CLASICISMO INOXIDABLE
El cine de Hollywood todavía no le ha encontrado la vuelta para las representaciones de las guerras de Irak y de Afganistán. Se podría decir que el estado híbrido de esta lucha armada contribuye a la falta de perspectiva histórica, necesaria para entender un conflicto y para poder desarrollar historias. En los 70, la industria contaba con grandes nombres para llevar a cabo las primeras experiencias de Vietnam en cine, lo que se extendió a la siguiente década, así ofreció algunas obras maestras como Apocalypse Now y Pecados de guerra (Casualties of War). Tan solo Kathryn Bigelow con Vivir al límite (The Hurt Locker) logró sortear el fracaso de las producciones demasiado urgentes de una guerra actual, y era hasta el momento la excepción a la regla maldita de desastres tanto en taquilla como en lo artístico sobre Irak. Más allá de estos antecedentes negativos, Clint Eastwood nunca sintió siquiera una mínima presión, a lo largo de su extensa carrera, para desarrollar temas o problemáticas -por más duras que estas fuesen- como si estuviera ajeno a los momentos del cine porque su capacidad para narrar es más sólida que cualquier crisis que pueda presentar la industria de Hollywood.
Siempre bajo el signo del clasicismo, no importa si es un thriller sobre la desesperación de una madre por reencontrar a su hijo o si es una biopic de J. Edgar Hoover, el viejo Clint mantiene vivo el fuego de la narración como bandera que se clava en cualquiera de las dimensiones de sus películas. Inmediatamente después de la luminosa Jersey Boys, la historia de Chris Kyle (denominado el francotirador más letal de la historia militar de EE.UU.) se ubica perfecta en la repisa de inquietudes del octogenario director. Lejos de ser una biopic de cuatro paredes, el relato comienza con la primera participación en el campo de batalla para Chris -a quién se lo nombrará en la película más como “Legend” que por su nombre de pila- y su bautismo de fuego al tener que decidir si elimina a una madre y su hijo que cargan una granada destinada a ser arrojado contra un tanque. Desde allí, Eastwood retrocede en el tiempo y enarbola -con un poder de síntesis envidiable para muchos directores- la niñez y los años previos al alistamiento de este francotirador con los SEAL, para volver nuevamente al punto de inicio y avanzar en los cuatro tours del protagonista, a lo largo de varios años. Bradley Cooper también parece entender de síntesis porque aplica la misma táctica de su director, en completa sintonía al componer este duro personaje. El correlato de la obsesión de Chris por atrapar a su némesis, un colega enemigo que está acabando con sus compañeros, se cuela hasta revestir mayor importancia para la historia, en contraposición con la subtrama de enajenación y tensión generada con su mujer, quien no puede convencer a su esposo de “regresar” al hogar y ser el mismo de antes de la guerra.
La historia de este francotirador, convertido en celebridad dentro del círculo militar estadounidense, no es finalmente un vehículo para relatar la alienación, como pasaba en la mencionada Vivir al límite: allí donde el cinismo de Bigelow contorneaba con singularidad la historia de un hombre sin miedo a la muerte, Eastwood baja a tierra con cierta emotividad primaria en los modos narrativos pero suficiente para no alertar al detector de golpes bajos. Otro de los mayores méritos está en evitar el exceso de patriotismo, principalmente por sembrar cierta ambigüedad en pequeños símbolos como la biblia de Chris y algunas resignificaciones irónicas, por ejemplo cuando enuncia el clásico “Dios, patria y familia, ¿no?” antes de darle una palmada en el hombro a un compañero, como respuesta a una pregunta sobre sus creencias. Es decir, una suerte de desmarque del lugar común del redneck enrolado para servir a su país en la guerra de turno. El gran director de Cazador blanco, corazón negro también utiliza la misma estrategia que su héroe, al ponerse también al margen de la carga ideológica pero lejos del tono panfletario porque se vale de los elementos del cine para narrar, simbolizar y construir sentido siempre desde su perspectiva inoxidable. Hasta se da el lujo de armar secuencias virtuosas como la larga toma de la tormenta de arena, tan solo por eso vale la entrada de cine.