Fango, de José Celestino Campusano
Que sea rock. Que sea tango. Que sea Campusano.
“…En tu mezcla milagrosa
de sabihondos y suicidas,
yo aprendí filosofía… dados… timba…
y la poesía cruel
de no pensar más en mí…”
Cafetín de Buenos Aires, Enrique Santos Discépolo
“Esto es lo que pasa cuando se trabaja con energías verdaderas” dijo el propio José Celestino Campusano al final de la proyección de su última película en el 27° Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, y puedo dar fe que están presentes y traspasan la pantalla. Esta película tiene densidad e intensidad, y si sus protagonistas buscan arrancarle al tango la rabia que contiene en lágrimas para gritarla de forma descarnada fusionándolo con el trash metal, Campusano trabaja con el costado más palpable del cine, creando escenas difíciles de borrar. “La ñata contra el suelo” reza el título de la canción principal de la película que, además de referir al tango de Discépolo, funciona como relato paralelo de la vida de este grupo de marginales, compadritos bonaerenses que viven bajo sus propias reglas en un submundo donde las mujeres son las que dominan y los hombres ocupan los espacios nostálgicos y sensibles. De ellos irán quedando restos -físicos y emocionales- a lo largo del camino, construyendo un relato digno de un tango de amores traicioneros.
Como un arma de fabricación casera, Fango tiene una artesanía acertada al propósito del cine de Campusano: que sea puro, bruto y certero. Su complejidad narrativa (y en el cine sabemos que la narración depende en gran parte del montaje, por lo que deseo destacarlo) y su honestidad visual, a veces de una crudeza que chocará a más de uno, hacen que se te quede dando vueltas incansablemente en la cabeza, y a cada pensamiento duele más. Duele por las terribles circunstancias que rodean a sus personajes, víctimas de sus propias emociones. Como buen western hay dos bandos claramente establecidos: hombres y mujeres, peleando la vieja guerra por el falo, liderados por el Brujo y Nadia, dos héroes románticos -involuntariamente serviles a dos mujeres manipuladoras que solo bregan por su satisfacción.
El problema central de la historia -el secuestro de una mujer que tuvo lugar en la zona de Florencio Varela y que inspiró al director- es generado por los que están apenas mejor posicionados económicamente, con una vivienda decente y dinero para comprar favores que cuestan mucho más de lo que se pagan. De forma muy sutil, sin caer en estereotipos ni en obviedades de puesta en escena, y con un sorprendente trabajo de sonido, Campusano distingue quiénes llevan las riendas y quiénes funcionan como tracción a sangre, como bestias de carga. De esta forma se mete donde más jode, en la idiosincrasia que algunos festivales se resisten a mostrar, la que verdaderamente nos representa, la que nos desnuda. Su cine exhibe los funcionamientos sociales y retrata la vida en los barrios bajos del conurbano sin necesidad de utilizar medios artificiosos que lo subrayen inútilmente, ni estilizando la imagen para que el dolor sea, al menos, pintoresco. No. Campusano duele porque es sincero.