(Estados Unidos, 2011)
Dirección: Seth Gordon. Guión: Michael Markowitz, John Francis Daley y Jonathan M.Goldenstein. Elenco: Jason Bateman, Charlie Day, Jason Sudeikis, Jennifer Aniston, Colin Farrell, Kevin Spacey, Donald Sutherland, Jamie Foxx, Ioan Gruffudd, Bob Newhart, Brian George. Producción: Brett Ratner y Jay Stern. Distribuidora: Warner Bros. Duración: 98 minutos.
Solo faltan las canciones de Dolly Parton.
La idea surgió hace 30 años atrás: juntemos tres actrices de moda y cumplamos el sueño de cualquier oficinista: vengarse del jefe. Como eliminar a tu Jefe (9 to 5) es hoy en día una comedia de culto: Jane Fonda, Dolly Parton y Lly Tomlin deciden armar un plan para hacerse respetar frente a su misógino y malvado jefe interpretado por Dabney Coleman. 8 años después Melanie Griffith se enfrentaba a su jefa Sigourney Weaver en Secretaria Ejecutiva y posiblemente la guerra contra la jefa más despiadada la ejecutó con sutileza y buen gusto, Anne Hathaway con Meryl Streeo en El Diablo Viste a la Moda. Con Quiero Matar a mi Jefe se retoma la premisa del film original de Colin Higgins, pero esta vez, el romance, el humor ingenioso e incluso los agradables números musicales son reemplazados por un humor vulgar, histriónico, efectivo, discursivo y no siempre divertido.
Nick, Dale y Kurt son tres amigos de la secundaria que tienen algo en común: los jefes más desagradables del mundo. Nick (Bateman) se esfuerza para que Harken (Spacey), el presidente de una empresa, lo nombre vice. Harke es despiadado, fascista, torturador, manipulador, demagógico. Dale (Day) es asistente odontológico de la Dra. Harris (Aniston), una soltera sexópata, que tortura y humilla a Dale para acostarse con él, quien se acaba de comprometer y planea casarse en los próximos meses. Por último, Kurt (Sudeikis) es el contador favorito del presidente de una petroquímica, pero cuando este fallece, el cargo pasa a su hijo Bobby (Farrell), un cocainómano xenófobo y machista, fanático de las prostitutas, coleccionista de baratijas, inepto a la hora de manejar negocios que también manipula a Kurt para que eche personas por diferencias físicas. Ninguno puede renunciar a su puesto, porque sus jefes los tienen extorsionados por diversas razones. Por lo tanto, la única solución que encuentran es mandarlos a matar.
Comedia de enredos cuya base está puesta en gritos, insultos, humor sexual vurdo y sobrexplicados cinéfilos, Quiero Matar… funciona gracias a sus intérpretes. Los personajes no son originales, las situaciones tampoco, de hecho el argumento es muy predecible, y abundan los clisés. Sin embargo, el hecho de ver una vez más a Kevin Spacey como un empresario sin escrúpulos, detestable, psicópata, Jennifer Aniston convertida en la bomba sexual que siempre quisimos ver los fanáticos de Friends y a Colin Farrell reírse de sus propias adicciones (a lo Charlie Sheen) sumado al eficiente trabajo de Bateman, el desenfreno de Day y la malicia de Sudiekis terminan por brindarnos una comedia entretenida con momentos realmente inspirados. Las pequeñas participaciones de Jamie Foxx e Ioan Gruffudd son fascinantes. Es humor televisivo, los guionistas son discípulos de Saturday Night Live, pero sigue funcionando. Este año vimos ejemplos similares de este tipo de humor con Que Pasó Ayer Parte II y Pase Libre.
Posiblemente, dado que Todd Phillips se preocupa un poco más que Gordon o los Farrelly para lograr una obra visualmente más interesante y transgresora, la secuela del éxito sorpresa del 2009 supera a las otras dos. Pero lo cierto es que hacer reír es cada vez más difícil y cada generación de comediantes se arma de nuevas herramientas para divertir. Estos comediantes deben explicar todo.
El mayor problema narrativo del film es que muchos chistes no terminan por cerrar. Es como que les falta el remate final para alcanzar la diversión genuina. Esto mismo que sucede con los chistes le pasa a la estructura del film en sí. El final está demasiado atado con alambre. Una de las tres tramas se cierra de la manera más banal imaginada. Pobre destino para uno de los mejores personajes de la película. Quiero Matar a mi Jefe muestra las luces y sombras de la Nueva Comedia Estadounidense. No niego que me rei bastante durante los 98 minutos que dura el film, pero me conozco lo suficiente para saber que no me voy a reir de la misma forma en una segunda visión. Para ver a tres locos haciendo tonterías, me quedo con Moe, Larry y Curly o los Hermanos Marx.
Por Rodolfo Weisskirch
Sin factor sorpresa.
Quiero Matar a mi Jefe reúne un elenco de lujo. La certeza a priori de presenciar excelentes actuaciones abre, a su vez, un espacio de duda acerca de cómo el guión las aprovechará. Incluso los personajes parecen corresponderse con sus intérpretes. El relato se centra en Nick (Jason Bateman), Dale (Charlie Day) y Kurt (Jason Sudeikis), tres amigos con un problema en común: los jefes. El primero trabaja en una compañía financiera y sufre constantemente los abusos del sádico Sr. Harken (Kevin Spacey, quien encarnó un papel similar en la notable El Factor Sorpresa). El Segundo es asistente de una dentista ninfómana (Jennifer Aniston) que lo acosa incesantemente. El tercero disfruta su trabajo como inminente heredero del adorable señor Pellit (Donald Sutherland) en una empresa de químicos hasta que éste sufre un infarto y muere, dejando el negocio en manos de su hijo detestable y cocainómano (Colin Farrell). Una noche, luego de tomar unos tragos, los amigos deciden terminar con el sufrimiento y deshacerse de los tiranos. ¿Lo lograrán?
Según la opinión de quien escribe estas líneas, obras como Quiero Matar a mi Jefe deberían procurar, desde el principio, un mínimo de sentido común en sus protagonistas. ¿Cómo hacer, sino, para lograr una identificación por parte del espectador, cómo hacer para sorprenderlo, para divertirlo? En este sentido, la película de Seth Gordon falla estrepitosamente. Los tres amigos son tan idiotas que irritan. La dimensión sideral de su estupidez nos subestima. Por ejemplo, la escena en que irrumpen en la mansión del hijo de Pellit mientras este no está. En un pequeño desquite personal, Kurt decide pasarse por el ano el cepillo dental de su jefe. Sabemos que el objetivo último de la misión es matar al dueño de casa, sabemos que las huellas de ADN quedarán plasmadas en el cepillo. Es demasiado obvio que esto va a suceder, pero claro, no para el pobre Kurt.
El humor negro y zarpado que sobrevuela la trama podría remitir a los hermanos Farrelly y a Apatow, pero sólo de manera superficial. Las criaturas de dichos realizadores resultan atractivas por una sensibilidad que nos permite creer en sus intenciones, lo cual no ocurre en el film de Gordon. Son tan insoportables estos tipos que, por momentos, parecen justificar el maltrato de sus jefes. Como en tantas otras películas que lo tuvieron en su elenco, Kevin Spacey se lleva lo mejor. Su performance es desopilante. En cuanto a Colin Farrell, uno podría pensar que nació para interpretar el papel de reventado si no fuera porque el irlandés ya demostró su versatilidad en varias ocasiones. Lo peor queda para Jennifer Aniston, que hace lo que puede con un personaje muy flojo. Como Bateman, Day y Sudeikis, la estrella de Friends termina siendo víctima de un guión en el que, por cierto, las mujeres son tontas o fáciles, sin término medio.
Por otro lado, se introduce la actualidad del gran país del norte en clave de comedia. Nick, Dale y Kurt deciden matar a sus respectivos empleadores porque eso les sería más fácil que buscar otro trabajo. La recesión, se sabe, golpea duro en la economía del hombre común (o, venido el caso, de la mujer común, a recordar sino a Cómo Eliminar a tu Jefe, aquella gran comedia de 1980 con Dolly Parton, Jane Fonda y Lily Tomlin). Una premisa tan interesante podría haber motivado un desarrollo distinto y sin dudas más humano. Acaso una mala versión de Los Tres Chiflados, lejos queda Quiero Matar a mi Jefe de lo que podría haber sido.
Por Julián Tonelli
De cómo conocí a Jason Bateman, de las series y otras cosas más.
Justamente en este último número de El Amante publicaron un especial sobre series. No me gustan las series; me suelen parecer bobas y, básicamente, me aburren. No se si tiene que ver con el trastorno de ansiedad que sufre Leonardo D’Espósito, aunque sí lo sufro pero no es esa la causa de mi no gusto por las series. Me gustan las películas, lisa y llanamente. Me gusta ver algo que empieza y termina en el lapso de, digamos, máximo 3 horas. Me meto en la historia, me compenetro hasta le médula y salgo de ella para volver a mi realidad. La serie continúa y eso me da paja. Amen de que no me suelen interesar las tramas. ¿Y todo esto viene a colación de qué?
No voy a negar que algún que otro capítulo de alguna que otra serie he mirado, solo para corroborar que no me gustan, pero no me desagradó del todo lo que vi (Carnivale, Epitafios). Pero hubo una serie a la que le dediqué un poquito más de tiempo, a la que pescaba algún sábado al mediodía tirada en la cama viendo qué hacer con mi fin de semana: Arrested Development. ¡Qué locura por favor! Una serie disparatada por donde se la mirara, con personajes disfuncionales, excéntricos, totalmente de la nuca, con un guión aun más delirante y situaciones hermosamente bizarras. En el medio de esa familia y esos conflictos, estaba Michael Bluth (Jason Bateman), el personaje principal, que trataba todo el tiempo de encontrar un equilibrio entre la demencia generalizada de sus padres y sus hermanos y la notable madurez de su hijo George Michael. Y Jason Bateman era eso, un tipo contenido pero al borde de la locura, manipulador pero sensible, por momentos inteligente, por momentos pusilánime.
Y en Horrible Bosses, Bateman es Michael Bluth. Lo vemos al borde del desborde (linda frase) pero nunca se termina de ir al reverendo carajo, está ahí y boya entre perder la cabeza y racionalizar lo que le pasa. Tiene una mirada ligeramente psycho pero nunca le da rienda suelta a su costado más perverso (si bien planea matar a su jefe, nunca se lo ve plenamente convencido de hacerlo). Y no se si esto es un atractivo o un defecto de Bateman, esta dualidad, esta indecisión interpretativa. Quizá sus personajes así lo piden pero me da la sensación de que es su marca registrada. Aun cuando hace chistes, aun cuando aspira medio quilo de cocaína, Bateman está siempre contenido.
En cambio, Charlie Day es otra historia. Day sabe irse al carajo y eso se explota en la película. Charly Day es como Seth Rogen. Es un tipo que hace un gran laburo con la voz (uy, como la tengo con esto últimamente); mucho de su comicidad radica en esto, en la forma y el tono en el que dice lo que dice. Hay mucho laburo corporal también en él, pero su fuerte está en la manera de expresarse. Y con Rogen me pasaba lo mismo. Siempre estuve convencida de que su encanto radicaba más en su voz y su manera de entonar las palabras que en sus capacidades interpretativas o su versatilidad actoral. Y Jason Sudeikis es una especie de intermedio. Tiene un aire un tanto extraño e indescifrable en la película. Por momentos parece gay y por momentos es un tipo desaforadamente sexuado y el más heterosexual de todos. Pero no convence y se desdibuja bastante al lado de Bateman y Day.
Nota aparte, ya que no puedo usar tanto paréntesis: tener a Jamie Foxx, que es uno de los African-Americans más calientes del cine (aquí vuelvo a hacer una nota mental de mi reverenciada Miami Vice para deleite de mi colega Jose Luis) y a quien admiro profundamente (esto es de perogrullo porque ¿quién no admira a Jamie Foxx?), en un papel como el de Mother Fucker Jones, es raro. Por un lado aporta cierta cuota de humor e imprevisibilidad a la historia y, por otro, está muy desperdiciado y se pierde bastante en el conjunto. No puedo evitar pensar: “¡si lo tenes ahí, usalo un poco más!”
A nivel humorístico la película funciona intermitentemente. Funciona gracias a los detalles, en las conversaciones entre los tres amigos (por ejemplo cuando hablan de quién es mas “violable” en el caso de que fueran a la cárcel; o el chiste sobre “mostrarle los 50 estados” a una mina a la que Kurt le quiere dar -que, a partir de esta película, eso es un chiste-; o cuando hablan sobre cómo a Kurt le gusta meterse cosas en el culo, y la insistencia sobre eso). Pero no funciona en cuanto a la construcción del guión, en cuanto a la historia en sí. Lo que arranca como una trama de espionaje y estrategia para aniquilar a 3 jefes termina siendo un sinfín de situaciones ridículas que se resuelven de manera absurda y poco creíble.
Y si de ridiculez hablamos, los 3 jefes son el arquetipo de la ridiculez, una hipérbole de aquellas características que personifican. Son lo obvio, lo axiomático, lo más redundante de todo el film. Se puede hacer humor sin necesidad de ser grotesco y en eso falla la película, en el hecho de que los tres jefes rayan lo ridículo e inverosímil al ser tan excesivos. La sexópata de Jennifer Aniston (leí en una critica alguien que decía que Jennifer no resultaba creíble; para mí es creíble pero le falta contexto para terminar de serlo; no tenemos idea -y parece bastante ridículo- que semejante mina quiera entrarle a todos los tipos que se le cruzan, más allá de que sea sexópata) se come todos los alimentos fálicos habidos y por haber, entre otras tantas cosas.
El hijo de puta insensible de Kevin Spacey (claro, tiene una esposa que se parte y que le mete los cuernos, por eso es un psicópata que detenta toda la autoridad posible en el ámbito laboral porque en su vida es un loser) no dejó que Nick fuera al funeral de su abuela y le llama la atención por llegar dos minutos tarde. La basura discriminadora de Colin Farrell (casi irreconocible, con la lamida de vaca más inmunda jamás vista, absolutamente over the top) quiere echar a la gorda (que es gorda, no está embarazada) y al que está en silla de ruedas porque le da impresión incluso mirarlos. Todo llevado al extremísimo extremo. Algunos buenos actores un poco desperdiciados, personajes obvios y situaciones inútilmente disparatadas hacen que la película no funcione tanto como podría haber funcionado. No hace falta tener estos jefes para fantasear con matarlos (e incluso llevarlo a cabo). Si no solo basta con preguntarle a esta fiel servidora.
Por Cecilia Martínez