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Cine

The Alto Knights: Mafia y poder

UN INFILTRADO EN LA MAFIA

En la recurrencia de trazar una línea nostálgica con el siglo XX, específicamente en el cine de ciertos directores, se interfieren en el recuerdo algunos nombres menos añorados, ese es el caso de Barry Levinson. Su filmografía muestra una clara adscripción a la maquinaria industrial, sistema al que nunca le soltó la mano, más bien siempre se acomodó a los momentos y a los cambios de las últimas cuatro décadas. La última década estuvo recluido en HBO, canal para el que hizo telefilms sobre casos reales, como El mago de las mentiras (2017) sobre el escándalo de Bernie Madoff y Paterno (2018) también un caso de alto impacto sobre abuso infantil. Casi en silencio regresa al cine con otra historia basada en hechos reales, involucrándose en un mundo que le es ajeno: la mafia italiana, aunque trae cierto amparo porque porque el guión es de Nicholas Pileggi, el mismo de Buenos muchachos y Casino. 

Vito Genovese y Frank Costello (ambos en la piel de Robert De Niro) son amigos del barrio, crecen bajo un contorno de violencia y en la adultez un cruce ideológico acerca del manejo de los negocios los separa. El período histórico va desde la época de la prohibición de alcohol hasta los primeros años postguerra en 1946 y de ahí en adelante. Costello cree en la posibilidad de un imperio sin recurrir a la violencia, pero especialmente está en contra de traficar heroína. En el otro polo está ubicado Genovese, quien se perfila como un mafioso más clásico sin demasiado temor a un futuro corto. El punto álgido del conflicto se da cuando Genovese ordena matar a su amigo de toda la vida, al que ahora lo ve como un obstáculo en su camino en el mundo del hampa. 

Pileggi recurre nuevamente a la estructura de Casino, cuyo comienzo mostraba un atentado contra el protagonista para plantear desde ahí un punto de partida hacia atrás con un largo flashback, al igual que en la película dirigida por Martin Scorsese ese inicio no es el final de la historia, una vez que retornamos a ese comienzo vemos que la trama continúa tejiéndose. También hay una reminiscencia a Érase una vez en América de Sergio Leone en la relación entre ambos personajes principales, ambos más hermanos que amigos y más rivales que socios, alcanzada una instancia de la relación. ¿Qué aporta Levinson a este mundo muy visto? Nada, solo propone un picoteo de escenarios esperables y excesivamente transitados por el cine, las influencias figuradas por inercia y no tanto por una búsqueda tampoco colaboran a una totalidad que luce gastada y sin rasgos redimibles. Que De Niro interprete a ambos personajes con varias escenas en plano representa un mérito interpretativo, sin embargo, es imposible desdoblar su figura y pensar a Genovese y a Costello como individuos. Más allá del esfuerzo en las caracterizaciones bien disimiles, la familiaridad del rostro del actor tironea cualquier intento pretendido de mostrarlos como diferentes hacia el territorio del doble cuando en la película no tienen ningún parentesco. 

La escasez de propuestas para un público adulto en las salas de cine es un problema -a esta altura diría un conflicto- y en parte lo es porque cada vez son menos los directores del siglo XX que han sobrevivido al vendaval de cambios, cuyas consecuencias los dejaron en diferentes tipos de marginalidades: el streaming, la televisión y/o las series. Levinson -como en gran parte de su filmografía- intentó aquí colarse en la parcela de un vecino, ya lo había hecho sin éxito con: películas de Vietnam, epopeyas de inmigrantes de la Segunda Guerra Mundial, monstruos, thrillers sexuales, comedias negras y ahora -como si fuera poco- una de tanos mafiosos. A sus 83 años y con más de 40 créditos como director todavía no se sabe cuál es el cine de Barry Levinson. 

Dirección: Barry Levinson. Guion: Nicholas Pileggi. Elenco: Robert De Niro, Debra Messing, Kathrine Narducci, Cosmo Jarvis, Michael Rispoli. Producción: Irwin Winkler, Charles Winkler, David Winkler, Barry Levinson. Duración: 123 minutos. 

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