Derrapar en smoking.
Siempre nos atraen las historias de esos personajes que pelean solos contra todos, que cargan con el peso de salvar al mundo de esas amenazas invisibles que operan desde el anonimato. El film número 24 de James Bond transita este remanido eje temático con aciertos y pifies casi en igual proporción. La historia de Spectre (2015) arranca con 007 -interpretado por cuarta vez por Daniel Craig- justo donde lo dejamos en Operación Skyfall (Skyfall, 2012), sólo que ahora tanto la organización de inteligencia británica MI6 como el propio Bond penden de un hilo ante lo que parece ser la inminente cancelación del programa de agentes secretos. Y al mismo tiempo, Bond busca desenmascarar a una organización secreta -cuyo nombre compone el título del film- que parece estar conectada con los villanos que ha enfrentado en las entregas previas de la “era Craig”.
Sam Mendes (Belleza Americana, 1999) vuelve a dirigir la saga luego de su experiencia tras las cámaras en Operación Skyfall. La dirección de Mendes tiene ese aire tan característico del universo Bond, donde las secuencias fluyen, y entrega momentos visuales enriquecedores, como esa escena inicial que nos lleva a México en plena celebración del Día de los Muertos. Después de todo, qué es James Bond sin una secuencia de apertura épica, ¿no?
La historia no está basada en ninguna de las novelas de Ian Fleming, creador del mítico personaje, y al igual que los tres films previos de la saga, busca seguir esclareciendo los orígenes de Bond, algo que en esta ocasión se siente accesorio a la trama general y termina desdibujado conforme avanza el relato. Posiblemente sea la película Bond con más aire a Roger Moore de los últimos tiempos: comienza a percibirse cierto alejamiento del realismo dramático de Casino Royale (2006) o Quantum of Solace (2008) y proliferan las secuencias de acción con un toque fantástico, ejemplo patente de esto es la escena en que 007 escapa de un edificio que se desploma cayendo sano y salvo sobre un sofá, para luego levantarse, sacudirse el polvo de su traje y salir caminando como si nada. Lo que llamaríamos “derrapar con estilo”.
Monica Bellucci interpreta a una de las dos “chicas Bond” de la trama y de esta forma se subsana el error de no haber convocado antes a la bomba italiana, quien fuera descartada allá en 1997 durante el casting de El Mañana Nunca Muere (Tomorrow Never Dies, 1997). Léa Seydoux (La Vida de Adèle, 2013) será el componente romántico y si bien podría no ser considerada una belleza indiscutida como otras chicas Bond, su presencia en pantalla logra imponerse a través de sus dotes actorales. Otro rasgo rogermooresco en esta entrega es la facilidad con que las féminas caen bajo los encantos del agente con licencia para matar sin mucho desarrollo dramático de por medio, menos del habitual, incluso para los estándares de 007.
El siempre interesante de ver Christoph Waltz (Bastardos sin Gloria, 2009; Django sin Cadenas, 2012) interpreta a Franz Oberhauser, villano de turno que maneja los hilos de Spectre. Su participación es un tanto escueta y lo vemos en apenas algunas secuencias del film. Es mayor la intriga generada alrededor de Spectre como organización que el peso de Oberhauser como némesis de 007, por más que todo indica que estamos ante el origen de uno de los villanos míticos del “universo Bond” más clásico (el cual no vamos a espoilear). Oberhauser es uno de los tantos elementos nostálgicos que son colocados cuidadosamente dentro de un film compuesto en igual proporción por el Bond camp de los 70 y el Bond hiperrealista de los inicios de la actual etapa del agente secreto. Una tarea cumplida a medias, veremos qué le cae en suerte en su próxima misión.
Por Alejandro Turdó