que no sabe cómo cuidar a la esposa más joven que él, que está un poco agobiado por la vida en familia. No hay apuro, susurra Ferrara, el cine también puede ser esto, Willem Dafoe haciendo un personaje con los hábitos adquiridos primero en Light Sleeper, de Schrader, y perfeccionados después en otras películas de Ferrara: el neoyorquino inquieto, conectado con la droga o el alcohol, que sabe moverse en la noche, que vive en un loft o un departamento grande, con intereses estéticos y alguna que otra incursión en la cultura oriental. Tommaso es el último eslabón de ese linaje ferrariano que ahora se enfrenta a una pequeña épica doméstica.
Pero no es solo una cuestión de timing, de demora. Hace tiempo que Ferrara, como lo haría cualquier maestro, sabe conducir sin problemas sus películas por caminos inciertos. En una escena, abajo de la casa de Tommaso, hay un tipo que grita obscenidades en inglés y molesta a su familia. El protagonista baja, no sin temor, preparado para agarrarse a las trompadas y tal vez, con un poco de suerte, descargar la angustia que lo corroe. Ya en la calle, se encuentra con que el inadaptado es un inmigrante pakistaní borracho que lo desafía. De golpe, sin que nadie se dé cuenta, se acercan, los dos cambian el tono y ahora se hablan mejor, casi con amabilidad: la pelea inminente se vuelve una comunión imprevista y fugaz entre dos extranjeros quebrados que se reconocen en el otro a pesar de las diferencias. La escena es extraordinaria y certifica que Ferrara puede trabajar como pocos directores esa zona ambigua por donde circulan la furia, la hostilidad y la camaradería confundiéndose unas con otras..
La fugacidad de ese encuentro se contrapone con la extensión de las reuniones del grupo de alcohólicos, que le sirven al director para terminar de redondear el personaje de Tommaso, pero también para volver una vez más al retrato del adicto, una de las figuras favoritas de Ferrara. Los adictos de Ferrara nunca se parecen a los de otras películas: son adultos que disimulan sus tragedias personales y eluden tanto el retrato condescendiente como el estereotipo del destrozado que no tiene nada porque ya lo perdió todo. Los encuentros a los que asiste Tommaso son momentos plenamente ferrarianos: en un sótano mal iluminado, un puñado de alcohólicos en recuperación cuenta su pasado o su presente sin llantos lastimeros ni moralejas aleccionadoras; hablan de sus problemas como adultos, sin embelecos ni cursilerías, sin preocuparse por atender los numerosos mostradores de la corrección política, una situación que al cine estadounidense (y al del resto del mundo) le cuesta cada vez más lograr.
A medida que el relato avanza, entonces, se trazan los conflictos elementales que asolan a Tommaso, pero Dafoe nunca pierde la gracia que lo distingue de casi cualquier otro actor, esa elegancia un poco siniestra del cuerpo que se mueve como descoyuntado, sin articulaciones, y que Dafoe lleva a todas partes con una increíble mezcla de calma y fiereza, un ángel negro que debe lidiar con fuerzas oscuras incluso en la cotidianeidad familiar.
© Diego Maté, 2021 | @diegomateyo
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(Italia, Reino Unido, Grecia, Estados Unidos, 2019
Guion, dirección: Abel Ferrara. Elenco: Willem Dafoe, Cristina Chiriac, Anna Ferrara, Maricia Amoriello. Producción: Laura Buffoni, Simone Gattoni, Christos V. Konstantakopoulos, Michael Weber. Duración: 115 minutos.