Prerrogativas de la fuerza pública.
Dentro del terreno de los thrillers de acción post 24, el nuevo film de Denis Villeneuve rankea como uno de los mejores y más completos estudios de lo que ha sido históricamente la política del gigante del norte en lo que respecta a la “lucha” contra el narcotráfico, el terrorismo, la venta de armamento y demás actividades non sanctas. A partir de la popularización de la serie protagonizada por Kiefer Sutherland, se fue dando un proceso de admisión discursiva en el mainstream que abarcó un doble sincericidio: ya no sólo los otrora intachables representantes de la ley ven desvanecerse la línea que los separa de los criminales, sino que hoy además descubrimos que muchos de ellos son cómplices de lo acaecido y que las agencias que monopolizan el control de la fuerza pública adoptan iguales o peores métodos de “avance” en el campo táctico, en función de prerrogativas execrables.
La trama sigue el reclutamiento de Kate Macer (Emily Blunt), una experimentada agente del FBI, por parte de Matt (Josh Brolin), la cabeza de un grupo secreto de la CIA dedicado a la exterminación de miembros de los carteles mexicanos y a un cúmulo de misiones paralelas de índole clandestina, impunidad mediante. La asistencia del misterioso Alejandro (Benicio Del Toro) tendrá un rol fundamental en el encuadramiento despiadado de las operaciones, el juego de tensiones y el manejo con cuentagotas de la información. Gran parte del metraje transcurre en la frontera entre ambos países, haciendo especial énfasis en el desinterés de los agentes estadounidenses por mantener delimitada su jurisdicción y en el desapego para con cualquier marco legal en lo referido a la detención y los interrogatorios de los involucrados (hablamos de razias, secuestros, torturas, fusilamientos varios, etc.).
El canadiense continúa superando lo hecho en la primera etapa de su carrera, léase las interesantes Maelström (2000), Polytechnique (2009) e Incendies (2010), y construye su tercera obra maestra consecutiva, luego de las también excelentes El Hombre Duplicado (Enemy, 2013) y La Sospecha (Prisoners, 2013). Aquí se luce con un tono seco que examina el régimen de violencia consentida que domina tanto en las comunidades semi feudales de nuestra periferia como en las todopoderosas metrópolis, poniendo al descubierto la hipocresía y la manipulación de las que se suelen jactar -por debajo de la mesa- esas mismas instituciones estatales que proponen reducir al mínimo los derechos, la justicia y las libertades individuales en pos de una supuesta “eficacia” antidelito que no es tal y que para colmo se desentiende de toda ética, convalidando la barbarie circundante.
Definitivamente los dos protagonistas principales de la epopeya, si obviamos por un momento a Villeneuve, están posicionados en extremos opuestos de la cámara: por un lado tenemos la extraordinaria fotografía de Roger Deakins, quien nos regala un sinfín de tomas sublimes del desierto (recordemos la escena en Juárez), y por el otro está Benicio Del Toro, un intérprete que descuella con una labor que directamente se termina comiendo a la película en su conjunto (el desenlace da pruebas sobradas de ello). El carácter aguerrido de Sicario (2015), y su mérito dentro del cine para adultos pensantes, radica en su capacidad para esquivar los atajos de la argumentación grandilocuente y para centrar sus esfuerzos en el vigor que se desprende de la propia dialéctica narrativa, en la cual -como en los westerns crepusculares de antaño- un gesto, una arremetida o una bala valen más que mil palabras. Aquí prima la retórica política de los puntos equidistantes: a la miseria y los atropellos se le contraponen la vanagloria y la maquinaría bélica. Entonces, ¿la crueldad salva distancias?
Por Emiliano Fernández