La geografía de la identidad.
Brooklyn cuenta una historia que ya conocemos muy bien. Pinta un panaroma sobre el cual, especialmente los porteños, seguramente hayamos escuchado testimonios de primera mano en boca de alguna rama no tan lejana de nuestro árbol genealógico: la del inmigrante europeo en América. La película se centra en la historia de Eilis, una joven irlandesa que decide navegar hacia Nueva York en busca del mundo de posibilidades que promete la gran ciudad y que ella no encuentra en su pueblo de origen.
La historia de Eilis es, en algunos sentidos, un tanto predecible. Como toda joven adulta siendo obligada a crecer en el tiempo que toma llegar en barco a Nueva York, Eilis pisa los Estados Unidos por primera vez con pies temblorosos. Sus aventuras a partir de este punto cuentan con todas las vicisitudes que implica ese emprendimiento hacia el nuevo continente. Pasará noches enteras extrañando a su familia. Mientras el motor de la ciudad ruge con la constancia de la metrópolis, Eilis se paraliza en su nostalgia. Finalmente, con el tiempo, logrará encontrarle la vuelta a su nuevo hábitat y, demostrando poderes de adaptación de los que no se creía capaz, se convertirá en una con la ciudad, en incluso conocerá al adorable y apuesto italoamericano Tony.
Pues bien, como ya habíamos anticipado, todos estos elementos son un tanto predecibles. Toda historia de inmigrante tiene un componente de nostalgia, otro tanto de aventura y algún que otro romance como cereza del postre. En este sentido, Brooklyn no es ninguna obra maestra. No le revelará al espectador ninguna idea novedosa ni experimentará con el modo de contar su historia, pero nada de eso importa.
Brooklyn funciona precisamente porque sus creadores comprendieron la belleza que puede esconder una historia simple y honesta como esta. Es una historia contada por milésima vez, sí, pero esto presenta una ventaja inesperada: debe haber algo en la historia de aquel que deja su hogar a miles de kilómetros de distancia para respirar otros aires -que no sabe si lo mantendrán vivo- que nos conmueve a todos como para tolerar tantas narrativas sobre el tema. Es una historia que genera empatía muy rápidamente, y con la que todos podemos conectar en un nivel inmediato y casi primitivo porque tiene mucho más que ver con lo emocional que con lo intelectual.
La razón por la que Brooklyn logra escaparle al rótulo de “otra película más sobre inmigrantes” es porque se hace cargo del mismo, y logra así ir más allá de los estereotipos que tanto abundan en este tipo de historias. Resultará muy placentero ver a Eilis crecer, seguirla mientras se mimetiza con la gran ciudad y se convierte muy grande para el pequeño pueblo que la vio nacer: es en este proceso de maduración en el que se destaca la actuación de Saoirse Ronan. Así, cada personaje no es un estereotipo del lugar del que viene, sino más bien un reflejo de carne y hueso de cómo los lugares nos componen a nosotros, tanto como nosotros los componemos a ellos. La familia de Tony es una viva imagen de Italia, mientras que todos aquellos personajes que nacieron o han pasado mucho tiempo en Nueva York adquieren un aire cosmopolita que no se compra en ninguna gran tienda, sino que se contagia de las calles de la ciudad.
El personaje de Eilis está tan bien construido que tras ver la película uno no se atrevería a referirse a ella como “la inmigrante irlandesa”. Eilis es Eilis, nadie más que ella, y por obvia que resulte esta afirmación, es este el elemento genuino y honesto que hace que la película funcione.
Por Verónica Stewart