(Francia, 2018)
Dirección: Mikhaël Hers. Guion: Maud Ameline, Mikhaël Hers. Elenco: Vincent Lacoste, Isaure Multrier, Stacy Martin. Producción: Pierre Guyard. Duración: 107 minutos.
Hay que atender cuidadosamente dos elementos en Amanda para constatar que estamos ante una obra detallista: los árboles y la carpintería (sea esta de madera o metálica). Un solo visionado no basta para precisar que estos objetos están trazando un entorno de diálogo entre las circunstancias que rodean a David y Amanda, como también al resto de los personajes en menor medida.
Los primeros dos planos de la película contienen árboles. El primero es una copa de hojas verdosas que se agitan levemente. El segundo plano es una parte de otra copa y su sombra plasmada en la pared de ladrillos de la escuela a la que asiste Amanda. Una mirada más atenta se percataría de si ya en esta pared hay ventanas. Sumado a esto, David es un podador contratado por la ciudad para mantener los jardines, parques y demás espacios arbóreos de París.
David también es el hermano de Sandrine, madre de Amanda. No son pocos los planos donde ellos tres aparecen frente a puertas o ventanas cerradas, entreabiertas o accesibles. La recurrencia de este elemento nos está tendiendo vínculos puntuales entre los protagonistas y sus dinámicas. Es un detalle simple trabajado de forma persistente a lo largo de la película. Además el catálogo de puertas que parecen ventanas es amplio, lo que sugiere detenerse más de una vez en esos objetos y las imágenes que se desgajan de la obra.
Estos dos factores de carácter más objetivo están sustentados por actuaciones francas. En principio llama más la atención Vincent Lacoste, quien tiene que llevar la historia después de que fallece Sandrine. El guión le brinda una relación diversa con Amanda y paciencia para acompañarla, pero la mirada de él resulta inquieta y nos da pistas de que el proceso es doloroso. Un corte sumamente preciso nos muestra su duda frente a la posible custodia con una mirada caída luego de la pregunta sobre si se sentiría cómodo ante tal responsabilidad. Es además el personaje que más llora en la obra. Si lo contrastamos con las seis actrices que hay en el elenco, la película está lidiando subrepticia y orgánicamente con el prejuicio de que los hombres no lloran o lloran menos que las mujeres. Por su lado, Stacy Martin, Ophélia Kolb, Marianne Bassler y Greta Scacchi sosteniendo la espesura emocional que deja un atentado terrorista. Que este hecho no devore el guion es otro logro del film, que no se distrae con los procesos de cada personaje.
Tampoco está de más atender al vestuario monocromático que propone Caroline Spieth. La selección va de rojos, azules y amarillos a remeras con rayas por parte de Léna y Amanda. De hecho, Amanda es la primera que viste dos colores, rosa y azul claros, uno por cada prenda. Y casi al final del film viste prendas rayadas. Desentrañar estos sentidos que parecen inalcanzables en un principio pero gozosamente intuitivos (lucir un solo color en una prenda brinda la idea de unidad) es una tarea dedicada a cada una de las pistas brindadas por la obra. Incluso si la música de Anton Sanko entorpece un tanto ciertas escenas, sobre todo el partido de Wimbledon, esto no impide que la película llegue a buen puerto.
Hasta el final parecería que Isaure Multrier (Amanda) no protagoniza la historia junto a Lacoste. La simple explicación provista por Sandrine a su hija en una de las primeras escenas, aquella sobre qué significa “Elvis has left the building”, adquiere una repercusión inimaginada cuando David y Amanda están en un partido de Wimblendon. Mikhaël Herrs, además co-guionista junto con Maud Ameline, nos muestra que el verdadero partido de tenis, la verdadera agilidad en el aprendizaje, viene de Amanda, quien escucha (en un primer plano donde no cabe su rostro completo) el golpeteo de la pelota entre raqueta y raqueta. Cuando el puntaje está desfavoreciendo al jugador que apoya Amanda, ella expresa que “Elvis ha dejado el edificio”. Los espectadores sabemos que ella alude a la explicación de su madre remitida al principio. La ignorancia de David en ese momento le permite a él contenerla y a nosotros sentir que Amanda algo ha aprendido en este plazo de tiempo. Sin necesidad de la psicología (mencionada tres veces), sin necesidad de internados en apariencia terapéuticos y sin que se nos muestre el proceso para la custodia legal de David; Amanda retrata las complejidades cotidianas sin perder de vista que es a partir del lenguaje articulado que nuestras vivencias se entraman y resuelven.
© Eduardo Alfonso Elechiguerra, 2019 | @EElechiguerra
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