Postal de una artista.
Los tiempos que corren son los ’50s. Una mujer hace dibujos en una feria de fin de semana. Los firma como Ulbrich y se los entrega a los retratados, quienes se van contentos con su nueva obra de arte. Desde otro puesto en la feria, Walter Keane observa la escena. La mira agazapado cual felino observando a su presa, con ojos grandes y despiadados; no tarda mucho en cazarla.
Basada en hechos reales, Big Eyes nos cuenta la historia de Walter Keane. Desde su enunciación, la trama ya es compleja, porque Walter Keane no es solo un hombre sino también una artista: al casarse Margaret con Walter, él sutilmente logra desplazarla de su propia obra y adueñarse de ella como si fuera suya. En Big Eyes, la necesidad de separar arte de artista llega a tal extremo que el crédito nunca se le da a su verdadera autora. La película cuenta, entonces, la historia de esa estafa, el inicio de un imperio de fabulosos éxitos artísticos e interminables formas de humillación y sumisión.
El fuerte aquí es la trama, la cual supera incluso a la estética. En este punto, la película es un tanto sorprendente, si tan solo porque viene de Tim Burton, cuya fama descansa principalmente en cómo decide contar las historias, acompañado siempre de una dirección de arte y fotografía que por poco lo define. Pero en Big Eyes, Burton desaparece en el pincel de Margaret, y aunque el arte está muy bien cuidado y la película visualmente es una belleza, cabe destacar la diferencia con otras obras del director.
Los grandes artistas son capaces de una versatilidad que les permite navegar en diferentes géneros y estilos según amerite el caso, pero el problema aquí es que Burton eligió un caso que amerita una estética muy suya, y sin embargo decidió alejarse de ella. Los ojos grandes y tan característicos de la obra de Margaret, que tanto funcionarían como recurso durante la película, son utilizados fuera de su arte en tan solo una escena, cuando ella va a un supermercado y ve a todos con ojos como los de su obra, ojos que la acechan como lo hace el saberse cómplice de una de las más grandes estafas en la historia del arte y de saberse culpable de tal acto de sumisión. Es esta probablemente la mejor escena de la película, pero el espectador no puede evitar desear que ese recurso hubiera sido explotado más profundamente.
Big Eyes funciona para contar la historia que se propone. Funciona como un comentario social sobre la sumisión de la mujer y sobre lo manipulador que puede ser el ser humano cuando hay tanto prestigio y dinero en juego. Cabe destacar también que las actuaciones son muy buenas, y que Adams particularmente se luce como una mujer con mucha bronca y mucho miedo acumulados. Sin embargo, es lamentablemente una película olvidable. Durante el transcurso de la misma, vemos cómo Walter reproduce los originales una y otra vez para que el lucro no cese jamás. Los vende como postales y como posters. Big Eyes se siente un poco como eso: reproduce el arte de Margaret pero no se siente lo suficientemente honesta, al igual que sus obras. La imagen es la misma, pero el sentimiento, la tristeza y la profundidad que se esconden en los originales, en Big Eyes falta.
Por Verónica Stewart