Cuando el clickbait copula salvajemente con los algoritmos, el ocio virtual en exceso puede devenir en una orgía suculenta de estafas virtuales. Lo sabemos todos y también lo sabe el protagonista de El sistema K.E.OP/S, Fernando, un guionista de cine que espera La-gran-William-Goldman, que nunca llega. Pero a Fernando le importa un pito todo. Y a su mujer e hija, él les importa un pito. Aunque no sabemos bien por qué, amén de que vive en la suya y se olvida de pagar la cuota del cole de la nena. Sólo sabemos que Fernando surfea la inercia de la mala racha laboral y que ello puede afectar su vida familiar. Y como las malas llegan todas juntas, por llenar un formulario online, Fernando desencadena una precipitación de espionajes traídos de los pelos, chantajes berretas, fotos falsas y paranoias-fake, una telaraña de orden caótico aunque detectivesco que responde al temor actual a estar siendo espiados por las multinacionales a través de la tecnología y las redes sociales, como cuando le contás a alguien la típica “Estuve hablando de Pepe Biondi con mis amigos cerca de la Pc y cuando entré a Google me apareció primero una foto de Pepe Biondi”. Reemplazar al irremplazable Pepe Biondi por cualquier otra cosa y sabrán de lo que hablo. Son las micro-persecutas que nos asuelan. A diario. No hay respiro, salvo algunas gotas ansiolíticas de CBD.
Para zafar del quilombo en el que se metió, Fernando contará con la ayuda de su mejor amigo, Israel (¿Israel Adrián Caetano?), un actor que lo acompañará en la búsqueda del desenmascaramiento de la organización secreta que los tiene agarrados de las bolas. Hilarantemente interpretado por un comediante nato como Alan Sabbagh, Israel es un Bud Spencer rioplatense, o la versión nuestra del Depardieu tosco que secundaba a Pierre Richard en las comedias de Francis Weber, que también fueron casi locales de exitosas en Argentina. Israel sólo entiende el idioma que se habla con los puños y el “los caguemos a trompadas” como mantra parlamentario, aunque su prestancia con el arte del pugilismo sea mucho menos eficiente que la de los personajes imbatibles de Spencer, detalle del que se nutre el sentido del humor y el absurdo trágico de El sistema K.E.OP/S, los verdaderos sustratos vertebrales.
Es menester mencionar aquí dos elementos de la película que se prestan a la confusión. Uno es la intercepción de la virilidad argumental por los dos personajes femeninos, intranscendentes en cuanto a que si el personaje de Hendler fuera soltero, la película funcionaría exactamente de la misma manera, porque Goldbart no provee indicios sólidos de que la vida de Fernando esté colapsada por el hecho de pertenecer a una familia ni agobiado por ella. Sino más bien que Fernando es preso de su propio sistema de valores mundanos, mediocres y envidiosos y la indigencia laboral lo está matando. Su hija, que va al colegio primario, no lo estima en demasía y su pareja, que trabaja fijo, se muestra cansada de su errática inoperancia anclada al sillón del living y sólo incurre en una aparición forzada de salvataje al final, como si toda su existencia como personaje estuviera supeditada a la necesidad del guion de contar con alguien que asista a los dos protagonistas en una pelea clave al final. Ninguna de las dos situaciones anímicas –hartazgo de la hija y de la pareja– es resultado de que Fernando pertenezca a un núcleo familiar, sino de lo poco que él le aporta a esa familia. Estamos ante un relato de amistad viril confeso, y en la estructura varonilmente piramidal de las películas de este tipo, con dos o más amigos, lamentablemente la mujer es prescindente, aunque suene a un agravio a destiempo decirlo en tiempos de un feminismo decisivo. Este relato de amistad viril es concreto, y es confeso en la medida que Goldbart le dijo a la agencia de prensa estatal que esta película sobre la amistad se inspira en dos duplas extranjeras que fueron poco menos que próceres locales del entretenimiento en Argentina: Bud Spencer y Terence Hill y Ásterix y Óbelix. La pareja despareja en la que un individuo fricciona al otro.
Pero Goldbart excede por lejos la situación de “homenaje-a-los-ídolos-de-mi-infancia” para desplegar la presencia del doble, una figura simbólica indispensable del cine Fantástico, género con el cual los cineastas de Argentina han mantenido un vínculo errático. Y a partir de esta virtud de la película, se percibe una contradicción, representada en un segundo elemento que se presta a la confusión: cuando nadie lo ve, Fernando conversa con sí mismo en el espejo del baño, como lo hacía Christian Slater con el espectro consejero de Elvis Presley en True Romance, aunque el de Fernando es su versión maligna, directamente su doppelgänger. Este doble demoníaco y mal consejero aparece y reaparece totalizando no más de un par de presencias. Aparece en momentos clave, eso sí, momentos en los cuales Fernando necesita de toda su psiquis, incluso de la parte averiada. Pero su presencia carece de peligrosidad y no llega a consolidarse como un personaje exógeno a la mente febril de Fernando, obstruyendo a la postre la circulación de lo único que podría enhebrar lo Fantástico en el relato.
Mientras lee “Confesiones de un artista de mierda” de Philip K. Dick (otro detalle de la predilección de Goldbart por el doblez identitario), apoltronado en un sillón, Fernando espía de reojo la tele para no perderse a David Vincent huyendo de “Los invasores”, la serie del gran Larry Cohen. (Un ojo en la televisión y otro en un libro, alienación y nueva duplicidad). También se observan tazas de merchandising de Mad, una revista estadounidense cuyos ecos míticos resuenan como estertores en la última generación de lectores que recuerda su milagroso paso por Argentina, la generación de Goldbart justamente, los que tenemos entre cuarenta y cincuenta y pico. Los tiempos cronológicos explícitos que ostentan los objetos que conforman la dirección de arte en El sistema K.E.OP/S corresponden al cronograma temporal afectivo de Goldbart, no a la actualidad. Este detalle de devocionalismo objetual atemporal es un coadyuvante al extrañamiento general y nocturno de la película desde la subjetividad autoral del propio Goldbart, desterrada la posibilidad de un exhibicionismo nerd vacío. Esto es porque la puesta en escena conlleva una segunda significación de los objetos diegéticos, existentes para enfatizar la personalidad infantilizada de Fernando, su inmadurez y su inconsistencia. Goldbart interroga su pasado de consumo cultural con lealtad y abundancia de sangre, la sangre, en sí misma, otro guiño al pasado en cuanto el cine argentino carece de sexo y de sangre (aparentemente los fluidos corporales son problemáticos en la pantalla nacional).
Claustrofobia y paranoia, ¿familiares? Sí, son dos elementos del orbe Goldbart trabajados en su opera prima, Fase 7 (2010), una de las últimas buenas películas que hizo el recordado Federico Luppi, revisitada por algunos medios hace dos años a raíz de su potencial profético de la pandemia. En El sistema K.E.OP/S, el aporte escenográfico a su paranoia se expresa mediante la recurrencia, explorada muy poco en el cine porteño, a la sordidez intrínseca de las grandes galerías de locales comerciales céntricas cuando permanecen cerradas por la noche, entre neones titilantes y pasillos de mosaicos lúgubres con hedor a aserrín donde todo puede pasar aunque estés a salvo de un clic.
(Argentina, 2022)
Dirección: Nicolás Goldbart. Guion: Nicolás Goldbart. Colaborador autoral: Germán Servidio. Elenco: Daniel Hendler, Alan Sabbagh, Rodrigo Noya, Violeta Urtizberea, Esteban Lamothe, Esteban Bigliardi, Matilda Goldbart. Duración: 119 minutos.