De Eros y Thanatos
Diana es una trabajadora sexual. Una prostituta. Es hermosa y solitaria, no solo porque su estilo de vida inherentemente la aliena de la sociedad moralista que la rodea, sino porque es una desamparada misteriosa de la cual no se sabe más de lo que vemos una vez que arranca la obra. Está, en apariencias, sola en el mundo. Diana significa princesa, o aquella que es iluminadora. Y en cierto sentido lo es.
Sólo un eclipse, en una roma suspendida en el tiempo por el fenómeno, puede intentar atenuarla. Ese sol ensombrecido es símbolo y (mal) augurio. Pero también representación de la protagonista: es esa luz, ese centro del relato cubierto por una pronta oscuridad, por la muerte. La atenta e hipnotizada población somos nosotros, espectadores, observándola en su descenso a los infiernos. Porque una noche, en una rápida persecución en auto, donde Diana huye de las garras de un despiadado asesino, un accidente la sume en tinieblas provocándole una ceguera irreversible. Su guía será una perra lazarillo entrenada letalmente para su seguridad.
Volviendo a la escena del eclipse como augurio y simetría de su pronta pérdida de la visión, perfecta como un círculo, (que cierra sin dejar cabos sueltos, circular como el mismo sol) en su significación; no es más que el castigo impulsado por esa sociedad que la rodea y a su vez parece ignorarla. No por nada parecía no existir entre la multitud mientras recorría las calles y parques. Esa ceguera no es más que un símbolo de la oscuridad que la persigue: la sombra de un asesino que desprecia a las prostitutas. Como Michael Myers acechando cada rincón de Haddonsfield, Diana se mueve como un fantasma que solo existe para unos pocos en un mundo sumido en tinieblas. Esos que la veneran cómo Diosa o princesa y ser de luz. Ella representa el Eros (pulsión de vida) en oposición al Thanatos (pulsión de muerte), ya que el sexo es la negación de la muerte y a su vez el impulso que la reafirma. El sexo es la vía por la cual nos inmortalizamos y por ello está relacionado directamente con la muerte. Una muerte de la que se resucita, se vuelve ciclo: nacimiento, reproducción (sexo) y, finalmente, muerte, con estos últimos unidos inevitablemente. Eros porque en el sexo ella da luz a otros, a los necesitados. Los ilumina y con ello les entrega parte de su fuerza vital.
La ceguera codifica la significación en el relato: es la marca física transformada en símbolo total y trágico sobre el derrotero hacia la redención. Diana deberá lidiar con ese nuevo mundo, oscuro y mórbido, apenas resguardado por unas gafas negras que son un escudo contra un contexto que amenaza su integridad moral y física. Un pequeño huérfano japonés que perdió a sus padres en el terrible accidente de tránsito que la involucra a ella se le prenderá como sanguijuela: Chin es otro desamparado que lidia con sus propios demonios en forma de bullying preadolescente. Esa unión casi imposible será con el correr del relato un lazo inquebrantable sobre seres desprotegidos que solo se tienen el uno al otro. Alguien dijo por ahí “la Gran Torino de Argento”*
Argento vuelve a lo mejor de su cine luego de su última gran obra, la poderosa Opera (1987). Después de aquella demoledora experiencia plagada de obsesiones llevadas al paroxismo solo se limitó a filmar lo peor de su ya cansada filmografía. Pasó de obras regulares a malas y de malas a terminantemente vergonzosas (Mother of Tears es ejemplo de ello). Occhiali neri es una película chiquita, no solo en la magnitud de su ajustado presupuesto sino también en su medida y precisa construcción, sin desbordes estéticos (como sucede en Opera), dando fe del resultado. De todas maneras, la domina el énfasis físico del giallo, género descaradamente estético. El sexo, el erotismo como forma de expresión corpórea y su ramificación en los bordes de la explotación, así como la violencia explícita aunque reducida en comparación con otras dolorosas exposiciones carniceras, se presentan sin negar su lúdica naturaleza absurda (el giallo es un género absurdo y delirante) construyendo un relato fértil aunque no tan barroco o desmesurado, maduro se podría afirmar. Acá hay asesinatos que conforman un ritual circular (cómo el sol al inicio: de la luz a la oscuridad, del día a la noche o el olor que delata al agresor y que une el instinto animal de Diana con su perra) a modo de simetría, donde se unen la muerte de una prostituta y ya, hacia el final, la derrota del villano (otra vez, el Eros y el Thanatos); y que involucran gargantas destrozadas no solo como respuesta a lo barroco del asunto, sino además como auto homenaje de una escena de Suspiria (con un ciego como víctima): viejas obsesiones disfrazadas de auto homenaje, tal vez. El autoplagio no quita la elegancia ni el eterno goce. Gracias por volver al cine maestro.
*créditos a Jose Luis De Lorenzo
(Italia, Francia, 2022)
Dirección: Dario Argento. Guion: Dario Argento, Franco Ferrini. Elenco: Ilenia Pastorelli, Asia Argento, Andrea Gherpelli. Producción: Conchita Airoldi, Brahim Chioua, Noémie Devide, Laurentina Guidotti, Vincent Maraval. Duración: 90 minutos.