Corresponsal de Emiliano Serra se ambienta en nuestro pasado, durante la última dictadura cívico-militar, pero su verdadero tema es el capitalismo moderno. En este sentido, conecta con Zona de interés, de Jonathan Glazer.
Sus protagonistas no son ideólogos; son empleados que solo buscan hacer bien su trabajo. No piensan en las consecuencias sino en el propio ascenso socioeconómico, en los halagos de colegas y superiores. Lo que sucede al final de la cadena de valor no les importa. O sí, cuando afecta su desempeño y carrera profesional.
Obviamente, el mal no es solo banalidad. También es odio, también es la intención de perseguir y matar. Pero tanto Serra como Glazer prefieren poner el foco en sistemas. Lo que quieren decirnos es que, aunque hayan caído el nazismo y la dictadura, la lógica de estos sistemas —el abismo que abren entre el trabajo y sus efectos humanos o ambientales— todavía sobrevive.
En Corresponsal, el empleado en cuestión es un periodista, Ulrich. En vísperas del Mundial 1978, escribe notas alineadas con —o, más bien, financiadas por— las dictaduras latinoamericanas de la época: la nuestra, sí, pero también la uruguaya y la brasileña. Sus textos identifican a los enemigos del Estado, especulan sobre la infiltración marxista en la región, lamentan la campaña “antiargentina” de los organismos de derechos humanos y justifican el accionar del régimen.
Ulrich también acepta un encargo freelance como espía. Las fuerzas policiales lo contratan para seguir de cerca a un doctor brasileño exiliado, supuesto miembro del grupo guerrillero Acción Libertadora Nacional. Ulrich toma fotos y redacta informes sobre las actividades diarias del doctor, su esposa y sus conocidos.
Gabriel Rosas interpreta a Ulrich como un hombre anodino, tímido y prolijo. Su manera de sentarse, de caminar por un pasillo, de interactuar con los demás, todos sus movimientos son un constante pedido de disculpas. Su lenguaje corporal es el de alguien que no quiere ocupar demasiado espacio, que se empequeñece ante las formas sólidas del mundo.
Ulrich prefiere las sombras, los rincones, la observación lejana. Sigue órdenes para merecerse la benevolencia del sistema. No quiere llamar la atención. El rostro se le ilumina solo cuando recibe un cumplido de su jefe; también se le transforma cuando intenta violar a su esposa. Su timidez encubre una violenta soberbia que despliega contra quienes no tienen poder sobre él.
Al principio, lo vemos cumplir su rol sin titubeos. Es un empleado efectivo: sus textos ponen en palabras la ficción que necesita comunicar el gobierno de facto. Pero eventualmente aparecen las grietas, los pasos en falso. Se encariña con una de las víctimas de su vigilancia y comete errores (deliberados) en sus informes.
En este punto de la trama, Corresponsal podría haberse convertido en una versión local de La vida de los otros. En la película alemana, conocemos a un espía de la Stasi, Gerd Wiesler, que opera en Berlín Este durante los 80s. Como Ulrich, es un tipo robótico y minucioso. No medita sobre el porqué de su trabajo, solo lo ejecuta a la perfección. Hasta que, en el proceso de escuchar las conversaciones privadas de sus vigilados, empieza a dudar de sus convicciones y eventualmente se opone al sistema deshumanizante que antes protegía.
Corresponsal elige otro camino, menos esperanzador o idealista. Wiesler, de alguna manera, se redime; Ulrich, no. Sus brotes de rebeldía quedan en la nada. El sistema lo absorbe de nuevo, y la contradicción entre lo que él piensa y lo que hace termina por conducirlo hacia la esquizofrenia. La identidad de Ulrich se basa en la disciplina: él es lo que sus empleadores quieren que sea. No tiene ideales; sí opiniones, que no coinciden del todo con los textos que, sin embargo, continúa escribiendo.
Serra y su director de fotografía Manuel Rebella componen cada plano con precisión geométrica, a veces con la cámara perpendicular a la pared y el protagonista en el medio: acostado en la cama de un telo, rodeado de luz violeta y empapelado setentoso; parado en un vestuario de lockers celestes; sentado frente a su máquina de escribir, en un galpón húmedo y gris.
La obsesión por la simetría, el detalle escenográfico, el color y la textura de época, recuerdan a Wes Anderson. Solo que en Corresponsal, esta apuesta por el artificio tiene un sentido más siniestro. Ulrich es un creador de ficciones (de Estado). Practica el arte del encuadre: su cámara y su prosa limitan y definen una realidad, excluyen más de lo que incluyen. Con sus planos exquisitos y meticulosos, Serra y Rebella reflejan constantemente este procedimiento: la puesta en escena de la (de una) Historia.
Esta rigidez es también la de un juego, un ajedrez sangriento ordenado por un Estado genocida. Ulrich no es un periodista en busca de la verdad sino un peón que respeta las reglas, que desea la victoria o salvación personal, no importa quién pierda o quede afuera. Es una de las tácticas del Estado para evitar cualquier reacción colectiva: convertir a cada persona en un jugador solitario, que persigue premios y evita castigos individuales.
Ulrich, hacia el final, no quiere participar más, pero ya es tarde. No le queda nada fuera del tablero, ni vida privada ni relaciones personales ni sentido trascendente. Solo puede seguir ejecutando sus movimientos sobre un vacío.
(Argentina, 2024)
Dirección: Emiliano Serra. Guión: Emiliano Serra y Santiago Hadida. Elenco: Gabriel Rosas, Gabriela Pastor, Agustín Ritta, Eugenia Spago, Jorge Pradono. Producción: Alberto Masliah. Dirección de fotografía: Manuel Rebella. Dirección de arte: Marina Raggio. Montaje: Emiliano Serra. Música: Lucas Fridman. Duración: 75 minutos.
