A Sala Llena

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DOSSIER

Terence Davies (1945-2023)

UN HOMBRE SOLO

Una de las escenas más misteriosas de la década del 80 es la del inicio de Voces distantes (Distant Voices, Still Life -1988) de Terence Davies. Una cámara va mostrándonos lentamente una casa y a los miembros de una familia preparándose para ir a un funeral. Mientras esto sucede escuchamos primero un fragmento de una transmisión radial y dos fragmentos de canciones (una cantada por lo que uno presume que es una persona de la casa, otra por una profesional). Ese pasaje repentino de un tipo de sonido a otro causa extrañamiento, pero aún más extraños resultan los planos de ese film: parecen esos cuadros de Edward Hopper donde todo lo que vemos es real y cotidiano pero al mismo tiempo tienen una cualidad de irrealidad. Dicha irrealidad viene de varios factores. El primero, más evidente, es que lo que vemos es al fin y al cabo y de forma muy consciente, el recuerdo de un cineasta, y sabemos que en el fondo todo recuerdo es más una deformación de la realidad que la realidad en sí. El segundo, es que un espacio que está secretamente atravesado por un sentimiento de melancolía que parece haber impregnado esa realidad física. Eso le da a Voces distantes un sentimiento raro desde el vamos porque todo parece al mismo tiempo algo muerto y algo vivo. Algo muerto no sólo por la situación fúnebre sino porque sabemos desde el vamos que estas son situaciones a las que no puede volverse. Al mismo tiempo, ese pasado parece estar más vivo que nunca. No sólo las personas que vemos allí sino también las paredes, los suelos, las ventanas, todos elementos que evocan un tiempo, una época y una infancia que parecen estar interpelando a su director mientras las filma.

El mismo Davies que dirigió una de las escenas más misteriosas de los 80, también dirigió una de las escenas más hermosas y tristes de la década del 90. Se trata de uno de los momentos más icónicos de El mejor de los recuerdos, de 1990.  Allí el chico protagonista, un alter ego del realizador, comienza a darse cuenta que está solo, que ni su familia terminará de entenderlo y que no tiene ninguna amistad significativa. El chico no llora, ni siquiera se lo ve especialmente angustiado, pero si hace un gesto que no por mínimo resulta menos demoledor: ve un caño clavado en una pared, lo agarra con sus dos manos y empieza a balancearse en él subiendo sus piernas. Davies toma a este chico desde un plano cenital y mediante un movimiento de cámara que va recto de derecha a izquierda, pasa del chico jugando ese juego triste; a unos espectadores viendo una película desde sus butacas; a unas personas asistiendo a una misa católica; a unos alumnos obedeciendo a un profesor en una clase; a ese mismo espacio de juego solitario del protagonista, que ahora se ha ido de allí. Pocas veces el cine mostró de forma tan perfecta el sentimiento de marginalidad. Por un lado el chico, por el otro una serie de rutinas que él hace también colectivamente sin sentirse parte de ese colectivo.

El título original de El mejor de los recuerdos es The Long Day Closes (El largo día cierra) un título mucho más adecuado teniendo en cuenta que eso que recuerda Davies parece lejos de ser lo mejor que le pasó. Es la descripción de una niñez atravesada por la confusión, por parte de una persona que mira un pueblo del pasado de forma doblemente lejana. Por un lado porque es un tiempo ya extinto, por el otro porque es un pasado en el que no encajaba. Lo que compensa esa tristeza en ambos films (y de paso agregaría también en su notable trilogía de cortos sobre su niñez) es que Davies encuentra también allí grandes momentos de belleza. Noches de cine viendo melodramas o musicales de Hollywood, programas de radio, pequeños rituales familiares, paseos por ferias, personas cantando para entretenerse y canciones breves y hermosas.

A Davies le fascinaban las costumbres y modos de otros tiempos, sean aquellos de los que fue testigo como de los que no. Todas sus películas transcurren en algún tiempo pasado, y en todos los casos Davies contempla ese tiempo con fascinación pero con una prudente distancia. Por eso varias de sus películas pueden oscilar entre la sobriedad y el sentimentalismo. El primer tono viene de quien mira un mundo que no entiende y del que a veces se puede sentir rechazado, el segundo de la melancolía y un amor repentino o por ciertos personajes o por ciertas escenas.

 No es casual que una persona así haya hecho un biopic sobre Emily Dickinson en A Quiet Passion (Una pasión discreta). Su interés por esa poeta monumental no es casual. Dickinson vivió la mayor parte de su vida recluida y obsesionada con su soledad. Describió en más de una ocasión como la hacía sentir ese mundo de la que era una tímida testigo a partir de un espíritu de síntesis genial que resumía toda su angustia pero también, muy de vez en cuando, un secreto amor por la vida (o al menos ciertos aspectos de esta). Davies, como era esperable en un director de su creatividad, no narra su historia a modo de un biopic convencional, tratando de resumir su vida con sus aspectos más célebres como quien filma un resumen de biografía de Wikipedia, más bien se concentra en escenas breves de una vida elusiva y mezcla episodios de su existencia (algunos reales, otros imaginados por Davies) con algunos de sus versos. El realizador sabe que el mundo no era como el que Dickinson decía que era, pero si la sabe una artista brutalmente honesta, que escribía versos desoladores porque estaba genuinamente triste

Hay una frase de Oscar Wilde que dice que sólo se cree en un retrato de un pintor no cuando logra captar la realidad sino cuando logra captar su mirada de la realidad. Con Dickinson como con Davies pasa lo mismo. No se trata de pensar que el pasado que nos describe Davies en sus películas fue realmente así, de hecho, como hemos señalado, tanto en The Long Day Closes como en Voces distantes sabemos –y esas películas son muy conscientes de eso- que lo que vemos está atravesado por las tergiversaciones inevitables de la memoria,  pero si podemos convencernos con  facilidad que su mirada es completamente honesta.

Se trata de una concepción del cine como acto confesional que no se dio sólo en esos films. En Of Time and the City, su fascinante documental sobre Liverpool, Davies mezcla material de archivo y canciones de la época con su propia voz en off narrándonos sus visiones personales de la ciudad en la que vivió. Uno de los momentos más resonantes es aquel en el cual Davies habla mal de Los Beatles, a quienes acusa prácticamente de haber arruinado la música de su ciudad. Es curioso encontrar a un oriundo de Liverpool mostrando disgusto por lo más legendario surgido de allí, pero más curioso aún es no sentir en el momento en que dice esa frase ningún espíritu de provocación, ni de pose, ni esnobismo, ni nada que se le parezca. Simplemente el punto de vista de una persona muy particular, que vive en su mundo privado y que más de una vez se siente a contrapelo de todo.

Davies fue un chico criado católico en una familia numerosa y conservadora. Se hizo ateo, salió con una joven un tiempo breve y luego empezó a tener relaciones con hombres. Si bien se habló siempre de él como un hombre gay, en una de sus últimas entrevistas dijo al diario The Guardian que lo cierto es que desde 1980 prefirió la soledad más que cualquier otra cosa y habló de su homosexualidad más como una etapa breve que como algo definitorio de sus preferencias. En esa misma entrevista, Davies hace un repaso breve sobre su vida y dice un par de frases curiosas como que le hubiera gustado ser un chico lindo y estúpido y asegura “no haber sido demasiado bueno en eso de vivir”. Es imposible saber cuanto de real y cuanto de humorístico hay en esas declaraciones. Presumo –o quiero creer al menos- que no hay nada de cierto en eso. Fue su característica de hombre brillante y que miró al mundo con una mezcla de extrañamiento y fascinación lo que nos dio un cine al mismo tiempo melancólico y vital como el suyo. De haber sido alguien tonto y hermoso, o incluso alguien que sabia relacionarse mejor con la gente, quizás no hubiera entregado esos nueve largometrajes, de los cuales ninguno es fallido y al menos cuatro pueden considerarse obras maestras. Con su fallecimiento se fue no sólo uno de los cineastas más grandes que dio Inglaterra en sus últimas décadas,  sino una de las miradas más fascinantes del cine reciente. Pocos representaron tan bien como él los mecanismos de la.memoria, pocos lograron volver tan inmensas y relevantes acciones de lo más cotidianas y de seguro nadie filmó mejor gente cantando como él. No sólo.logro crear un cine emotivo, sino que logró inventar nuevas formas de crear emoción. Se le va a extrañar.

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