¡Qué finde largo! Vino fenómeno para recargar pilas, para tomarse unas buenas siestas, para ponerse al día con series y pelis, para salir un poco a orear la bocha y ver cosas nuevas y buenas que ofrezca la ciudad. Y una de las cosas más prometedoras desde siempre en Buenos Aires es la cartelera teatral. Mientras disfruto del pesto que le estamos pegando a EE.UU. en la Copa América (Lio te llevo en el alma, y cada día te quiero más), les escribo esta columna para que se espabilen y se encaminen rumbo a la reina del plata y sus secretos.
Somos una ciudad que se ilumina de oportunidades, de ofertas de toda índole: oficiales, independientes, del under, de la calle… Andamos todos pululando por el asfalto, pateándola para adelante, chupando mate, con las luces de las marquesinas enmarcándonos el cerebro. Y, muchas veces, de llenos que estamos, no salimos del fondo ni que vengan degollado, dejando que el viejazo nos marque cuerpo a cuerpo y nos gane lo mejor.
Es por eso que, este domingo, había planeado gambetear unas cuantas cosas, antes de que se me presentara el espíritu del invierno presente y me compeliera a enchancletarme y fingir una lesión. Decidí que al mediodía aceptaría la invitación a comer un asado con amigos que ofrecían su casa con la mejor onda. A la tarde me pondría con arreglos del hogar, a las 20hs iría al Celcit a ver Miserables y pasadas las diez de la noche, rumbearía para Tigre a un cumpleaños. Cuando arrancó el día, pensé que no podría hacer todo, que el viejazo y el invierno me dejarían en “orsai”, pero con tenacidad y compromiso pude hacerlo todo con muchísima energía y fenomenal onda.
El asado estuvo fantástico, con las cosas de la casa venimos encaminados, lento porque hacemos todo el Chuchi y yo, pero encaminados al fin. El cumpleaños fue un gol de media cancha, como siempre en casa de mi amiga Agustina que se manda unas fiestas recontra copadas; y de la función de teatro es de lo que me gustaría hablarles ahora, para que se pongan las pilas y vayan a ver este zapatazo al ángulo que es Miserables, los Peligros del Turismo.
Ya el año pasado, Gaby Fiorito nos había sorprendido con su maravillosa puesta de Cuarteto. Lejos de dormirse en los laureles, ahora vuelve a meterse con Rovner y a salir más que airoso del trance, cabeceando en el área con remarcable precisión, aun cuando el despliegue emocional de la obra es avasallante.
Como siempre, lo pictórico está fuertemente presente en la elección de Fiorito. Esa especie de expresionismo criollo que lo caracteriza y que enmarca toda la acción en un potentísimo corsé visual. El escenario como lienzo polifacético, la imagen como materia prima, la palabra como catalizador, la música en un rol casi chamánico, y el movimiento como refinador inconfundible.
La estrategia del director es casi imbatible.
Cuatro tipos, otrora clase media, se la rebuscan vendiéndoles a los turistas algunas cositas que, aunque cultas y refinadas, no escatiman miseria: té, libros, ponchos al telar y grafitis. Superficialmente cultos, analizan una y otra vez la desgracia que los asola, sin dejar por eso de lado la picardía y el aprovechamiento.
La dignidad como mercancía.
Cuatro cínicos, cuatro víctimas, cuatro hombres que, con portento discursivo y justeza coreográfica, plantean un juego de contraste soberbio entre la necesidad, la ironía, la ingenuidad pasmosa, la violencia y el oportunismo.
Iván Steinhardt, Mauricio Chazarreta, Gabriel Wolf y José Formento brillan cada uno con luz propia, sosteniendo durante la trama a estos personajes unidos por una misma materia dramática, pero con claras y valiosas peculiaridades compositivas. Son la línea de ataque de un equipo conformado virtuosamente. Todos tienen su momento en el escenario y le sacan provechoso partido, interpelando al espectador tan certera como atenazadoramente. Es claro que el director conoce a sus actores y los contiene y los suelta, ateniéndose brillantemente al talento, al punto fuerte de cada uno.
La música original de Sebastián De Marco, una cumbia lastimosa tan bella, perfecta y absolutamente inherente a la obra, se vuelve inolvidable. Una rabona de melancolía, tropicalísima, que se mete en las venas y en la memoria. Los desafío a ver esta obra y no tararearla por lo menos, por las dos horas siguientes.
Explota por las bandas Christian Chen, muy sorpresiva y contundentemente.
Y así, como no podría ser de otra manera, termina el partido en goleada 4 a 0 y yo voy perfilando el párrafo final de esta columna. Miserables, los Peligros del Turismo, tiene todo para llevarse la copa con magia, garra y dignidad. El trabajo del equipo es verdaderamente maravilloso. Una máquina imparable, que resulta del esfuerzo sesudo, sensible, comprometido y leal a un lenguaje que se aproxima a la creación colectiva, pero se somete sabiamente a la dirección de Fiorito.
Es imperativo verla.
Y diciendo esto, cambio de camiseta con el Chuchi y me voy al vestuario.
Laura Dariomerlo / @lauradariomerlo