Shakespeare en mi cabeza
Dirección & Versión: Patricia Palmer. Diseño de luces: Mauricio Mendez, David Rosso. Música: Mailén Ubiedo Myskow. Elenco: Celina Armas, Eduardo Aste, Verónica Bonino, Maria Inés Caccavo, Gustavo Caruso, Silvana Cohen, Marcelo Domene, Juan Fassi, Carlos Gallegos, Maria Fernanda Gamboa, María Luisa González, Josefina Maltisoto, Eduardo Martinucci, Silvio Mashad, Mauricio Mendez, Sang Min Lee, Milena Mouratian, Jorge Ojeda, Maria Florencia Piturro, Germán Polonsky, Ramón Pólvora, Nayla Quintana, Mariela Remiro, Gisele Roitbarg, Luciano Torres. Cantantes: Paula Alba, Mercedes García Blesa, Flavia Memmo. Prensa: Tehagolaprensa.
…Todas sus palabras hablan de mi alma, que es la tuya… ¿Puede el desamor ser la causa de todos los males de la humanidad?
Palabrear a Shakespeare. Llevarlo en un viaje semiótico y artístico frente a los ojos del espectador. Jugar, como si en ese juego inevitable, infinito, a veces desahuciado, se establezca la naturaleza máxima de este autor, referencia ineludible de la historia literaria mundial.
Shakespeare, por su parte, merodeó el amor de todas las formas y maneras posibles, pero el amor siempre fue retratado por Shakespeare a través de su ausencia, desde su propia traición, en definitiva, desde la raíz del odio, de la indiferencia, de la manipulación del hombre por el hombre. El amor sigue siendo la brújula, su falta sigue siendo el material de sus historias.
La apuesta de Patricia Palmer es, sin lugar a dudas, osada. 20 actores en escena, una cantante lírica y un violín, intentan refrendar dos historias icónicas desde una mirada actual. Es cierto que Shakespeare es poderosamente contemporáneo. Pero la mayor dificultad que presenta este espectáculo es ese límite que la misma obra plantea. Hay una historia que sucede allí, a lo lejos, y otra que sucede casi sobre el espectador, con dos personajes de lo más cálidos y excelentemente actuados: dos nodrizas funcionan como la voz en off de la trama, entrelazando relatos, bajando la dificultad del discurso shakespeareano a un humor irónico, simple y fresco. La historia que sucede aquí, las dos mujeres que funcionan como hilo conductor de las historias, es de una consistencia absoluta. Ahora, la historia que sucede allí – un paralelo entre las magnánimas y sorprendentemente actuales Ricardo III y El rey Lear -, oscila entre la fidelidad al autor, la osadía de su versionado y la opacidad de ciertas actuaciones.
Cabe destacar, sin embargo, algunos climas que se logran crear con performances como las del expresivo Eduardo Martinucci, que encarna nada menos que a Ricardo III, o la versatilidad de Sang Min Lee, en el papel de Kent, o la sensible escena de Florencia Piturro en la piel de Ana, frente a la muerte de su marido.
Es llamativo que la fortaleza y la debilidad de la obra radiquen en el mismo punto: las actuaciones. Su disparidad mantiene al espectador en ese umbral en el que todavía no se deja llevar por la ficción. Vestidos de negro, en una escenografía despojada, el actor se para solo en el escenario, empuñando como única arma su voz y su gestualidad. A veces sale airoso, otras no.
Llama particularmente la atención el ingenio a la hora de versionar estas dos obras maestras del teatro universal: un desafío cuyo resultado se plantea sólido desde la concepción y un tanto menos desde la puesta en escena. Eso sí. La fidelidad a Shakespeare se mantiene firme cuando para hablar de amor, el amor brilla por su ausencia en el escenario.
Teatro: Taller Del Ángel – Mario Bravo 1239 Cap. Fed.
Funciones: Finalizó la temporada 2010