ESTA LOCA, LOCA GENTE
Las mejores comedias son las que observan con perplejidad el universo que las rodea, con una mirada que oscila entre la sorpresa y la extrañeza. El mundo es un lugar extraño, aunque lo olvidemos con demasiada frecuencia, y el cine, y las comedias, aparecen para recordarnos el absurdo elemental que nutre un poco misteriosamente a las personas y los rituales. Como Juana a los 12, la película anterior de Martín Shanly, Arturo a los 30 indica desde el título las coordenadas biográficas de la historia: si Juana se detenía a veces sobre los pequeños dramas de la adolescencia y su eterna condición de extranjería, Arturo cartografía un momento posterior, no menos sembrado de dudas e incertidumbres. Todo empieza con un casamiento al que asiste Arturo: la unión sacramental, la publicidad del enlace, la seguridad con la que los novios y los invitados ejecutan una coreografía esperada de actos y palabras parece, desde el punto de vista desfasado del protagonista, una especie de escena indescifrable, de espectáculo lunar. Los momentos pautados de la noche, que incluyen la ceremonia, el viaje hasta el salón y la fiesta, disparan cada uno a su tiempo flashbacks que le dan a la película una estructura episódica bastante libre y oxigenante. En cada recuerdo, Arturo repasa el desgarro que lo separa fatalmente de sus congéneres, sean amigos, familiares o exparejas. La muerte del hermano mayor, la desaprobación silenciosa de la madre y el desprecio desembozado de la hermana trazan una constelación de tragedias que Shanly conduce con una eficacia impresionante hacia las tierras más gozoas de la comedia.
Arturo está perdido, fuera de eje, caído del mundo, eso es claro, pero (y acá la película deja entrever su espesor), ¿no lo están un poco todos los personajes que gravitan a su alrededor? Shanly aprovecha una paradoja de la comedia que el cine conoce bien por lo menos desde Buster Keaton, y que Woody Allen cultivó más que otros: el raro, el que se adapta poco o mal, el que trata sin éxito de insertarse en el sitio que la sociedad le tiene reservado, oficia de vector narrativo que permite detenerse a examinar la extrañeza irreductible de los otros, los normales, los que supieron hacerse un lugar al calor de la aceptación y la respetabilidad. El retrato que la película traza de la gente que está con Arturo es impiadoso y por momentos un poco cruel, y está bien: el director mira con los ojos de su personaje, una criatura díscola que sostiene una guerra disimulada con el mundo. La gente habla y parece vana, tonta, interesada, desesperada, como si estuvieran todos atrapados fatalmente en la red de obsesiones personales que modelan su pobre horizonte vital. Arturo va por ahí, equivocándose, de yerro en yerro, musitando disculpas innecesarias, enhebrando un pequeño rosal de claudicaciones, sabiéndose siempre distinto e incapaz, dañado, pero sin renunciar a la observación precisa e insidiosa del ecosistema humano que se mueve en torno suyo. Shanly maniobra esas operaciones con un timing impresionante: filmar la incomodidad hasta volverla cómica es, como todo el mundo sabe, cosa seria, un arte del tiempo y el corte justo que se alimenta de conocimientos y trucos asentados durante décadas de screwball comedy americana. Así pasa en la escena extraordinaria del ensayo de la obra de teatro de la cuñada, que deja sentir los efectos vivificantes de la carcajada varios minutos después de terminada, como si el cuerpo siguiera riéndose para sus adentros.
(Argentina, 2023)
Dirección: Martín Shanly. Guion: Ana Godoy, Federico Lastra, Victoria Marotta, Martín Shanly. Elenco: Martita Alchourrón, Miel Bargman, Julieta Caputo. Duración: 92 minutos.