Crónica Jornada Nº2 (17 de Septiembre)
Amen (Kim Ki-Duk, 2011)
Un responso por el cineasta Kim Ki Duk
Aprecio mucho el cine de Kim Ki-Duk. Además tengo una vinculación especial con él a través de los festivales: mi primera experiencia, esa Seminci 2004 que ganó con su maravillosa Hierro 3, me descubrió a un cineasta que creaba imágenes de verdadera poesía, que se apoyaba como pocos en otras artes como la música o la fotografía para llenar de belleza sus planos, que explotaba una rara lírica, a medio camino entre lo sublime y lo ridículo, poseedora de un raro humor negro y a veces invadida por una sobrecogedora violencia moral y física, características todas ellas que impregnaban obras como Primavera, Verano, Otoño, Invierno y…Primavera, Samaritan Girl o El Arco, por citar algunas. Ya hace dos años, en este mismo festival, el amigo Kinki, tras varios años de ser el autor más representativo – con permiso de Park Chan Wook y algún otro – de esa ola de nuevo cine coreano que se puso de moda, dio serias muestras de agotamiento con su ridícula Dream. El tipo necesitaba un descanso de sí mismo.
Así pues me acerco a Amén con la mejor de las disposiciones, esperando reencontrarme con las viejas sensaciones. Para empezar me topo con una película grabada cámara digital en mano, sin el más mínimo atisbo del refinamiento de la puesta en escena y el cuidado artístico de los planos que caracterizaban a Kim Ki Duk, que ahora se asemeja más a un primo tonto coreano del Dogma danés. Malo. El argumento se desarrolla en torno a una chica que busca por Europa a un antiguo novio artista. Llega a Paris y le dicen que se ha ido a Venecia. Se va a Venecia y le dicen que está en Aviñón. En Aviñón más de lo mismo. Al parecer desconoce no ya la utilidad de internet, sino de un simple teléfono móvil ya que, en cada uno de esos lugares aunque le hayan dicho que el mozo no está, se lía a vocear su nombre a gritos por si acaso le contesta. Flipo. Ah, por cierto, en el primer viaje en tren, un desconocido con máscara antigás la droga y la viola, llevándose consigo sus pertenencias, que le va devolviendo de cuando en cuando durante el viaje. Cualquiera con dos dedos de frente se daría cuenta que alguien debe estar siguiendo sus pasos. La pánfila ésta no: prefiere seguir paseándose y pegando voces por ahí. Pierdo la paciencia cuando caigo en la cuenta que en película absurda y tan repelente en su estética me está pervirtiendo uno de los elementos que más me gusta de Hierro 3, ese ángel guardián que cuidaba en silencio de la persona amada. Encima la pretenciosa cosa ésta – que visualmente es algo así como si usted o yo grabáramos nuestras vacaciones con una cámara medio decente e hiciéramos un Director’s Cut – no deja de dar vueltas alrededor de su único y antipático personaje, esa chica no muy espabilada que se pasa más de media película durmiendo o paseando sin rumbo fijo. Casi al final de la misma llora desconsoladamente durante unos cinco minutos. No me extraña. Yo mismo tengo ganas de arrancarme los ojos.
Me entero después que el tipo de la máscara antigás al que no vemos el careto en ningún momento es el propio director, que así se ha ahorrado pagar actores. E intuyo que su película, paseo por media Europa aparte, debe haberle costado menos que el presupuesto de su estancia en Donosti – les aseguro que el Hotel Maria Cristina vale una pasta por noche – y que estará encantado con su “evolución artística”. Yo pienso en las profundas emociones que me provocaron algunas de sus películas anteriores, en el placer estético que obtuve de ellas e incluso las reflexiones que plasmé en mis críticas y llego a la conclusión que el título no puede ser más adecuado. Mejor rezar un responso por su alma, porque de aquel brillante cineasta no parece quedar el más mínimo rastro.
Albert Nobbs (Rodrigo García, Reino Unido, Irlanda, 2011)
El doble reto de García y Close.
La complicidad evidente entre Rodrigo García y la flamante Premio Donosti Glenn Close quedó más que demostrada en títulos como Cosas que Diría con Solo Mirarla o Nueve Vidas en las que el director sacaba un magnífico rendimiento con pequeños pero intensos papeles de una actriz que cuando está bien dirigida puede con todo lo que le pongan por delante. El talentoso hijo cineasta de García Márquez le ha lanzado un reto apasionante con Albert Nobbs, película de época ambientada en la Irlanda de finales del siglo XIX donde Close interpreta con notable credibilidad y metiéndose a fondo en el personaje a una mujer que lleva toda su vida haciéndose pasar por hombre para trabajar como sirviente en un hotel hasta que pueda abrir su propio negocio. Tal es su efectividad como mayordomo que la Close consigue no solo que nos la creamos como hombre de exquisitos modales y apreciada discreción, sino que la veamos como un trasunto de aquel maravilloso Stevens que Anthony Hopkins clavaba en la modélica Lo Que Queda del Día. La cosa va por otros derroteros, claro. Pero no en lo esencial: a Albert Nobbs, como a Stevens, le falta una vida personal, victima no solo de su dedicación al trabajo sino del haber estado representando su papel tanto tiempo que le resulta imposible disociar su verdadera identidad de su farsa. Cuando a su vida llega otra mujer que se hace pasar por hombre y que sí parece haber conseguido aquello que Albert anhela, pondrá en marcha una serie de decisiones de imprevisibles consecuencias.
Rodrigo García sale en general bien parado de su primera incursión en una película de época, apoyado en el extraordinario trabajo de su reparto – más allá de una extraordinaria Close, está muy talentosa Mia Wasikowska, una convincente Janet McTeer o el siempre fiable Brendan Gleeson, más un puñado de esos intérpretes británicos especialistas en hacer sus papeles secundarios de forma impecable para otorgar gran credibilidad al conjunto – y el habitual despliegue de medios en vestuario y dirección artística exigible a una producción de estas características. Es verdad que su película puede dar la sensación de ser previsible y no sacar más partido de la sugerente temática que maneja, quedándose en la superficie, pero no lo es menos que con semejante material habría sido fácil, muy fácil caer en el ridículo más terrible. Y Albert Nobbs es una película que se ve con agrado, irreprochable desde el punto de vista técnico, que recupera las esencias de ese James Ivory que sacaba buen partido de la lucha continua de sus personajes por escapar de las diferencias sociales, la necesidad de respetabilidad o los corsés de las apariencias, nunca mejor dicho.
Película además imprescindible para cualquier colectivo LGTB por la convicción con la que transmite su mensaje sobre la necesidad de afirmar la propia identidad más allá de las trabas que la sociedad te imponga – maravillosa secuencia la del paseo que acaba la playa, en la que queda de manifiesto dos formas casi opuestas de vivir una misma situación, en el que su tono humorístico inicial deja paso a un momento de liberación temporal sumamente conmovedor – Albert Nobbs es una película correcta que, más allá de su esfuerzo algo impostado en el tramo final por ofrecer al espectador algo de consuelo ante el destino de sus protagonistas, probablemente conseguirá para Glenn Close una nominación al Oscar. Que por cierto debería ser al Mejor Actor.
Más allá de las dos películas de Sección Oficial – la segunda fuera de concurso – el día nos deparó un par de estimables películas gracias a ese maravilloso salvavidas que son las Perlas de Otros Festivales de Zabaltegui, esa arma de doble filo que por un lado te permite ofrecer una selección de lo mejor de lo mejor visto en los certámenes del año, pero que por otro repercute directamente sobre la calidad exigible a la Sección Oficial.
¿Y Ahora Donde Vamos? (Et Maintenant, on va où?, Nadine Labaki, Francia, Líbano, Egipto, Italia, 2011)
Por ejemplo, la hermosísima directora y actriz libanesa Nadine Labaki, una habitual de Donosti donde ya triunfó en su momento con la simpática Caramel, presentó ¿Y Ahora Donde Vamos? película mucho menos inocente y mucho más valiente de lo que su tono ligero y complaciente puede transmitir mientras describe las cuitas de un pequeño villorrio perdido en las montañas en el que musulmanes y cristianos tratan de convivir mientras en el resto del país las guerras religiosas provocan cientos de muertes. Con un toque inequívocamente berlanguiano, este inconfeso remake adaptado a las circunstancias del Líbano de la Lisístrata de Aristofanes desnuda con inteligencia, encanto y enorme sentido del humor el absurdo de las religiones mientras las mujeres del pueblo de uno u otro credo se afanan en conseguir mantener la paz del pueblo mientras los varones persisten en su actitud de enfrentarse a la más mínima provocación. Labaki cede todo el protagonismo a las mujeres y exalta los valores de lo femenino que hay que poner en perspectiva haciéndolo desde el país que lo hace, como ya ocurriera en Caramel. La película posee un innegable encanto, algunas secuencias francamente divertidas y unas reflexiones sobre la religión más suculentas de lo que parece, llegando a extremos de lo más audaces. Además, Labaki se ha atrevido con el género musical insertando piezas coreografiadas en su película con resultados más que curiosos que desconciertan desde esa escena inicial que, en cierto sentido, remite al arranque de una película reciente de cierto cineasta manchego. No será una gran película, pero por momentos resulta irresistible.
Martha Marcy May Marlene (Sean Durkin, Estados Unidos, 2011)
También pudimos disfrutar de la inquietante Martha Marcy May Marlene, perturbador relato de una joven que pide refugio a su hermana mayor tras pasar largo tiempo desaparecida en manos de una especie de secta de la que a duras penas ha conseguido escapar. La fuerza de la película consiste no solo en mostrar el terrorífico proceso por el que se consigue minar la voluntad de una persona, sino la inteligente forma en la que Sean Durkin, Mejor Director en Sundance, lo muestra en paralelo al choque que supone la irrupción de Martha (una esplendida en todos los sentidos Elisabeth Olson) en la vida de su hermana, produciéndose la sensación de que ambas situaciones, si bien muy distintas, son cárceles emocionales iguales para la frágil Martha. La película resulta por momentos de lo más perturbadora y pese a que no consigue deshacerse de ese inevitable aire indie, cuenta a su favor con la presencia de John Hawkes, actor inquietante donde los haya que aquí, como en Lazos de Sangre (Winter’s Bone), vuelve a dar con un personaje de esos que transmite una constante sensación de peligro pese a su solo aparente fragilidad física, apoyándose en una mirada y una expresión corporal capaz de poner los pelos de punta al más pintado.
Pues así seguimos, en un San Sebastián en el que la lluvia ha hecho acto de presencia para quedarse mucho nos tememos durante todo el fin de semana y una cierta sensación de crispación en el ambiente por motivos que nada tienen que ver con el cine. Ayer la lluvia no disuadió a una nutrida manifestación de apoyo al entorno abertzale, la primera que veo desde que hace cuatro años empecé a cubrir San Sebastián. Habrá que abrigarse.