Las Ranas ejerce un poder hipnótico que es imposible eludir. Edgardo Castro, director de La noche y La familia, concluye con este largometraje una trilogía particular -como su forma de pensar el cine- cuyo eje manifiesto es la soledad. En esta oportunidad deja de poner el cuerpo en pantalla, abocándose por completo al rol de la escritura cinematográfica, en sentido amplio.
Una ficción que despliega otra forma de representar(la), que rompe con los cánones acostumbrados, que se posa en los límites, tanto en su concepción como en su realización. Por su extremo realismo, gracias al aporte de las locaciones y actuaciones, y con el evidente trabajo de investigación y compromiso, se puede confundir fácilmente con un documental. Sin embargo, hay decisiones que se evidencian claras, que no tienen que ver con el devenir de un registro aleatorio por las circunstancias o forzado por la narración, ni tampoco se apoya en el montaje como proceso creativo.
La gran virtud de la puesta en escena está en el punto de vista que adopta la cámara con sus movimientos constantes. Con virtuosismo y sinergia, de forma orgánica, registra la intimidad de los personajes. Sin hostigarlos, a veces dejándolos ir, otras sacándolos del centro, aunque nunca estableciendo distancia. Si bien los persigue con cierta curiosidad, no se obstina en exponer situaciones, ni en ejercer algún tipo de subrayado. Así propone una mirada que se siente humana en el retrato, que observa pero no juzga.
La única arbitrariedad visible, y que por suerte no pasa inadvertida en su mensaje contundente, es el pañuelo verde extendido. Este símbolo comparte el plano de forma simétrica con la protagonista, mientras ella disfruta de los pequeños grandes placeres que se otorga: un choripán que embadurna suavemente con chimichurri y acompaña con una Coca Cola. Como en cada Phillips Morris que prende, se siente un goce, un disfrute, de ese pequeño momento de felicidad que se brinda a sí misma.
Bárbara (Bárbara Stanganelli) posee una impronta que con su sola mirada llena el espacio y los silencios, ya que se prescinde por lo general de los diálogos. Hay tantos detalles en su actuar, que irradia con su propio cuerpo la profunda soledad y el estado constante de congoja que transita el personaje. La pureza emotiva que manifiesta ante su hija, o ese pequeño gesto de mirar otra pequeña extrañándola, o el atisbo de sonrisa al ver cómo su compañera de ruta insulta a un auto mientras esperan el micro debajo de una autopista. O en su relación con Nahuel (Nahuel Cabral), en la que pone todo su esfuerzo material y físico para conservar el vínculo, en donde a pesar de la distancia, tanto emocional como espacial, se expresa el amor.
Ranas es el mote desafortunado que se utiliza en la jerga carcelaria para nombrar a las mujeres que no tienen relación ni familiar ni en forma de contrato matrimonial con los presos. Ranas, en realidad, son las mujeres que atraviesan con sus cuerpos mucho más que unas simples rejas para visitar a sus hombres, con los que no sólo tienen sexo. Castro deja en claro, sin mediar palabras, la diferencia entre las tres mujeres que viajan juntas -pero separadas- a Sierra Chica: una de ellas, maquillada y con gesto más optimista, lo hace con claros fines románticos; las otras dos tienen bebés con los convictos. Sus caras denotan la motivación que las lleva a emprender el viaje, que quizás en un principio era otra. De ahí que ese pañuelo verde que señalo como arbitrario adquiere aún más sentido. ¿Por qué las mujeres deben estar presas de su libertad sin cometer ningún delito? No implica que no amen a sus hijxs, sino que tengan la posibilidad de decidir(lo).
Sin prejuicios ni estereotipos, dato que se revela en la música que en constante presencia diegética se aleja de las cumbias villeras acostumbradas, que muta desde Bob Marley hasta la cumbia romántica y el trap. Así nos adentramos en un barrio humilde del oeste del conurbano; en los medios de transporte que la llevan a Barbi a la zona del Abasto, donde soporta con gran fortaleza la constante negación y exclusión. Sobre todo, descubrimos la cotidianeidad del penal de Sierra Chica, por ejemplo, en las costumbres de los convictos al preparar la comida, que se vuelve comunitaria como aquella que acontece en el barrio al comenzar la película. La comida como el evento clave al momento de compartir no sólo el espacio, sino la vida.
En casos como con Las Ranas no solo se extraña la sala cinematográfica, sino también una parte fundamental del Festival: la puesta en común, la charla, el encuentro. Esta obra que posee escenas conmovedoras, mismo en algún caso bordeando lo abyecto, brinda una sensación que estimo se proyecta diferente según la propia subjetividad del espectador; aunque no se pueda compartir esta en el ahora, sin duda perdurará en el tiempo.
© Soledad Bianchi, 2020 | @soleddub
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(Argentina, 2020)
Guion y dirección: Edgardo Castro. Elenco: Bárbara Elisabeth Stanganelli, Nahuel Cabral, Gabriela Illarregui, María Eugenia Stillo. Fotografía: Yarara Rodriguez.