Una mezcla de Linklater, Weerasethakul y el David Gordon Green de George Washington, esta coming-of-age chilena es hipnótica como un domingo bajo el sol.
Casi no hay trama. Lo que hay es un vibe, un clima. Hay cuatro amigos adolescentes, de vacaciones. Uno de ellos, Benja, está postrado en la cama, enfermo desde hace tiempo. Pero una tarde se escapa de su casa, decidido a vivir su vida. Disfruta de una última noche de cerveza y porro.
En la próxima escena, sus tres amigos vuelven de su funeral. Quieren ponerse en pedo y ahogar sus penas. Se acercan a un adulto desconocido cerca de un mercado y le piden que les compre alcohol, ya que ellos son menores de edad. El adulto, al escuchar sobre el funeral, accede.
Les compra cerveza, pero luego les recomienda que busquen otra manera de transitar el duelo. Los chicos le preguntan a qué se dedica. El adulto responde: es director de cine. (Suponemos, también, que es el alter ego de Diego Soto, director y guionista de Muertes y maravillas). Le hacen otra pregunta: si haciendo cine puede mantenerse económicamente. No, responde el adulto. Pero el cine hay que hacerlo igual.
En esta escena está el planteo central de Muertes y maravillas. El pibe que se impone como el protagonista, Juampa, efectivamente encuentra otra manera de canalizar sus emociones: empieza a escribir poesía, inspirado en un libro de Jorge Teillier que le prestó Benja.
La fórmula sugerida por el título de la película parece obvia: de una muerte surge la maravilla del gesto creativo, el arte ayuda a procesar el trauma.
Pero Diego Soto no se apura al contar su historia. Deja que sus personajes existan, que pierdan tiempo. Y por eso la fórmula —tragedia, luego arte— no nos parece tan rígida. Juampa no está atrapado por la estructura del guión. Puede divagar y, sin obligaciones narrativas, llegar hasta su despertar artístico.
La cámara lo observa todo tranquilamente. A veces ya está en la habitación antes de que entren los personajes, como si fuera un fantasma (Weerasethakul, otra vez, o Ming-liang Tsai) vagabundeando por suburbios chilenos. Hay poco uso del plano-contraplano en los diálogos. Sí muchas tomas largas de los personajes charlando. O planos generales en los que apenas registramos las expresiones de los actores. Esto le quita el foco a la psicología de los personajes y lo deriva hacia otras cuestiones: el color, la luz, el ambiente. Pintura en movimiento, aunque la fotografía no sea pintoresca.
Nada de esto es novedoso. Las inspiraciones de Diego Soto son obvias, como las del mismo Juampa, cuyos primeros poemas son calcos de Teillier. Pero no por eso son menos genuinos.
Muertes y maravillas es sobre la necesidad de hacer arte. Porque las películas hay que hacerlas sí o sí, aunque no las vea nadie. Quizás después sirvan para algo o para alguien, incluso para cambiar el mundo. Pero primero hay una pulsión, una necesidad básica y personal, como comer o dormir, y hacer cine es una respuesta a eso.
(Chile, 2023)
Guion, producción, dirección: Diego Soto. Elenco: Juan Pablo Soto, Benjamín Fuenzalida, Yanko Bravo, Matías Cisternas, Andrea Troncoso. Duración: 70 minutos.