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CRÍTICAS - CINE

Mecánica Popular

(Argentina, 2015)

Dirección y Guión: Alejandro Agresti. Elenco: Alejandro Awada, Patricio Contreras, Marina Glezer, Romina Ricci, Diego Peretti. Producción: Sebastián Aloi. Distribuidora: Buena Vista. Duración: 90 minutos.

El cielo puede esperar.

Estamos ante la última película del director Alejandro Agresti, que a 30 años de su primera aparición cinematográfica retoma de El Amor es una Mujer Gorda (1987) la temática de la censura editorial que existió en Argentina durante la última dictadura militar. En ambas pone de manifiesto en el personaje principal el desencanto con la realidad que le toca vivir a nivel personal y generacional. En aquella oportunidad optó contarlo desde la visión de un periodista y en esta ocasión elige la óptica de un director de una editorial. La similitud de los personajes radica en que están atravesados por los desmanes de la locura.

El título del film, Mecánica Popular (2015), remite a una famosa revista publicada durante 1947-2003 donde coexistían productos de diversa índole con el objetivo de informar al lector las novedades del universo técnico. En este sentido, la película  también busca mostrar la multiplicidad de voces -en lugar de productos- que se corresponden con los distintos valores del mundo moderno. Esta premisa, presente en toda la historia, comienza cuando el director de una editorial, Mario Zavadikner (Alejandro Awada), a sus 50 años se refugia en el alcohol, dejando de lado la filosofía que tanto lo apasionaba de joven y que lo impulsó a escribir y publicar revistas sobre el psicoanálisis, esas mismas que en la actualidad quedaron encapsuladas en un simple contexto literario “snob”. Situación que no sólo lo preocupa sino que lo lleva a replantear los valores de su editorial a raíz del encuentro inesperado con una joven escritora, Silvia Beltrán (Marina Glezer), que se encuentra al borde del suicidio por la no publicación de su novela y que le cuestiona acerca de las razones del no querer ni siquiera leerla. En esa madrugada turbulenta, donde también entraba en los planes de él quitarse la vida, ambos comienzan a pensar y repensar la ética y las creencias del modernismo. La trama gira en torno a quién salva a quién, si él a ella mediante la publicación de la novela o ella a él, que al mismo tiempo le recuerda a su mujer, Silvia (Romina Ricci), no sólo porque su nombre coincide sino porque encuentra en ella la misma forma de pensar: depresión y desilusión constante con el presente.

El contexto del film es la década del 70 y toma elementos presentes en las escuelas de pensamiento crítico y filosófico como la teoría de la “aguja hipodérmica”, desarrollada por la psicología conductista, que leía a la comunicación en términos propagandísticos, como si se inyectase un concepto en la sociedad para lograr efectos concretos y deseados de antemano. Lo cual implica un reduccionismo puro que -llevado a la literatura actual- puede remitirnos al periodista Daniel Balmaceda, quien analizó la historia y el origen de las palabras. En este sentido, el plus del film radica en que la historia transcurre en su totalidad en una única locación, la editorial. Allí cobran vida diversos personajes y situaciones donde se destaca el portero, interpretado por Patricio Contreras. Su forma de pensar dista mucho de los escritores pero tiene algo en común: la pasión por zambullirse en historias literarias, cuestionar su simbolismo y analizar las palabras. Es interesante cómo Agresti concluye que tanto un escritor como un portero pueden tener una historia para contar pese a pertenecer a diferentes contextos culturales, sociales y profesionales.

En este mar de dudas lo único claro es que Alejandro Awada, una vez más, realiza una excelente interpretación del personaje que le toca, y junto a Patricio Contreras nos dejan boquiabiertos. Sin embargo el guión abre demasiados frentes, tantos que ninguno llega a ser resuelto en el largometraje. Y pese a que la propuesta es interesante no busca ir más allá de una clase universitaria de filosofía y cae en la retórica simplona del cuestionamiento del todo por el todo. Incluso hasta podría dudarse si lo que se proyecta en la pantalla grande es la realidad o un divague producto de la locura del personaje de Zavadikner.

calificacion_2

Por Luciana Calbosa

 

Relato de mi enojo con el mundo.

Es evidente que en Mecánica Popular, su última película, aquel director premiado y festivalero que conocimos gracias a títulos como Buenos Aires Viceversa (1996), la divertidísima El Viento se Llevó lo que (1998) y Valentín (2002); o por su ópera prima de 1984 El Hombre que Ganó la Razón, une dramas y cuestionamientos existencialistas en un contexto temporal bien delimitado, sin duda un rasgo distintivo de la mayoría de sus obras.

El tema en cuestión aquí es que al editor Mario Zavadikner (Alejandro Awada) el desencanto con el modernismo y las nuevas tendencias en lo social e intelectual, incluso en lo artístico, lo abruman. A punto de quitarse la vida en su despacho, conoce a Silvia (Marina Glezer), una joven escritora que amenaza con hacer lo mismo si su novela no es leída al menos una vez por él.

Un planteo más que atrapante para un film que luego hace agua por varios frentes. La película de Alejandro Agresti tiene momentos hermosos e inteligentes, pero en ocasiones se enrosca tanto en sí misma y está tan sobreactuada por (vaya la ironía) actores de primera línea, que perdemos el foco de lo que se quiere contar. Estamos ante la presencia de una parafernalia verbal tan innecesaria como salvaje, que lo único que logra es que el planteo pierda toda verosimilitud, gracia y coherencia.

Si Agresti en todo caso quiso llevar a cabo una puesta más teatral, se puede justificar tranquilamente debido a los diálogos sobrecargados de palabras, conceptos y exagerada gestualidad. Pero la realidad es otra: las personas no hablan así, ni siquiera los más grandes referentes intelectuales y culturales. Esa clase de discurso ya quedó obsoleta, por lo menos en el cine.

Por su parte, las apariciones de Romina Ricci (en la piel de la ex esposa de Zavadikner, quien a su vez tiene un parecido perturbador con la joven que acaba de entrar en la vida del editor) y de Diego Peretti son una de las mejores decisiones. Ricci realiza todo un monólogo de la época de la última dictadura militar, dejando mal parado además a su ex marido por otras cuestiones más “personales”; y Peretti juega una suerte de compañero y conciencia del protagonista, éste último elemento el más pintoresco de su personaje. No hay que pasar por alto a Patricio Contreras representando al portero del edificio que se llena la boca con palabras y frases intelectuales, un personaje totalmente fuera de la realidad.

En resumen, Mecánica Popular peca de ser demasiado ambiciosa, no en su planteo (lo vacío de aparentar, el carisma del “snob”, el verso del porteño, etc.), sino en su modo de presentarlo. Parecería más bien una película clasicista inspirada por un estilo “woodyallenesco”, aunque cabe destacar el coraje de Agresti de hacer algo diferente y arriesgado. Pero el riesgo también tiene su precio, y en este caso el resultado es una película fallida en su afán de representar justamente lo que tanto nos molesta de ella.

calificacion_2

Por Ximena Brennan

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